Dom 27.03.2005

SOCIEDAD  › LAS ESCUELAS MEDIAS FRENTE A LA INVASION DE TELEFONOS CELULARES

¿A que no sabés de dónde te llamo?

Empujados por el deseo de los padres de tener siempre localizados a sus hijos, los celulares entraron masivamente en las aulas. Los colegios incorporaron el tema a sus reglamentos para impedir que estén encendidos en clase, aunque no siempre se cumple. Los chicos se pasan mensajes de texto y algunos los usan de machete.

› Por Andrea Ferrari

Jazmín tiene 14 años. Cuando se le pregunta cuántos de sus compañeros de curso usan teléfono celular piensa un momento y dice: “De los 29, sólo hay dos que no tienen”. Jazmín va a un secundario privado de la Capital, pero la invasión de celulares en el ámbito académico no es exclusiva de estos colegios. El fenómeno tiene dos caras evidentes: por un lado, la fascinación de los adolescentes por los nuevos aparatos y, por el otro, la ansiedad de los padres que quieren tenerlos bajo permanente supervisión. Como resultado, los celulares empezaron a hacer oír sus perturbadoras músicas en las aulas de todo el país, tanto privadas como públicas, e incluso –para sorpresa de sus propios directivos– en algunas con población de bajos recursos. Las reacciones fueron variadas: mientras en Tucumán tres legisladores presentaron un proyecto para prohibirlos por ley, en Mendoza la Dirección General de Escuelas emitió una resolución para que cada institución incluya el tema en el código de convivencia. En la Capital y en la provincia de Buenos Aires, las escuelas por ahora elaboran sus propias normas y la mayoría coincide en lo básico: los celulares no pueden estar encendidos en horarios de clase. Pero muchos chicos cuentan que igual los prenden, porque en el modo de “vibración” no se oye, y que reciben y a veces contestan mensajes de texto. E incluso que en algunos casos sirven para obtener información de extrema urgencia, como las respuestas para una prueba.
En la Secretaría de Educación porteña no piensan que sea necesario producir directivas sobre este asunto: “Suscribimos a la propuesta de que chicos y chicas en la educación media se manejen con reglamentos de convivencia –dice Haydée Cafarena, titular de la Dirección General de Educación–. Los celulares son una realidad que ha llegado a las escuelas como consecuencia de que los padres están inquietos y quieren tener una comunicación frecuente con sus hijos. Piensan que así van a estar más seguros. En este marco, no parece incorrecto que los chicos tengan celular. Lo que hay que encuadrar es el uso que se va a hacer de ese medio en el marco de la escuela: no pueden estar hablando por teléfono en clase. Mientras permanecen allí están seguros y si los padres quieren comunicarse, las escuelas tienen teléfonos”.
Para Néstor Abramovich, director del Colegio de la Ciudad, “en esto se combina perversamente la preocupación de padres por ubicar a sus hijos con cierta cosa consumista de los chicos”. En su colegio, calcula, “aproximadamente un 25 por ciento de los alumnos tienen celular y va en crecimiento”. Pero él cree que, al menos allí, nunca va a ser totalmente masivo, entre otras cosas porque “hay una cantidad de chicos que se opone a usarlos: bien por una cuestión ideológica o bien por rehuir al control paterno”. La política que asumieron es similar a la de muchos colegios: los celulares no pueden estar encendidos en horario de clase, “ni siquiera en los talleres o en educación física”. Por ahora no hubo necesidad de sancionar a los desobedientes.
Por qué sí, por qué no
Laura es alumna del turno tarde en el Carlos Pellegrini y aunque no lo conoce a Abramovich entra perfectamente en su definición de los que se oponen al celular. Dice que en su división “algo menos de la mitad” tiene uno, pero ella no. Por varios motivos: “Me parece muy concheto, innecesario a esta altura y, además, muy controlador. Mi vieja ya es suficientemente paranoica así”. De sus compañeros dice que muchos tienen celular “porque sus viejos se los dan para controlarlos”, pero también “porque les gusta la onda celular”, que define como “mirarlo todo el tiempo, boludear en los viajes con los jueguitos, mandarse mensajes de texto, esas cosas”
Valentino, en cambio, tiene uno porque lo pidió durante mucho tiempo. Es alumno de segundo año del colegio Paideia, en Palermo, y le llevó un año convencer a sus padres: “Al principio ellos no querían, decían que yo sólo lo pedía porque lo tenían los demás, pero después consideraron que como estaba saliendo más solo, eso me daría más independencia y que también iban a poder localizarme”. En su división, cuenta, “de 24 que somos, unos 20 tienen celular”. Admite que en el asunto hay algo de competencia: “Al principio la cosa era sólo tenerlo, pero cuando salieron los nuevos modelos muchos empezaron a pensar en cambiarlos”. Aunque en su colegio las autoridades anunciaron que no pueden tenerlos encendidos, “igual varios los tienen en vibrador y no atienden los llamados pero contestan los mensajes de texto en el recreo”.
