SOCIEDAD
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Desquite
› Por Leonardo Moledo
En el año de gracia de 1578, avanzada ya la Reforma, Andreas Celichius, obispo luterano de Magdeburgo, publicó una Advertencia Teológica, donde sostenía que un cometa estaba formado por la espesa humareda de los pecados humanos, que a cada momento subía hacia el cielo, llenándolo de hedor y de espanto, y oscureciendo la faz de Dios. Y allí la humareda de maldad se volvía cada vez más espesa hasta formar un cometa con trenzas rizadas, que finalmente se encendía a causa de la cólera divina y se transformaba en una advertencia de lo que la humanidad debe esperar si sigue desafiando los mandamientos del cielo.
Y dos mil años antes, en el año 1057 a. de C., el primer cometa registrado de la historia aparece en China en el Libro del príncipe de Huai Nan, participante en la marcha militar del rey Wu contra Zhou de Yin. Y en el 1066, cuando el cometa Halley realizó una de sus periódicas visitas, los normandos lo tomaron como presagio de que algún reino habría de caer, y se embarcaron confiados hacia Inglaterra. Allí, las huestes de Haroldo (el mismo que ofreció al rey de Noruega seis pies de tierra inglesa) lo leyeron como un presagio del fin que se aproximaba en la batalla de Hastings. El Halley volvió a aterrorizar a Europa en 1466, y siguió con el aura siniestra que lo rodeaba hasta que Edmond Halley en 1707, analizando los cometas de 1531, 1607, y 1682, llegó a la conclusión de que se trataba del mismo cometa que regresaba cada 76 años. Y predijo su vuelta para 1648, reduciendo a estos mensajeros de la ira divina, sometiéndolos a las poderosas leyes de Newton e incorporándolos como piezas de relojería al sistema solar.
Más tarde vendría su descripción exhaustiva, y su reducción al rango, nada despreciable, de objetos celestes, en un mundo hiperpoblado de criaturas extrañas, en el que los dioses no serían sino el colmo de lo rutinario y lo aburrido: masas de hielo, escombros de la formación del sistema solar, integrantes de un gran anillo helado en los bordes del sistema solar, testigos y restos de su formación, o viajeros errantes como el Halley. O como el Tempel I, cuya penuria alrededor del sol dura escasos 5 años.
Justo el Tempel I, que ahora recibió el impacto de un misil norteamericano como si fuera un habitante cualquiera de Bagdad. Y el impacto, cualquiera sea la justificación y el interés científico, tiene sabor a venganza. Durante tanto tiempo los cometas aterrorizaron al crédulo mundo, que no está del todo mal desquitarse un poco.
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