Más allá de cuestionar la manipulación de cifras de pobreza de Lavagna, el experto en temas sociales Marcelo Posada plantea que lo importante es discutir qué estadísticas se requieren para la aplicación efectiva de políticas públicas.
Por Marcelo G. Posada *
La discusión planteada en estos días en torno de las mediciones oficiales sobre los niveles de pobreza e indigencia abre la oportunidad para reflexionar, precisamente, en torno de qué se mide cuando se releva la pobreza o indigencia. Que la década del ‘90 constituyó un punto de clivaje en la evolución de la sociedad argentina es un dato indiscutible. Que los efectos de la reestructuración económica llevada a cabo bajo la égida de la convertibilidad fueron catastróficos para vastos sectores de la población (a la par que ampliamente beneficiosos para otros también importantes segmentos de la población) tampoco se discute. Ahora bien: de acuerdo a cómo se mida, según qué parámetros se tomen, tales afirmaciones se deben relativizar.
Por ejemplo, si se mide la pobreza según los indicadores de Necesidades Básicas Insatisfechas, confrontando los resultados de los Censos Nacionales de Población de 1991 y 2001, se observará que disminuyó. Lo cual, por cierto, es un argumento a favor de los defensores de las políticas sociales y económicas implementadas en aquellos años: las cifras son incontrastables, la pobreza por NBI disminuyó. Ahora, tomando los resultados que arroja para el mismo período la Encuesta Permanente de Hogares, donde se mide la pobreza y la indigencia según el nivel de ingresos, la conclusión es otra: ambas se incrementaron tremendamente. Y mucho más aún luego de la salida de la convertibilidad.
Entre uno y otro ejemplo, por cierto, existen múltiples diferencias metodológicas. De hecho, uno es un censo y otra una encuesta; uno cubre la totalidad del universo poblacional del país, la otra sólo se concentra en los conglomerados urbanos más importantes (hoy, 31); uno es desagregable a nivel de jurisdicción política menor (departamento o partido), la otra sólo ofrece datos agregados a niveles de conglomerados (o a lo sumo, grandes subdivisiones internas de éstos).
Se sabe que las estadísticas no mienten. Quienes sí puede hacerlo son quienes las diseñan en función de sus intereses, quienes manipulan sus datos para obtener determinados réditos personales o políticos, quienes dicen medias verdades a partir de lecturas parciales, y quienes extrapolan datos sin guardar los mínimos recaudos metodológicos. Y en estos días, con la difusión del peculiar cálculo elaborado en el Ministerio de Economía, esto se ha visto comprobado.
Lamentablemente no salió una voz oficial desde el Indec a, por un lado, cuestionar la validez metodológica de lo realizado en Economía, ni por el otro a rescatar y resaltar el papel que le toca cumplir como organismo estadístico público nacional (y por ende, no dependiente de gobiernos, sino de políticas de Estado, de políticas estadísticas, más precisamente).
Más allá de la discusión que hubiera sido deseable que se entablara entre Economía y el Indec, esta circunstancia abre la oportunidad de reflexionar en torno de cómo se diseñan e implementan los relevamientos estadísticos en torno de la situación de pobreza e indigencia que se vive en la Argentina.
Si se quiere: es oportuno preguntarse si los relevamientos disponibles son útiles en tanto que proveedores de insumos para el diseño de políticas públicas. Lo importante es discutir acerca de qué estadísticas se requieren para disponer de datos ciertos, en tiempo y forma, útiles para la confección y la aplicación de políticas públicas nacionales, provinciales y municipales.
Que los censos son necesarios, ¿quién lo duda?; que la EPH es toda una institución en la estadística nacional, ¿quién lo puede discutir?; que lo que hizo Economía es, cuanto menos, debatible, ¿quién lo pone en cuestión?
Ahora, ninguno de todos esos instrumentos estadísticos logra captar plenamente la realidad de la pobreza y la indigencia en la Argentina. Ni los aspectos estructurales, ni las fluctuaciones en los niveles de ingresos, ni la inclusión de los beneficiarios de los planes sociales enla contabilidad de pobres o indigentes, expresan acabadamente la complejidad social, material y cultural de la pobreza y la indigencia.
Lo que se requiere, como nunca, es imaginación. Imaginación y decisión.
Imaginación para diseñar nuevos instrumentos de relevamiento que sean capaces de captar plenamente aquella heterogeneidad, combinando los factores estructurales de la pobreza con sus perfiles señalados por el nivel de ingresos, a la par que sean instrumentos con una espacialización distrital que facilite el acceso al dato específico a los gobiernos locales. Y decisión para que el Gobierno deje de manipular (directa o indirectamente) las estadísticas y facilite el pleno desarrollo autónomo del Indec, como ocurre con los institutos estadísticos de los países desarrollados.
* Especialista en temas sociales.
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