Mié 08.06.2016

SOCIEDAD • SUBNOTA  › OPINIóN

De la claridad de la ley a la oscuridad de la realidad

› Por Carlos Rozanski *

El noviembre de 2015, una niña wichi, de doce años, con retraso mental, que vive en el interior de la provincia de Salta, fue brutalmente violada. Hay ocho sospechosos –todos varones criollos—, procesados y en libertad. Estuvieron sólo tres meses demorados y luego fueron excarcelados. Al día de hoy, sólo uno de ellos volvió a ser detenido por haber incumplido su obligación de presentarse periódicamente ante la Policía local.

Según sostuvo Sigmund Freud en su célebre trabajo “El malestar en la cultura”, la fuente más importante de sufrimiento del ser humano es “la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad”. Agregó que “Nos negamos en absoluto a aceptarlo: no atinamos a comprender por qué las instituciones que nosotros mismos hemos creado no habrían de representar más bien protección y bienestar para todos”. De esa negación surge la mayor dificultad a la hora de intentar comprender el fracaso, en la práctica, de numerosas normas que en la teoría representan los paradigmas vigentes en materia de derechos humanos y sin embargo, no se traducen en la protección y el bienestar que señalaba el padre del psicoanálisis. Y según lo veo, el origen de la distancia en cuestión, no es otro que nosotros mismos, individualmente y como integrantes de las instituciones que a lo largo de los siglos hemos ido creando para regular las relaciones de los miembros de la sociedad. Argentina tiene una legislación magnífica sobre protección de sectores vulnerables (protección integral de niñas, niños y adolescentes, violencia de género, trata de personas, pueblos originarios, derechos sexuales y reproductivos, etc.). Sin embargo, una niñita wichi fue violada y a nadie le importó, no al menos con la intensidad y voluntad suficiente como para que tuviera aquella contención y protección que nuestras normas le garantizaban. Tuvo que sufrir y esperar 7 meses para una intervención quirúrgica que muy probablemente ni siquiera comprendió bien. Es difícil imaginar una vulnerabilidad mayor que la de esta chiquita de 12 años, sintiendo crecer en su vientre una criatura que el sistema sabía que padecía una malformación irreversible. Es como si todos los mitos, prejuicios, y estereotipos de género, edad y pertenencia social se hubieran conjurado para hacerle sentir a esta niñita lo barata que es su integridad emocional y física, y su propia vida en esta sociedad tan criolla e hipócrita como sus violadores. Cabe recordar una vez más que si las leyes no se aplican adecuada y oportunamente, son letra muerta. Y en estos temas referidos a sectores vulnerables, letra muerta significa casi siempre, niñas y mujeres muertas. Si las leyes son claras, como en nuestro país, los oscuros son los encargados de aplicarlas. Si no, esta niñita wichi no estaría sufriendo tanto, y además, sus violadores estarían presos.

* Juez federal

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