Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Como el objeto de la ciencia económica es la realidad, el avance cognoscitivo de dicha ciencia está limitado por las restricciones de la realidad misma. El tiempo real jamás va del presente hacia el pasado. Sin embargo, ciertas combinaciones de comportamientos actuales permiten representar a escala real otros tantos comportamientos pretéritos. La sociedad feudal, por ejemplo, se caracterizó por el consumo excedente de los barones, que no tenía una contrapartida en el trabajo personal, sino en la aplicación de leyes o reglamentos inventados y puestos en vigor por los mismos barones, como una ley privada, o privilegio. El tema era cómo financiar su nivel de vida superior, y la respuesta fue la exacción a los viandantes. Según fueran las vías de comunicación, terrestres o acuáticas, en ellas se emplazaban servidores de los barones dotados de poder coercitivo para exigir contribuciones a los ocasionales viajeros que atravesaban por sus dominios. El gran estudioso del mercantilismo Eli F. Heckscher, cuenta que “desde la alta Edad Media los aranceles terrestres y fluviales fueron, con mínimas diferencias, tan gravosos en Francia como en Alemania. El Loire, en muchos respectos el equivalente francés del Rin, tenía, absoluta y relativamente, tantos puestos de peaje como el principal río alemán. En el siglo 14 entre Ruan y Nantes (600 kilómetros) había 74 puestos de peaje, uno cada 8 kilómetros, y hacia el fin de ese siglo y en la década del treinta del siguiente, subieron a 130. En el Ródano y el Sena los peajes eran el rubro más alto del costo del transporte fluvial. En tiempos de Enrique IV, un cargamento de sal valuado en 25 escudos, transportado entre Nantes y Nevers, sufría un recargo de peajes por 100 escudos”. Hoy, en época de elecciones, donde rige el sálvese quien pueda, un caso semejante se verifica en el conurbano bonaerense, donde grupos de tareas constituidos para la verificación técnica de vehículos, por motivos arbitrarios y antojadizos secuestran a los rodados. A mí me sucedió: alegando la falta de seguro del auto (cosa falsa), el mismo fue llevado a un descampado, a varios kilómetros de la municipalidad respectiva. Una vez en poder del rehén, y dada la extrema urgencia del propietario, fue fácil aplicarle una exacción desmedida por una infracción inexistente. Si tales barones forman la coalición gobernante, buen futuro nos espera.
Al filósofo popular francoargentino Charles Romuald Gardés (1890-1935) pertenece la célebre meditación (que él solía comunicar cantando): “No avivar giles, que después te hacen contra”. La misma parece inspirar a ciertos miembros de la “clase política”, quienes se distinguen entre los que piensan que los demás son giles, para imaginarse que no tienen contra, y los que piensan en convertir en giles a los demás, para reducir el peso de los contra. El político busca ganar adeptos o reducir contrarios mediante artificios o trucos que, antes que cambiar la realidad, producen una ilusión de realidad. Por ejemplo, en el juego entre los precios de mercado y los ingresos nominales de los ciudadanos, una suba de los salarios no tiene por qué representar una mejoría de bienestar. Puede tratarse no más que de una menor pérdida de bienestar. La enorme mayoría de argentinos nació y creció en una economía que ya venía siendo inflacionaria, y aprendió que M es meramente plata, y tiene relativamente poco que ver con bienes que satisfagan las necesidades de cada cual. M no se come, porque si se lo hiciera podría causar un grave desorden estomacal. M es algo que se entrega en el intercambio, a razón de p unidades del bien P, q unidades del bien Q, etcétera, donde p, q, etc. son los respectivos precios en dinero de una unidad del bien P, Q, etc. Cuántas unidades de P se compran con la cantidad de plata M, es M/p. Si en lugar de tener M tenemos el doble, 2M, nuestro poder de compra no se duplica si el precio p pasa a ser 2p. Más aun, nuestro poder de compra se achica, si pasamos a tener 2M pero el precio p sube hasta 3p. Por igual razón, si tenemos 2M y alguien nos hace creer que el precio que subió a 3p sólo subió hasta (1,5)p, ahí sí, el poder de compra de 2M mejoró (exactamente un tercio, o 33 por ciento), pero sólo en nuestra imaginación. El mayor economista norteamericano del siglo 20, Irving Fisher, llamó “ilusión monetaria” a la “incapacidad de percibir que el dólar, o cualquier otra unidad monetaria [el peso, por ejemplo] puede aumentar o reducir su valor” (The Money Illusion, 1928, p. 4). Cualquiera sabe hoy que lo que significan unos pesos más no se mide por M, sino por lo que compran M pesos, es decir, M/p, aunque, para la autoridad monetaria, en tiempos de “recalentamiento”, antes que dar más M, es preferible hacer creer que p ha subido en una magnitud menor que la cifra percibida por la población.
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