SOCIEDAD › CRONICA DE LA CIUDAD BAJO AGUA
Saltando los charcos
“Más que una alcantarilla eso parece un aguaviva”, graficaba con habilidad Roberto, mientras su mujer echaba insultos al aire y enseñaba sus jeans mojados hasta las rodillas. “Ya no se puede creer, todos los años dicen que están arreglando los desagües y lo único que veo es que cada vez se inunda más”, se quejaba Juan José ante el cronista de este diario, mientras intentaba cruzar la esquina de Richieri y Udaondo para tomarse el colectivo que lo llevaría a Once. Carteles de publicidad tirados en la vereda, botellas de gaseosa nadando con la corriente y pequeñas ramas de árboles cruzando las calles formaban parte del paisaje de la ciudad en el atardecer de ayer, luego de caídos más de 80 milímetros de agua.
Dos caras, ambas mojadas, mostraba Buenos Aires apenas pasadas las horas pico del temporal. La primera, casi dominical, en Costanera, donde predominaban unas pocas familias con nenes chiquitos y algunos valientes pescadores. La otra, en Núñez, La Boca, Villa Crespo, donde a las caras largas de los peatones se sumaban los bocinazos y las difíciles maniobras de los automovilistas para esquivar los charcos y árboles caídos.
Entre los curiosos paseantes de Costanera Norte se encontraban Lina, Antonio y su nieto Julián, de tres años, quienes se acercaron hasta el lugar “para que el nene vea las olas y los pescaditos”. “Vimos por televisión que el temporal se había calmado un poco y lo trajimos para que disfrute del paisaje”, explicaban a Página 12 los abuelos, mientras le acomodaban el piloto a su nieto. A unos metros de ellos estaba la familia Oviedo de Lomas de Zamora, con sus diez miembros entre abuelos, primos y nietos. “Venimos todos los lunes desde Lomas de Zamora en camioneta. Nos gusta pescar y hoy aprovechamos que el río está picado para ver si nos llevamos algún pejerrey”, contaban los Oviedo, orgullosos por no perder la costumbre “caiga lo que caiga”.
Sin embargo, el temporal y las consecuentes anegaciones no fueron motivo de alegría para la mayoría de los peatones porteños. Mientras pensaba cómo esquivar el charco convertido en laguna que cubría Libertador, entre Campos Salles y Manuela Pedraza, Ariana comentaba ofuscada: “Voy a perder el presentismo en el trabajo gracias a que las calles se inundan. ¿Cómo hago para explicarle a mi jefe que el gobierno es responsable de que llegue tarde?”. Y al igual que ella, Martín, en la parada del 101, protestaba: “Cada vez que llueve fuerte esto se convierte en un espejo de agua”. Para concluir irónico: “Si no arreglan los desagües los funcionarios van a tener que pensar al menos en dar clases gratuitas de natación”.