Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
FUERTE SUBA DE CEREALES Y OLEAGINOSAS
El precio internacional de los cereales ha registrado un alza espectacular en los últimos meses. Se abre la alternativa de un incremento en las retenciones.
Por Claudio Scaletta
El tema por excelencia en el sector agropecuario continúa siendo la disparada de los precios de los cereales. Esta semana en Rosario la soja superó los 800 pesos la tonelada, 50 por ciento más que un año atrás y 100 pesos más que hace un mes. Aunque los productores locales no pueden disfrutarlo por el virtual cierre de las exportaciones, el trigo en Chicago pasó de 270 a más de 340 dólares la tonelada el último mes. Si las exportaciones de trigo se reabriesen con estos valores, el impacto en el Indice de Precios al Consumidor no sería menor.
La explicación conocida reside en el mix del inicio del ciclo mundial de los biocombustibles con la continuidad de las revoluciones industriales asiáticas. Finalmente, aunque muchos profesionales locales se empeñen en demostrar lo contrario, la economía es una ciencia que, como tal, permite predicciones. Pero la continuidad de los aumentos, aunque previsible, no deja de sorprender por su carácter arrollador. Esta semana la Unión Europea analizó la eliminación de cualquier traba a las importaciones de cereales. En Francia los consumidores no dejan de quejarse por el precio de la baguette y en Italia todavía hace ruido la protesta por el precio de las pastas. Estos son sólo dos emergentes de un debate que recién se inicia.
En la Argentina, en tanto, con materias primas y Manufacturas de Origen Agropecuario como estrellas del intercambio con el exterior, el balance comercial seguirá de parabienes. Algunas señales no pasan inadvertidas: la liquidación de divisas de los exportadores aumentaron este año un 50 por ciento. Y esto es sólo lo que se liquida en base a las declaraciones FOB.
Pero no todo será bonanzas. Puede preverse que los mayores ingresos del campo volverán a ser eje de conflictividad con el sector público. En las corporaciones agrarias temen que el Estado, vía aumento de retenciones, vuelva a meterse en la fiesta. Para los hacedores de política siempre es una tentación una gran masa de recursos de relativamente fácil captación. Los hombres de campo, finalmente, no forman parte del núcleo duro de las alianzas del Gobierno. La persistencia en el discurso ruralista de posiciones ultramontanas cercanas a la tradición de los ’90 contribuye poco a los acercamientos. Los empresarios del agro, está claro, siguen prefiriendo un modelo con tipo de cambio más bajo sin retenciones por la sencilla razón de que cuando más primaria es una actividad más escindida se encuentra hoy de los costos de producción internos. La combinación “tipo de cambio competitivo más retenciones” comienza a sumar en el haber a medida que aumenta el valor agregado y la mano de obra demandada.
Las reuniones de esta semana de Miguel Peirano con los economistas del Plan Fénix agitaron el avispero. Una de las propuestas del grupo es un manejo más intenso de las retenciones agrarias. No sólo como instrumento para el siempre necesario refuerzo del superávit primario, sino también para el control de precios internos –especialmente en el caso del trigo– y, adicionalmente, para reencauzar algunos desequilibrios productivos, pues la súper rentabilidad de algunos cultivos, según muestra el desarrollo reciente del campo local, también se produjo en detrimento de otros.
En ese contexto, y en la medida en que los precios internacionales continúen su disparada, el ajuste de las retenciones parece inevitable. Se trata de un instrumento que, salvo la mayor conflictividad con un sector con el que esta conflictividad ya existe, sólo agrega ganancias. La alternativa que se baraja esta vez no es seguir con una alícuota fija, sino con una móvil que se adecue a la variación de las cotizaciones internacionales. La fácil conclusión ex post es que si éste hubiese sido el camino elegido desde el principio, como supo hacerse en materia petrolera, el tira y afloja con un sector siempre ruidoso habría sido menor.
La Oncca resolvió que las industrias lecheras deberán inscribirse en el Registro de Operadores Lácteos e informar acerca de “todas las operaciones de exportación e importación” de leches y quesos.
Durante los primeros ocho meses del año, las exportaciones de hortalizas frescas y legumbres fiscalizadas por el Senasa superaron los 232 millones de dólares, lo que significó una suba interanual del 48 por ciento. En volumen, el crecimiento fue del 11 por ciento.
Ocho empresas exportadoras de carne participaron junto al Ipcva de la reciente edición del Word Food Moscow y atendieron a numerosos interesados en comprar cortes frescos, además de los congelados que se envían a ese mercado.
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