SOCIEDAD
• SUBNOTA › EL IMPACTO TERRICOLA
Y esto recién empieza
› Por Horacio Cecchi
Había que verlos a los boys festejando. “Yeah, fucking God!”, gritaban bajo los efectos de la fascinación cósmica. “¡Cáspita, miren eso!”, proferían al cielo los integrantes del equipo del JPL (Jet Propulsion Laboratory) de la Nasa en Pasadena, California, mientras se golpeaban las palmas de las manos unos a otros y una pantalla gigante regurgitaba las imágenes fantasmáticas del Tempel 1 y de la rosa de Hiroshima que surgía de uno de sus cráteres, el último de los miles de su superficie y el único genuinamente humano. Habían dado en el blanco. Los datos fueron cayendo como el polvo de estrellas que despedía el Tempel después del impacto: 431 millones de kilómetros de recorrido, 330 millones de dólares. Un viaje barato si se quiere, a razón de 1 dólar 30 el kilómetro.
Entre la profusión de datos, los JPL’s boys mostraron el entusiasmo habitual en las gestas del american way of life. “Hasta el presente se ignoraba completamente la estructura interna de los cometas”, deslizó uno mientras soltaba unos chillidos que sonaban como “hiiip hiiip”, y otro se animaba a agregar muy técnicamente y al borde del orgasmo: “La navegación fue perfecta, y el impacto fue mayor de lo que yo esperaba. No puedo imaginar que esto pudiera haberse desarrollado mejor”. Todo el programa mantuvo una cuidadosa imagen de investigación científica hasta ayer, cuando desbocados de alegría, y entre brindis con sparkle (champagne), los JPL’s boys no pudieron evitar la alegría de saber que doblegaron, conquistaron y desmoronaron cualquier resistencia intergaláctica posible.
Ya lo había dicho Juan José Saer, mucho más universal y terreno que cualquier proyecto de la Nasa, en su relato “Ligustros en flor”, en el que el protagonista, un astronauta, el primero en pisar la Luna, se miraba los pies durante las noches en su cama, recordaba sus pies removiendo el polvo lunar, y entre meditaciones reconocía que los proyectos espaciales tienen un 0,15 por ciento de pretensión filosófica, un 3,85 por ciento de intención científica, y un 96 por ciento de investigación militar. No recuerdo con precisión las cifras, pero la idea supongo que se entiende.
En ese sentido, el gran logro del programa podría decirse que fue la cámara fotográfica colocada en la punta del proyectil (llamado con el nombre científico de Impactor), que disparó fotos a medida que se acercaba al blanco, hasta segundos antes de agujerear la superficie de la víctima, y que permitió a los JPL’s boys alcanzar el clímax de la operación con imágenes que destilaban morbo militar. Basta suponer una camarita semejante, colocada en la punta de un Impactor más terrenal, disparado hacia objetivos enemigos, y tomando fotos de las fucking criaturas musulmanas, orientales o del color que fueran, en el preciso momento en que se transformen en una masa de tiempo invertido y todavía con tiempo para fotografiar su sorpresa. En el caso del proyecto científico, los JPL’s boys no lograron detectar aún rostros de alienígenas, pero no se descarta que aparezca uno.
Pero esto no acaba. El proyecto fue siempre el de investigar al cometa. Sea como fuere. Los científicos elaboraron tres posibilidades únicas: 1) que el Impactor hiciera un cráter del tamaño de un estadio de la NFL (National Football League); 2) que el Impactor diera su merecido a ese fucking cometa potato (papa) perforándolo de lado a lado; 3) que todo estallara por los aires o ausencia de aires en una fiesta para los ojos. Finalmente ocurrió la primera de las posibilidades. La más garantista de todas.
¿Ey you, habrás visto imágenes más orgásmicas? No man, sólo en los jueguitos y en Irak, man.
Nota madre
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