SOCIEDAD › OPINION
El ramalazo
Por Roberto Marafioti *
La biblioteca parlante de la Facultad de Filosofía y Letras, a fines de los años ’60, servía para murmurar e imaginar. Allí conocí a Norberto Ivancich que, con sus volátiles anteojos y su ya nítida pelada, se obstinaba en venderme el periódico de la CGT de los Argentinos. Con los años fuimos descubriendo el placer de la política y de la polémica. Con Norberto se podía disentir, debatir, confrontar. Nunca fue atrapado por el dogmatismo o las certidumbres vanas. Siempre existía la posibilidad de encontrar un matiz insospechado a una situación nueva. El humor y la creatividad, el sarcasmo y el adjetivo filoso figuraban en su mochila. También la pasión y la vehemencia. Nunca fue un tibio. El exceso le calzaba mejor. Y allí radicaba su beneficio diferencial.
Norberto era sociólogo, pero había estudiado historia. Me atrevería a decir que, junto con la política, eran sus intereses primordiales. Hacía gala de una memoria envidiable y cuidadosa. Era más bien humilde con su sabiduría. Nunca advertí el más mínimo matiz de arrogancia en su conocimiento. En esto no era nada ostentoso, como en su vida privada.
Estuvimos en la gestación de la Juventud Universitaria Peronista. Entramos y salimos de la vertiginosa experiencia de Montoneros. Nos arreglamos para, en medio de la dictadura, compartir una cátedra de historia argentina donde hablábamos del interés nacional con los límites que imponía la mordaza. Con la democracia, los encuentros se hicieron más fecundos. Se podía ejercitar el debate, ese género en el que él demostraba una destreza y una comodidad poco habituales. La revista Unidos nos siguió juntando en el torbellino de un peronismo que buscaba obstinadamente definir su identidad. La proximidad del poder hacía que cada vez más se evaporaran los principios y se traficaran los sueños.
El menemismo le resultó siempre repugnante, pero descreía de las experiencias externas al movimiento nacional. A veces transitamos por visiones políticas diferentes de las cuales, ambos, siempre podíamos tener una visión ácida. La ironía y la risa nos aproximaban.
La Argentina tiene el fatal destino de que la política se ha entretejido de tal modo al peronismo que casi resulta imposible hablar de uno y de otra separadamente. Norberto conocía este rasgo y por eso, para él, reflexionar acerca del peronismo era pensar el devenir de la política.
Con muy pocas personas compartí de un modo tan hondo y visceral el placer y el desafío de soñar una sociedad diferente. De pensar que la política puede ser digna.
Norberto multiplicaba amigos con una profusión conmovedora. Aquí también entendía de valores. Sabía cuidar y sostener la amistad a pesar de lo implacable y despiadado que llega a ser nuestro país.
La muerte es balance y cierre. La muerte de Norberto es un ramalazo que primero paraliza, conmociona y luego nos abate en una tristeza profunda. Se nos va uno de los mejores. Vamos a tener un vacío enorme entre los nuestros. Habrá que aprender a vivir con menos humor e ironía en un mundo que cada vez es más duro y difícil.
* Licenciado en Historia (UBA). Docente universitario.