SOCIEDAD › LAS TAREAS HOGAREÑAS, LA OTRA CARA DEL TRABAJO INFANTIL
Un estudio realizado por un instituto de la Unesco entre alumnos de escuelas de Gran Buenos Aires, Mendoza y Rosario, detectó que muchos chicos, especialmente de hogares pobres, se dedican a tareas hogareñas o el cuidado de hermanos. Viven situaciones de estrés y se exponen a riesgos de accidentes y a veces dejan de ir a la escuela. En Argentina, el 7 por ciento de los niños trabaja a cambio de paga, pero si se incluye a los que cumplen tareas domésticas, la cifra trepa al 20 por ciento.
› Por Mariana Carbajal
Cocinar, cuidar a hermanos menores o a abuelos, limpiar la casa, lavar la ropa y acarrear agua son tareas domésticas cada vez más absorbidas por nenes y nenas en hogares pobres del país. Así surge de un estudio cualitativo sobre trabajo infantil realizado por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE), de Unesco, entre alumnos de escuelas de Gran Buenos Aires, Mendoza y Rosario. “La gran mayoría hace tareas domésticas y tiene una fuerte carga de trabajo. Todo colabora a complejizar la vida de estos niños y a exponerlos a riesgos de accidentes, porque cocinan desde muy chicos y tienen que prender el fuego, y también a situaciones de profundo estrés por tener que hacerse cargo de bebés y hermanitos pequeños”, advierte Marina Luz García, especialista en Políticas Sociales y autora de la investigación.
Los últimos datos disponibles en el país indican que alrededor de un 7 por ciento de niños de 5 a 14 años que viven en áreas urbanas “trabaja fuera del hogar”, “gana propinas” o “ayuda habitualmente en el trabajo a familiares o vecinos”. Se trata de actividades que realizan a cambio de dinero y generalmente implican el traslado o alejamiento del hogar y del barrio como cirujeo, venta callejera, ayuda en tareas de albañilería, limpieza de vidrios de auto, reparto de tarjetas en el tren, apertura de puertas de taxis. “Sin embargo, es necesario también considerar a otros niños que ‘atienden la casa habitualmente’ en ausencia o no de los mayores, con lo cual el porcentaje de niños que trabajan asciende a más del 20 por ciento”, advierte el estudio de Unesco. Esta cifra, aclara García, resulta de una estimación realizada en base a una proyección nacional de los datos de la Encuesta Permanente de Hogares, que sólo cubre a la población urbana.
Página/12 intentó entrevistar a la titular de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti), Pilar Rey Méndez, para conocer qué políticas en relación con esta problemática tiene en marcha este organismo, creado en 2000 en el ámbito del Ministerio de Trabajo. La funcionaria accedió a contestar por escrito y sólo si las preguntas se enviaban vía e-mail; pero aunque se le mandó un cuestionario nunca lo respondió.
“En un contexto de pobreza el trabajo doméstico infantil está generalizado y les resta tiempo para la escuela y para el ocio. No sigamos invisibilizándolo”, advirtió García, en diálogo con este diario. Para la investigadora de Unesco hay un factor determinante que favorece el traspaso de las tareas domésticas a los más pequeños en los hogares afectados por el desempleo: “Las familias que reciben planes para desocupados tienen que ir a buscar los recursos. Es una mentira que se quedan en sus casas esperando la ayuda. Los programas sociales exigen una contraprestación o tienen el modelo asistencial participativo por el cual los beneficiarios deben ir a determinados espacios para recibir o continuar recibiendo la ayuda. Salen a pedir ropa a barrios de sectores medio y altos, a buscar la leche los días que se distribuye a través del programa social. Las familias tienen un circuito de ventanillas: saben que para los medicamentos tienen que ir a tal lugar, que hay que ir a Acción Social del municipio. Entonces, la casa queda a cargo de los chicos”, indicó la investigadora, que también se desempeña en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
Las tres escuelas en las que se centró el estudio están insertadas en barrio signados por el desempleo de Mendoza, Rosario y Gran Buenos Aires, cuyos habitantes mayoritariamente son beneficiarios de planes sociales.
