CRITICAS
DESDE LA IZQUIERDA
Buenas
intenciones
Por
Eduardo Crespo *
El publicitado Plan
Fénix fue presentado a la sociedad como un plan cuando en realidad
no es más que un conjunto de posiciones dispares y contradictorias.
Pese a que usufructúa del prestigio que otorga haber nacido en
las más altas esferas de la Universidad de Buenos Aires, ningún
documento surgido de las filas del Fénix presenta un diagnóstico
que ayude a entender la actual debacle que sufre el país, sino
que por el contrario ofrece un largo menú de medidas fundadas sólo
en las buenas intenciones. Al igual que la mayoría de los dirigentes
políticos que integran el indefinible campo del progresismo,
la mayoría de los documentos condenan a un abstracto neoliberalismo
pero prudentemente pocos brindan alguna medida que suponga un distanciamiento
con los sectores de poder. A modo de ejemplo, el artículo de Hopenhayn
y Vanoli espera contar con el apoyo financiero de los organismos
multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial, BID) para
programas sociales y de infraestructura, así como para el fortalecimiento
inicial de las reservas internacionales de la Argentina, necesario para
recuperar la confianza en la moneda nacional.
Más curioso aún resulta el planteo de Mercedes Marcó
del Pont, quien por un lado considera que se debe enfrentar al pensamiento
único y, por otro, que el desfalleciente Estado argentino
tiene que continuar con los pagos de los compromisos externos con
los organismos internacionales, haciendo uso de las reservas si el cronograma
de vencimientos así lo impusiera.
Pese a que la mayoría de sus integrantes coinciden en la necesidad
de promover un shock redistributivo al tiempo que subrayan
la necesidad de que el crecimiento sea acompañado por la equidad,
en los documentos originales del Fénix se encuentra una explícita
defensa de la devaluación. En este punto, al igual que sus homólogos
derechistas locales y el FMI, si sus propuestas tienen algún éxito
como sucede en los países desarrollados, esto confirma la validez
de las mismas, cuando fracasan como en América latina, invocan
la falta de pericia, la debilidad, la corrupción o la simple traición
de quienes tenían la responsabilidad de ejecutarlas. Vistas las
consecuencias de la tan reclamada devaluación del peso ahora hablan
de una devaluación desordenada y sostienen que Duhalde
perdió una gran oportunidad.
El Fénix despierta lógicas esperanzas de renovación,
pero la mayoría de sus integrantes, hay que decirlo, han deambulado
por los distintos gobiernos nacionales y forman parte del elenco estable
de la UCR, el Frepaso y hasta hace pocas semanas algunos ocuparon cargos
en el gobierno de Duhalde. Pero la principal limitación del Fénix
no es el pasado de sus integrantes sino el sistemático olvido de
ese pasado que en modo alguno permite que se aproveche la experiencia
histórica con el fin de evitar nuevas frustraciones. Un dato que
pasa inadvertido en todos los documentos del Plan Fénix es que,
exceptuando el año 1995, las opciones derechistas no han ganado
elecciones en la Argentina, son los dirigentes de ideología afines
al Fénix los que invariablemente han ido a buscar a Cavallo, Roque
Fernández, López Murphy, Alsogaray. Los funcionarios del
FMI no están definiendo el rumbo de la política argentina
desde un gobierno de facto que ilegítimamente usurpó el
poder constituido, son los dirigentes de raigambre popular quienes lastimosamente
apelan a su misericordia. Deacuerdo con los integrantes del Fénix
no parecen existir causas estructurales que expliquen estos desengaños.
Para revertir la decadencia nacional alcanza con tomar la decisión
política de abandonar el neoliberalismo. En palabras
de Ferrer la crisis es un problema de identidad y de autoconfianza
y se debe al predominio de la mala doctrina. El documento
que recientemente presentaron a la sociedad tiene llamativas coincidencias
con la Carta a los Argentinos que en 1998 suscribieran los
líderes de la Alianza.