¿Qué pesa más a la hora de comprar un celular, el deseo del chico o la ansiedad del padre? Para Eduardo Guelerman, director de la escuela Ecos, “los chicos quieren tenerlos porque es un chiche lindo, porque se lo imponen con las propagandas y los corren a los padres con la idea de la seguridad. Pero muchos padres, que creen que así están más seguros, después a veces se quejan de que los tienen apagados y no los atienden”. Guelerman dice que en su colegio “más o menos la mitad tendrá celular” y que en general se cumple la norma de tenerlo apagado en horas de clase: “Por ahora no es un problema”.
Jazmín coincide en que no hubo mayores problemas. Es alumna del Ecos y al menos en su división la proporción de dueños de celulares llega casi al 95 por ciento: 27 de los 29 alumnos. Dice que nunca vio a nadie copiarse por esa vía aunque, como casi todo el mundo, oyó hablar del tema.
El rumor que corre sostiene que los chicos reciben respuestas para las pruebas vía mensaje de texto. “Nosotros empezamos a notar el año pasado que los chicos se mandaban mensajes de texto en las clases, que los aparatos vibraban, y se sospechó que, particularmente en las evaluaciones, podía ser un método para mandarse respuestas”, cuenta Norma Zanelli, directora de estudios del colegio Pestalozzi. Nunca lo comprobaron, pero ahora los celulares deben estar apagados.
En verdad, muchos profesores dudan de que sea realmente posible copiarse por celular sin hacerlo ostensible. Pero Paula puede dar fe de que la cosa es real.
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Está en segundo año del Carlos Pellegrini y es usuaria de celular, como “algo más de la mitad” de sus compañeros. La prueba en cuestión era una evaluación integradora con la particularidad de que se realizaba de a dos, lo cual permitía hablar. El chico que estaba a su lado no había estudiado nada y decidió buscar ayuda. “El pibe puso el celular en manos libres y así le preguntaba a su hermano mayor, que estaba en la casa –cuenta Paula–. El hermano buscaba las respuestas por Internet y le mandaba mensajes de texto.” El método fue ingenioso pero no demasiado efectivo ya que la nota, dice al final, no fue muy buena.
Según Paula, en el Pellegrini –colegio dependiente de la UBA– no hay reglamento explícito sobre la cuestión de los celulares, si bien la mayoría de los profesores advierten que deben estar apagados. “Igual –agrega– hay profesores a los que los suyos les suenan cada cinco minutos.”
Quien debió incorporar la cuestión al reglamento fue Jorge Estefanía, director de la Escuela de Educación Técnica Nº 8 Jorge Newbery, de La Matanza. Para su propia sorpresa los celulares surgieron como hongos el año pasado: “Y eso –dice– que ésta es una escuela del Gran Buenos Aires y que tenemos una gran cantidad de chicos con carencias: igual, los celulares aparecen. Hemos detectado, por ejemplo, que el celular se convirtió en el nuevo regalito para las chicas cuando cumplen 15”.
Estefanía calcula que un 40 por ciento del alumnado tiene ahora teléfono móvil y aunque no se permite que estén encendidos durante las horas de clase, los chicos no siempre cumplen. “Primero hablamos y explicamos por qué, pero ahora si los usan igual se los sacamos y los llevamos a la dirección. Los tienen que venir a buscar los padres, lo que me da una oportunidad para charlar con ellos del tema.”
En otras escuelas públicas consultadas, los celulares suenan un poco menos: tanto en el Liceo 9 Santiago Derqui como en el Lenguas Vivas Berta Spangenberg dijeron que la población con teléfono móvil no supera el veinte por ciento y en los dos casos se impuso la norma de no encenderlo en horas de clase.
Las leyes de la atracción
Un estudio realizado en Gran Bretaña hace algunos años tiene elementos interesantes para responder qué es, en definitiva, lo que más atrae a los adolescentes de un celular. El trabajo, publicado en el British Medical Journal, constataba una reducción en el consumo de cigarrillos por parte de chicos de 15 años. La hipótesis de los investigadores era que se debía al uso creciente de celulares. En principio, había razones prácticas: entre gastar su dinero en cigarillos o crédito para los teléfonos, elegían la última opción. Pero además, había motivos de un orden más profundo. Los expertos observaron que las publicidades de ambos productos apuntan al mismo lugar: afirmación de la propia imagen e identidad.
En los adolescentes, consideraron, el celular ocupa un nicho similar al del cigarrillo: les provee elementos del estilo de vida adulto, identidad, individualidad y genera lazos entre pares. “Tener un celular no sólo se trata de poder hacer llamadas –dijo Anne Charlton, una de las investigadoras–, es también un apoyo social.” Si la hipótesis fuera cierta, en años futuros se verán más celulares y menos cigarrillos en manos adolescentes.
Harán ruido, pero al menos no producen humo.

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