SOCIEDAD

“Dejaron quemarlos como ratas”

Por H. C.

“El primer día después del incendio vinieron algunos psicólogos, pero éramos un montón. Esto que pasó es muy grave, no da para que nos atiendan en grupo. Vino la chica y nos hizo sentar alrededor de ella. Eramos como veinte. ¿Cuánto se podía decir? Después se fue con otro grupo. Nosotros necesitamos que venga alguien y se siente con cada uno de nosotros en forma individual. Y si lleva mucho tiempo, es porque es importante. Nosotros no podemos soportar más.” La angustia le sale por los poros, no se detiene al hablar. Y no es el único. “Desde el sábado, a la noche muchos no podemos dormir. Se escucha que gritan cosas dormidos. Hay una banda de pibes que a la noche gritan ‘¡sacalo! ¡sacalo!’. Se sueña con los fantasmas todo el tiempo”, dice, y mira hacia la pared de ladrillos de cemento. Arriba, en la unión entre el techo y el muro, se ven grietas, hendijas que se adivinan por la mancha negra que nace del otro lado y se arrastra por el techo hacia la ventana. Deben de ser los fantasmas.
“Lo del motín es mentira, qué motín. Cuando vimos en televisión que los de los derechos humanos decían que no había sido un motín, por primera vez escuchamos que toda la sociedad escuchaba lo que nosotros decimos. Nos pusimos a aplaudir todos”, dice y la piel seca y cicatrizada a golpes no puede ocultar el rastro emocional.
“Después de que pase esto, qué va a ser de nosotros”, se pregunta otro. Los dos están sentados juntos. El primero le pasa el brazo al otro por encima del hombro. Tiene las cejas depiladas, señal carcelaria de que se la banca. Tiene tatuajes que le nacen del pecho y lo envuelven. No es el único.
El pabellón del buen trato (hasta el sábado pasado) cambió brutalmente sus proyectos. A algunos les faltan días para salir, pero el incendio, los fantasmas, y especialmente la burocracia penitenciaria que quedó congelada por el fuego retrasan todo, y entre todo está la libertad. No es un retraso cualquiera, no es perder el subte o el colectivo. En el retraso, en las horas que se extienda por demás la permanencia en un penal se juega la propia vida. Y en especial si el demorado denuncia al Servicio Penitenciario.
“Los dejaron que se quemaran como ratas. Digo yo, todo el mundo dice que somos la lacra de la sociedad, pero estos tipos son peores. Nosotros estamos pagando por lo que hicimos. Ellos no. Siempre salen parados, hacen negocio con nosotros y después, si decís que te tratan mal, te matan. Mirá qué lacra.”
“Cuando volvíamos –dice el compañero, el de las cejas depiladas porque se la banca–, nos querían esposar.” Se refiere al momento en que, después de sacar a compañeros del horno, vivos o muertos, nadie lo sabía, los cargaban en mantas y entre cuatro, siempre hablando de presos porque nadie más estuvo allí dentro, entre cuatro llevaban su carga por el túnel hasta el control, a unos sesenta metros, más allá de la otra boca de incendio que sí funcionaba pero que tenía una manguera tan corta que no llegaba al fuego, pasaban el control que había sido abandonado por la guardia, llegaban al puesto sanitario que había sido abandonado por los médicos y se los entregaban a los otros presos que hacían de médicos y le ponían por unos segundos la mascarilla al compañero que a lo mejor respiraba, con el único tubo de oxígeno que había en el penal, y volvían a buscar más, mientras otros compañeros trasladaban los cuerpos y las mantas hasta la puerta de ingreso, donde había quedado la guardia, del otro lado, obviamente. A la vuelta, algún grupo de guardias que había quedado dentro intentaba esposarlos. “Pero ya no daba, nos escapábamos.”

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