Domingo, 23 de abril de 2006 | Hoy
El gigante asiático sustituye a México como segundo socio comercial de Estados Unidos. Washington y Pekín mantienen una intensa relación económica marcada por la suspicacia.
Por Jose Reinoso desde Pekin *
Un socio, un competidor; una oportunidad, una amenaza. Son palabras que están tanto en el ánimo de los políticos chinos como de los estadounidenses cuando se trata de definir sus relaciones bilaterales. Son palabras aplicables en el campo de la política internacional, donde comparten visión en asuntos como la lucha contra la proliferación nuclear, pero sobre todo en el comercial. Washington ve al Imperio del Centro como la superpotencia emergente en las próximas décadas. De hecho, China superará este año a México como segundo socio comercial de EE.UU., sólo por detrás de Canadá.
China y EE.UU. comparten enormes intereses económicos, hasta el punto de que se prevé que el país asiático supere este año a México como segundo socio comercial estadounidense. Sus relaciones (que ascienden a 285.000 millones de dólares anuales) están marcadas por la tensión debido a la política monetaria china, la competición por las fuentes de energía y las acusaciones de infracción de los derechos de propiedad intelectual.
El déficit comercial de Estados Unidos con China alcanzó el año pasado 202.000 millones de dólares, lo que, según Washington, se debe en buena parte a lo que considera la manipulación china de su moneda. Aunque Pekín revaluó un 2,1 por ciento en julio el yuan (o renminbi) y puso fin a su dependencia única del dólar al ligarlo a una cesta de divisas, Washington afirma que el país asiático continúa controlando sus movimientos. Algunas estimaciones señalan que el renminbi está infravalorado hasta un 40 por ciento, lo que proporciona una ventaja competitiva a los fabricantes chinos. Algunos senadores han amenazado con imponer aranceles a las exportaciones chinas.
Pekín ha dicho que es “poco científico e injusto” ser culpado de todos los males comerciales estadounidenses; una visión que comparten muchos economistas, que aseguran que la voracidad de los consumidores norteamericanos por los artículos baratos chinos y la baja tasa de ahorro del país han contribuido al déficit.
La emergencia económica del Imperio del Centro también preocupa por las consecuencias que tiene sobre la búsqueda de energía y materias primas. En los últimos años, Pekín ha multiplicado la diplomacia del petróleo, tejiendo alianzas energéticas desde Asia central a Oriente Próximo, desde Africa a Latinoamérica, en busca de los recursos de los que carece. Además, la Administración Bush desaprueba que el equipo de Hu Jintao no tenga inconveniente alguno en firmar contratos en países vetados por EE.UU. como Sudán o Irán. China superó en 2003 a Japón como segundo consumidor mundial de petróleo, e importa el 40 por ciento del crudo que consume; en 2020 se prevé que alcance el 70.
Otro motivo de enfrentamiento es la piratería intelectual, desde películas a ropa, perfumes o programas informáticos, que está extendida por toda China; un problema contra el que Pekín se ha comprometido a incrementar la lucha. El gobierno ha dictado recientemente la obligatoriedad de instalar sistemas operativos originales en todos los ordenadores fabricados e importados en el país, para deleite de firmas como Microsoft. Por su parte, China ha pedido a Washington que levante las restricciones de seguridad a la exportación de determinados productos de alta tecnología. La nueva generación de líderes chinos, que encabeza Hu Jintao, se vio obligada a dar un giro a la política del anterior presidente, Jiang Zemin, ante los desequilibrios generados por la vertiginosa industrialización del país. Ahora se da prioridad al desarrollo de las zonas rurales. El mes pasado, durante la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional, el gobierno presentó un conjunto de medidas destinadas a elevar el nivel de vida en el campo y a favorecer un desarrollo sostenible en el que, según dijo, ya no vale el crecimiento a cualquier precio. Pekín necesita que su economía aumente un mínimo del 7 por ciento cada año para absorber el fuerte desempleo originado por la reestructuración de las empresas públicas y mejorar la situación en las zonas rurales, dejadas atrás durante la última década. Máxime cuando las desigualdades sociales creadas han alcanzado tal nivel que se han convertido en una amenaza a la continuidad del proceso y en un riesgo para la supervivencia del Partido Comunista Chino.
Es por ello que el gobierno insiste en que su interés principal es mantener la “estabilidad”, tanto en la esfera nacional como en la internacional, para proseguir con la transformación económica lanzada por Deng Xiaoping hace 27 años. China es partidaria de los cambios progresivos y teme cualquier medida que pueda desestabilizar y frenar un proceso que le ha permitido crecer a una media del 9,6 por ciento anual en el último cuarto de siglo.
Esa estabilidad pasa por mantener controlado el cambio del yuan para impedir cualquier ataque de eventuales especuladores. Durante su estancia en Seattle, en el segundo día de su viaje a EE.UU., Hu Jintao dejó en claro que pese a las presiones de Washington para que revalúe su moneda, sólo actuará conforme a las “necesidades nacionales”.
*Del El País de Madrid. Especial para Página/12.
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