QUIEN PULSA LOS HILOS EN LA CRISIS DE MEDIO ORIENTE
La diplomacia del petróleo
El fantasma de un embargo petrolero como en 1973 vuelve a circular en Medio Oriente. Pero no lo habrá, porque los árabes están en alza.
Por Claudio Uriarte
Por Claudio Uriarte
Ocurre siempre ante cada crisis importante de Medio Oriente, y volvió a ocurrir esta semana en la plegaria de los viernes que conduce en Teherán el ayatola Alí Jamenei: “El mundo islámico –dijo el líder espiritual y jefe militar de Irán– debería usar el petróleo como forma de expulsar a los sionistas de Palestina (...). No digo que haya un corte definitivo sino de apenas un mes, de manera simbólica. Si (los países occidentales) no recibieran petróleo, sus industrias pararían, y esto movilizaría al mundo”. Un pedido similar ya había sido formulado el lunes por la prensa oficial iraquí.
Esto ocurre ritualmente y ritualmente la demanda es rechazada, por Arabia Saudita y el resto de los países que componen la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que generan el 30 por ciento de la producción mundial. Pero en esta ocasión, el paso de comedia viene repleto de ironías involuntarias. A casi 30 dólares por barril, debido a las presiones psicológicas de la crisis político-militar de Medio Oriente, el petróleo puede empezar a estar demasiado alto, tanto para los intereses de unos Estados Unidos donde la recuperación es frágil, o por lo menos se demora, como para una Arabia Saudita que prefiere vender más a menos precio –porque tiene las reservas para hacerlo– que países como Irak e Irán –que quieren lo opuesto por las razones exactamente opuestas–.
Pero no está claro qué va a hacer la OPEP en caso de un desborde mayor. Durante las últimas semanas, el cártel insistió en mantener los techos a la producción. Y aquí entran las ironías involuntarias. Porque, aunque Jamenei no pueda reconocerlo, el mundo islámico ya está usando el petróleo “como forma de expulsar a los sionistas de Palestina”. Claro que la palanca que está usando para hacerlo pueda resultar inesperada. Se trata de la administración Bush, más o menos en pleno.
George W. Bush, Dick Cheney, Colin Powell y Condoleeza Rice son gente que pasó la mayor parte de los últimos 10 años en la posiciones clave –por la relación de todos ellos con la política exterior– de la industria del petróleo. Cheney, en particular, ganaba un millón de dólares por mes como CEO de la empresa de servicios energéticos Halliburton. Con esa clase de dinero, cualquiera deja de ser un empleado de una compañía para convertirse en un hombre de ella. Eso es lo que Cheney hizo desde su ingreso a la administración, promoviendo una liberación del mercado de energía que favorecía, claro, a Halliburton –entre otras compañías–.
Desde enero de este año, la política estadounidense hacia Medio Oriente vira cada vez más hacia la connivencia con los países productores, y cada vez más lejos de las prioridades militares del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, que se ha ido eclipsando del primer plano a medida que languidecía la guerra afgana, el punto más alto de su protagonismo. Ese es el sentido de una gira de Cheney por los países petroleros que empezó con el pretexto de armar una inverosímil coalición contra Irak y terminó en la decisión de reforzar la presión sobre Israel por medio de una tercera misión mediadora del general retirado Anthony Zinni.
La misión fracasó entre un rosario de nuevos atentados palestinos, y los tanques israelíes entraron en Cisjordania. Entonces, luego de días de silencio aquiescente, Bush anunció un nuevo envío de Powell a la región -también en su tercera misión– y exigió que Israel retirara sus fuerzas de los territorios ocupados. Jamenei no lo hubiera dicho mejor.