SOCIEDAD
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T qiro mcho ma
Por Sandra Russo
Como de costumbre, haciendo valer su apabullante sentido común por sobre los tres centímetros del piso por encima del cual me desplazo habitualmente, mi hija me lo hizo entender. “Tengo doce años. Todavía soy chica. No puedo estar por ahí pidiendo radiotaxis y vos no podés estar tranquila sin saber si estoy bien. Me tenés que comprar un celular.” Irresistible el argumento. Al día siguiente estábamos en el stand del Alto Palermo, eligiendo –a eso se había reducido mi resistencia– alguno de los más baratos. “Sin fotitos ni ninguna de esas estupideces, ¿eh?”, le dije. Ella acostumbra a ir ganando de a una batalla por vez, así que se encogió de hombros y me contestó: “Obvio, ma”. “Abono básico”, agregué intentando levantar una humilde bandera de dignidad. “Obvio, ma”, dijo ella, que estaba radiante como una novia mínima a punto de comprometerse con un novio todavía más mínimo: el tipo era chato, rectangular, venía con tarjeta y 50 pesos de crédito.
Desde entonces la veo oscilar entre dos notables y antagónicos estilos de comunicación, extraños para mí, inentendibles ambos, pero por cierto llamativos. Cuando ella habla por el teléfono de línea, ahora que tiene 13 y un par de docenas de mejores amigas, normalmente me pongo en el lugar de “la que paga la factura. Cortá ya mismo ese teléfono”. Pero a veces, me surge de adentro una especie de antropóloga que escucha asombrada y estupefacta cómo la descripción del jean que se compró Julieta puede extenderse a lo largo de unos cuarenta minutos, o cómo arreglar los términos precisos de una salida (“yo voy a tu casa, le decimos a Gime que vaya para allá, comemos ahí, no, mejor vamos al shopping, y que Caro venga directamente ahí, paseamos, ¿te compraste esa remera? ¡Caro te va a matar! ¡Es la mejor! El 39 te deja a dos cuadras, entonces vamos al cine, no, ésa ya la vi, no, la otra, está bien, la veo de nuevo, y salimos ¿a qué hora? Fijate en el diario, ah, es medio de noche, ¿tu mamá nos podría pasar a buscar? No, de noche no me dejan, a Juli sí la dejan, bueno, voy a ver si la convenzo”) puede durar incluso más que la salida. Pero también presencio una nueva forma de comunicación en la que se especializan los de abono fijo, porque mi hija comprobó a los tres meses de tener celular que el abono fijo le dura exactamente dos días. Los mensajes de texto son algo inescrutable cuya información reconcentrada es impenetrable para alguien mayor de 15 años. “Vy ya Ca di qe le prsts remra ok ns vems”. De este jeroglífico se deduce, por ejemplo: que ella está por salir rumbo a lo de Camila, pero que dice Caro que Camila le preste la remera y que Camila está de acuerdo, lo cual a su vez implica que Caro y Cami han superado el conflicto que las había distanciado porque Cami se compró justo la remera que Caro estaba por comprarse, y que esta tarde saldrán las tres juntas y que todo está ok.
Por mi parte, sus llamados a mi propio celular sólo se limitan al mensaje: “Llamame”. Está lista, la señorita, para una nueva batalla. Es que yo no sé ni mandar ni leer mensajes de texto, de modo que uno de estos días tendré que atrincherarme porque ya sé que está juntando indicios para hacerme entender, a mí, que nunca entiendo nada, que el abono fijo no le alcanza.
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