LA RESPONSABILIDAD DEL FONDO MONETARIO EN LA CRISIS REGIONAL
Fallas del gendarme
El economista principal de la candidata a la Presidencia Elisa Carrió explica cómo se distorsionó el objetivo del FMI, para transformarse en representante de los intereses del capital concentrado.
Por Ruben Lo Vuolo *
El FMI nació para ordenar monetariamente a los países desarrollados y para acomodar los desajustes entre países deudores y acreedores resultantes de los desequilibrios de las balanzas comerciales. Sin embargo, y principalmente por sus funciones de vigilancia y condicionalidad, con el tiempo terminó siendo el gendarme económico de los países en vías de desarrollo y el representante de los intereses del capital concentrado.
Con algunos retoques, la visión del FMI no ha variado sustantivamente en las últimas décadas. Su posición es que el exceso de crédito doméstico es lo que provoca dificultades del balance de pagos, por lo que el ajuste implica disminuir el crédito doméstico, desestimando toda medida de control cuantitativo directo de los pagos al exterior. En términos generales, los programas del FMI tienen como objetivo definir un nivel de reservas y deducir un nivel del crédito que sea compatible con éste. Así, buscan reducir la demanda interna como forma de equilibrar el balance de pagos. Por eso siempre reclaman el ajuste fiscal, en tanto entienden que la política fiscal es a la vez fuente de demanda autónoma y fuente de oferta monetaria por la contrapartida monetaria del déficit. La restricción del crédito es fundamentalmente del crédito al Estado.
A partir de la crisis de la deuda, el FMI ha jugado también un rol preponderante como intermediario entre deudores y acreedores. Bajo la hipótesis de que los desequilibrios son transitorios, el objetivo de estabilización de la demanda ahora también sirve para permitir que el deudor mantenga su reputación, actuando en tres frentes:
1. El de la demanda, mediante reducción de los desequilibrios presupuestarios y monetarios.
2. El de la oferta, con políticas de precios y de cambios.
3. El de la deuda, con reprogramación para permitir el pago de intereses.
A lo anterior, el FMI suma la presión para remover las instituciones que implican control al funcionamiento de los mercados libres, para que el país se incorpore a la globalización financiera. Avanzan así los programas de ajuste estructural inspirados en el Consenso de Washington, que colocan en connivencia al FMI con el Banco Mundial: apertura comercial, liberalización financiera, ajuste de las finanzas públicas y privatización, eliminación de las restricciones cuantitativas y arancelarias a las importaciones son las principales recomendaciones. El FMI no predica una determinada política de cambios, pero su obsesión con la globalización financiera hizo que, desde el Plan Brady, apoyara políticas de anclaje de tipo de cambio junto con el libre flujo de capitales. La entrada de capitales a los países así emergentes generó la ilusión de un reequilibrio del balance de pagos, pero sostenido sólo en la cuenta corriente. El resultado no podía ser otro que crisis financieras de variadas proporciones que se repiten en varios países que siguieron estas recomendaciones.
El error central del modelo de ajuste del FMI es que trata el problema del sector externo como una crisis de liquidez, cuando es una crisis de solvencia. El resultado es mayor endeudamiento, ajuste permanente... y peor solvencia. El momentáneo reequilibrio del balance de pagos no sólo es limitado sino que además aumenta las desigualdades por las políticas de ajuste estructural. La restricción a la inversión pública afecta la formación de capital indispensable para el desarrollo y los mercados no se consolidan porque la rentabilidad de las empresas privadas depende más del manejo financiero que de su éxito productivo. La suba de tasa de interés no fomenta el ahorro sino la especulación y la fuga de capitales, todo lo cual complica el funcionamiento del sistema financiero. Los problemas estructurales de la economía real no son tenidos en su modelo.
Problemas adicionales surgen de la falta de una visión sistémica al momento de las crisis. Por ejemplo, la devaluación se recomienda a varios países que exportan a los mismos mercados o que incluso tienen acuerdoscomerciales. En lugar de promover políticas conjuntas, se pretende aislar a los países con tratamientos autoritarios y discriminatorios que impiden la posibilidad de plantear políticas comunes para la deuda o para el mercado de cambios. El error es mayúsculo: ¿cómo aislar países a los que se les vendió apertura sin amortiguadores?
La historia demuestra que el FMI ha cometido muchos errores en su tarea, pese a que es la única institución que cuenta con los instrumentos para tener una visión multilateral de la evolución económica y financiera internacional. El FMI tiene toda la información para saber lo que sucede en cada país y su Consejo de Administración conoce todos los programas ejecutivos. No hay manera de justificar la falta de responsabilidad del FMI en la crisis de Argentina y de otros países.
Si el FMI quisiera realmente tener una conducta responsable, debería reconocer honestamente lo anterior. Lo cierto es que hoy está seriamente cuestionada su función en la gestión de la liquidez internacional, el establecimiento de un sistema de pagos, la expansión del comercio, el mantenimiento de los equilibrios del balance de pagos y de la liquidez internacional. Por el contrario, avanza su papel como corporación política que presiona en asuntos internos, como lo demuestra su accionar, entre otras cosas, en la Ley de Subversión Económica, la de Quiebras y ahora por las tarifas de servicios públicos privatizados. Si el FMI pretende salvar su deteriorada imagen de este modo, está equivocado. Así profundiza y expande la crisis, al tiempo que queda cada vez más pegado con sus responsables locales.
* Investigador del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp) y economista principal de Elisa Carrió.