SOCIEDAD
› TORCUATO DI TELLA Y LA HISTORIA DE LA SIAM
Producción y pragmatismo
› Por Alejandra Dandan
Los Di Tella insisten. Torcuato fue el año pasado hasta Avellaneda para comprarse una heladera. Y no fue sólo nostalgia. Torcuato hijo se dedicó a seguir las desventuras de la Siam aun cuando su familia dejó la fábrica. Por eso conoce este proceso y también la idea de la cooperativa de subdividir el legendario terreno sobre el Riachuelo para alquilarlo a pequeñas empresas. No le molesta, al revés: lo cree importante sobre todo, dice a Página/12, porque responde a la tradición de la Siam.
–¿Cuál es la tradición de Siam?
–Y... es la producción industrial local hecha en forma pragmática, importando partes de los contenidos. Una producción nacional usando estímulos que el Estado da para controlar el mercado. Aunque ahora es un caos porque no se puede decir que el Estado está dando estímulos, pero los está dando sin quererlo con la devaluación.
Esas coyunturas favorables fueron también uno de los recursos mejor explotados por su padre. La historia de la fábrica que fundó en 1911 suele compararse a la del país: creció bajo el desarrollismo guiada por el proceso de sustitución de importaciones, se hizo populista con el peronismo, su deuda se nacionalizó con el gobierno de Agustín Lanusse, se privatizó con Alfonsín y se diluyó con una quiebra durante la década menemista.
La Siam nació como Compañía Allegrucci en el ‘11, un año después de que una ley de la Ciudad de Buenos Aires prohibiera a los panaderos la elaboración manual de pan. Di Tella y los Allegrucci abrieron la fábrica con la primera fabricación de amasadoras nacionales. En el ‘28, cuando compró los terrenos de Avellaneda, Torcuato padre se separó de sus socios italianos y fundó la Siam: Sociedad Industrial Americana de Mecánica Compañía Limitada. Para esa época tenía subsidiarias en Brasil, Chile, Uruguay, Inglaterra y Estados Unidos. Con esos contactos ganó licencias de Westinghouse, Electrolux, Hoover, Inocenti y una fundamental: Wane Pump Company de los Estados Unidos. Los norteamericanos le cedieron la licencia de surtidores justo cuando una ley nacional obligó a cambiar todos los del país. Para entonces tenía la ley, tenía la licencia y, además, un contrato de venta con YPF que lo instalaría como proveedor del Estado.
Pocos años más tarde, en el ‘36, los diarios publicaban avisos de venta en cuotas. Di Tella lanzaba las heladeras familiares a “sólo 19 pesos mensuales”; veinte años después las refrigeradoras Siam se habían apoderado del 80 por ciento del mercado nacional. Di Tella siguió los movimientos de la fábrica hasta el ‘48, cuando murió. A partir de entonces, los negocios corrieron a cargo de Guido, el ex canciller. En poco tiempo aparecerían los años de máximo desarrollo: las 22 filiales, los 15 mil obreros y el anticipo furioso de la caída. Tenían deudas con el Banco Nacional de Desarrollo, las cajas provisionales y la DGI. En ese estado, Lanusse nacionalizó el 87,4 por ciento de la compañía.
La Siam siguió como industria del Estado durante todo el Proceso. La fábrica tenía un interventor de la Marina y un gerente general, Humberto Lanzillota, que había sido elegido por la junta. Lanzillota era profesor de Economía en la Universidad de Lomas de Zamora y al poco tiempo fue obligado a exiliarse acusado de subversivo. El 20 de diciembre del ‘76, Rodolfo Walsh denunciaba el caso en la Agencia de Noticias Clandestina.