* Economista.
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POSICION
DE UNO DE LOS AUTORES
Basta de parches
Por Marcelo R.
Lascano *
En una atmósfera
donde la superficialidad y la frivolidad terminan sofocando a la cultura,
en septiembre del año pasado apareció en la Argentina el
Plan Fénix, cuya segunda versión, ajustada a los significativos
cambios registrados desde entonces, se presentó también
en la Facultad de Ciencias Económicas el 19 de abril pasado.
En el enfoque dominante se exhibieron como éxitos la estabilidad
monetaria-cambiaria, que ciertamente existió, aunque sin reparar
que ello fue a expensas del sustento que siempre la legítima técnicamente:
decadencia productiva, desindustrialización, desempleo y miseria,
endeudamiento e insolvencia pública y privada, y lo peor, una inconveniente
sensación de fatiga y de frustración.
El desarrollo con equidad constituye el paradigma del Plan Fénix.
Se parte de la base, si me permite, de volver al orden natural de la vida
económica, que no tiene por qué ser incompatible con la
estabilidad del sistema y la felicidad del pueblo, como rezan mandatos
constitucionales. El plan contempla proposiciones de política económica
dirigidas, precisamente, a enfrentar una situación que no resiste
más parches, a menos que se trate de impugnar los dictados de la
sana razón, cosa que a veces sucede.
Se han adoptado todos los recaudos técnicos para que el restablecimiento
del desarrollo y el empleo no desequilibren el funcionamiento del sistema.
En esa inteligencia y en un contexto monetario adecuado, el reordenamiento
fiscal en términos de dotar de racionalidad y eficiencia al gasto
público y de abortar impertinentes focos de evasión tributaria,
afirman un escenario satisfactorio para la estabilidad monetaria-cambiaria
sobre bases científicas y no apoyada en esquemas reductivistas.
En el frente externo, por ejemplo, la reprogramación acordada de
la deuda y la renegociación con los organismos multilaterales a
partir de un programa propio y consistente, generan el clima propicio
de orden que los acreedores reclaman sin encontrar todavía respuesta.
Así como la disciplina fiscal, bien entendida, constituye un importante
requerimiento para restablecer la normalidad y el crecimiento, la significativa
vulnerabilidad externa de la economía argentina demanda un renovado
enfoque cambiario. Este debería contemplar el intercambio con el
resto del mundo, el futuro de los mercados regionales, la implantación
de una refinada diplomacia económica, comercial y financiera, entre
otras cosas, dado que sin inserción internacional con personalidad
propia, los frutos de la integración y de la globalización
y la satisfacción de los servicios de la deuda y las transferencias
del capital extranjero se volverían quiméricas.
La tasa de cambio, en ese enfoque, puede ser la columna vertebral del
sistema de relaciones internacionales para el desarrollo con justicia.
El Plan Fénix propicia un régimen cambiario compatible con
la preservación de la estabilidad monetaria que constituye la misión
medular del Banco Central. Las alteraciones que pueda registrar la tasa
de cambio en un régimen sujeto a flotación, no tiene porqué
perturbar el comportamiento productivo, según lo testimonia la
abrumadora mayoría de casos en la actualidad. Es claro, para que
la estabilidad cambiaria constituya un factor clave en el desarrollo con
justicia y en la inserción internacional del país, el plan
lleva implícito el resguardo de la consistencia macroeconómica
como requisito inexcusable, de modo que las aventuras devaluatorias tan
temidas son ajenas a su concepción.
Si el necesario debate se impusiera alrededor o no del Plan Fénix,
ello significaría un importante avance cultural. Pero, es claro,
el documento debe leerse sin los prejuicios que dominan las mentes estrechas
o nostálgicas, que por doquier dan por supuesta la presencia de
los fantasmas que mansamente acorralan sus concepciones, privándolos
del placer de ver algo de luz, de esa luz que son capaces de compartir
los espíritus libres y generosos para con sus semejantes.
* Economista
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