Naturalización
García trabajó ocho años atrás en otra investigación (“Trabajo Infantil en el Ambito Urbano en la Argentina”, encabezada por el rector de la UNGS, Silvio Feldman) en la que se detectó por primera vez que el trabajo doméstico comenzaba a recaer en los niños más pequeños. Entre aquella primera aproximación al problema y la actualidad, la diferencia encontrada es significativa: “Ya está naturalizado que los chicos se hacen cargo de las tareas domésticas”, destacó García. Del nuevo estudio surge que las actividades ligadas al mantenimiento e higiene del hogar pero también al cuidado de familiares menores o ancianos “pueden encontrarse por igual en las prácticas de los niños y niñas”. La diferencia de género observada es interesante: “Hay una naturalización del rol de las nenas en el sentido de que ellas deben asumir las tareas domésticas; en los varones hay expresiones de rebeldía, de resistencia. Ellos dicen que prefieren jugar con sus amigos antes que hacer las tareas domésticas; para las chicas, el entretenimiento no tiene el lugar central que tiene en los chicos, en todo caso, dicen cuáles responsabilidades hogareñas les gustan más y cuáles menos, pero no aparece el rechazo que sí está presente en las respuestas de los varones”, detalló García.
Otro aspecto a tener en cuenta en el análisis de esta problemática es que las condiciones de la vivienda y del medio de los hogares pobres hacen que muchas de las tareas domésticas sean bastante más arduas, pesadas y en ocasiones más riesgosas que cuando se desarrollan en otros contextos más favorables.
De los testimonios de los nenes y nenas surge que las tareas domésticas que realizan abarcan el acarreo de agua, la preparación de alimentos, el aseo de la casa, el lavado de ropa, la realización de compras, el cuidado de hermanos menores, abuelos o padres enfermos, el cuidado de animales, hasta la colaboración en las tareas de autoconstrucción de la vivienda familiar. A García le llamó la atención que un amplio número de chicos entrevistados manifestaron sentir dolor de espalda como consecuencias de los trabajos que deben cumplir cotidianamente.
Cocinar y limpiar
“Las dos lavamos la ropa, a veces limpiamos pero yo me quedo mirando la novela, a veces hago todo yo sola, como ayer que lavé toda la ropa yo sola, con la lluvia, se secó y se volvió a mojar”, dice una nena de 12 años, sobre las tareas de la casa que realiza con su hermana de 13. Las dos cursan el 6º grado en una escuela de Rosario.
–La que cocina soy yo –agrega la de 13.
–Yo no porque le tengo miedo al fuego –aclara la de 12.
–¿Y qué cocinás? –le preguntó la investigadora.
–Guiso, sopa, lo que sea, todo lo que hace una madre.
Las dos hermanas fueron entrevistadas para el estudio de Unesco. Una de ellas, la mayor, dijo que empezó a cocinar cuando tenía apenas 8 años. Viven con su papá y dos hermanos más.
–Mi papá dice que si no sabés cocinar te fajan... –dijo la de 13.
–Te agarra tu marido después ... ¡ja!, ¡ja! –completó la de 12.
El día de la entrevista las dos habían faltado a la escuela. La investigadora quiso saber por qué no habían ido:
–Yo me quedé limpiando la cocina –dijo la menor.
–Yo dormí y limpié las piezas –explicó la mayor.
–¿Y tenían ganas de ir a la escuela? –insistió la investigadora.
–Sí –fue la única respuesta.
Hermanitos
La investigación se realizó a través de cuestionarios autoadministrados, es decir, contestados individualmente por cada chico para indagar sobre los usos del tiempo. Y también se hicieron entrevistas en profundidad a grupos de alumnos. En total, entre las tres escuelas participaron unos cuatrocientos niños y niñas. El estudio, financiado por la Fundación Telefónica, apuntó a investigar sobre los significados que se construyen alrededor de la problemática del trabajo infantil en el espacio escolar. También fueron entrevistados docentes y directivos.
La tarea de cuidar a hermanos más pequeños surge como habitual entre muchos de los chicos entrevistados. Una nena y un varón de 11 años, que cursan 5º grado en la escuela de Mendoza, contaron así sus experiencias cotidianas.
–¿Qué edad tiene ese hermano? –le preguntó la investigadora a la nena.
–Cinco años.
–¿Cómo lo cuidás, qué hacés con él?
–Lo cambio, le doy la leche.
El otro nene relató:
–Yo a veces estoy solo porque mamá tiene que salir.
–¿Te quedás sólo? –quiso confirmar la investigadora.
–Sí, con mi hermanito.
–¿Y qué hacés con tu hermanito, cómo lo cuidás?
–Cuando se porta mal le tengo que pegar.
–¿Le pegás?
–Sí.
–¿Y qué edad tiene tu hermanito?
–Ocho, es terrible el hijo...
“Cuidar a un hermanito implica calentar mamaderas, calcular la medida de la leche, acunarlo, cambiarle los pañales. Son tareas de un adulto. Si pensamos cómo queda al final del día una madre que todos los días se hace cargo de sus hijos pequeños, podemos imaginar el estado de estrés y tensión que tienen estos chicos y que pueden llegar a manifestar tirando una piedra, o pegando una piña –advirtió García–. Estas actividades los alejan del lugar de niños para meterlos precozmente en el mundo de los adultos.”
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