LAS ECONOMIAS REGIONALES
Existen fallas gubernamentales y de mercado en la vinculación con las economías regionales, que quedan en evidencia con las limitaciones en los “Planes Integrales o Estratégicos” de la Secretaría de Agricultura.
› Por Claudio Scaletta *
Quizá las limitaciones más graves de la acción gubernamental en las economías regionales no se encuentren en la eficiencia de las burocracias ejecutoras. Tampoco en las tensiones entre los actores, ni en la falta de recursos públicos para promover las acciones. Es probable que existan también problemas de diagnóstico; una escisión entre los instrumentos que es capaz de brindar la teoría económica y la práctica cotidiana de los hacedores de política. Un ejemplo lo brindan los “Planes Integrales o Estratégicos” con los que la Secretaría de Agricultura intenta abordar el devenir de los circuitos productivos regionales. Los Planes Integrales que hoy se impulsan para los complejos olivícola, arrocero y frutícola, entre otros, tienen un objetivo inicial loable: terminar con las viejas prácticas clientelistas con las que hasta ahora se intentaron resolver las tensiones centrales de los complejos agroindustriales.
El clientelismo operó por la vía de subsidios a los sectores más débiles: los productores primarios, subsidios que muchas veces fueron capitalizados por los agentes más organizados de las asociaciones gremiales. El problema de estas transferencias reside en que por lo general funcionaron como paliativos de corto plazo para el “efecto” del conflicto principal: los bajos precios recibidos por la primera venta. Que un productor primario deba recibir un subsidio para tareas culturales presupone que el precio recibido por su producción está por debajo de la suma de costos de producción más un beneficio razonable, situación que puede responder a dos situaciones principales: es un productor ineficiente bajo las actuales condiciones de mercado, o bien existen problemas con los mercados. También, por supuesto, una combinación de ambos factores.
Que un productor sea ineficiente se debe a muchas razones, incluso subjetivas o hasta psicológicas, pero lo que importa desde la perspectiva económica es otra cosa. La pérdida de eficiencia en los casos, por ejemplo, de los circuitos olivícola, frutícola o vitivinícola, se origina, entre las razones más destacadas, en la falta de reconversión productiva en tiempo y forma de los montes (sea en materia de sistemas de conducción o de variedades demandadas, o de ambas) y en la imposibilidad de alcanzar las nuevas escalas y requerimientos de capital que demanda la producción. Abordar estos problemas por la vía de los subsidios puede aportar a resolver problemas sociales de corto plazo, pero desde el punto de vista económico sólo prolongan la agonía. Terminar con esta clase de subsidios, como se aspira desde los Planes Integrales, puede ser un paso adelante en la medida en que también se contemple el destino de los sectores más débiles.
En cuanto a los problemas de mercado, existen menos dudas. Los complejos agroindustriales, en la Argentina y en el mundo, pueden caracterizarse en general como oligopsonios, pocos compradores adquieren la materia prima de una multitud de oferentes, lo que supone una asimetría de poder que, por lo general, se traduce en una extracción diferencial de excedente económico. Un productor eficiente puede absorber esta extracción diferencial por parte del “eslabón superior” sin que se vea comprometida su permanencia en el circuito (su reproducción simple y ampliada del capital); uno con problemas de eficiencia, no (pues no alcanzará la reproducción simple).
Los Planes Integrales pretenden que los sectores privados, incluyendo la totalidad de los agentes de las cadenas de valor, propongan un programa de consenso para la evolución de largo plazo de cada uno de los circuitos que integran. La idea también es loable, presupone la creación de “autoconciencia” sobre los problemas comunes y evolución de los circuitos, y la eliminación de la idea de que será la iluminación gubernamental –temprana o tardía– la que solucionará todos los escollos. Subsiste, sin embargo, un problema de fondo. El consenso perseguido presupone que quienes detentan un poder de mercado diferencial que les permite obtener una ganancia también diferencial, lo resignen voluntariamente en aras del bienestar general. Quizá no sea así como funcionen “los mercados”.
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