Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
La Argentina arrastra una traumática historia de programas de ajuste para contener procesos inflacionarios. La lógica básica de la mayoría de esos planes era que los precios subían por un exceso de demanda debido a la emisión de dinero para cubrir el déficit fiscal, y por lo tanto era necesario ajustar las cuentas públicas con menor gasto y/o más impuestos.
Tan arraigado estaba el concepto del ajuste, que en el gobierno de la Alianza y sin problemas de inflación –es más, había deflación por la crisis– también se aplicaron medidas de ajuste fiscal en plena recesión con el supuesto objetivo de despertar confianza, bajar el riesgo país y estimular inversiones. El desastre es conocido.
Siguiendo el refrán que dice que quien sólo tiene un martillo lo único que ve son clavos, no hay duda de que en la Argentina hay demasiados economistas obsesivos por detectar motivos para un ajuste.
Por todo lo anterior es comprensible que haya otro grupo de economistas alérgicos a cualquier cosa que tenga algo en común con aquella manera de razonar, y que rechazan dogmáticamente toda posibilidad de que la inflación actual pueda tener entre sus causas la expansión del gasto público o un exceso de demanda en general.
Consideran que el solo hecho de plantearlo como hipótesis es una traición. Es un pecado de derecha. Es antipopular. No es algo admisible para la heterodoxia, la centroizquierda o lo progre.
Aunque su profesión no es la economía, la fiel expresión de ese maniqueísmo fue el presidente Kirchner, cuando hace diez días dijo que “es mentira que sea inflacionario el consumo interno”, como “dicen ciertos ortodoxos de la economía que quieren concentrar la riqueza”.
Al respecto, el economista Daniel Heymann apunta: “No es cierto que un fuerte aumento en el consumo genere inflación en cualquier caso, pero tampoco es cierto que una fuerte expansión de la demanda no sea inflacionaria en ningún caso”. El experto de la Cepal tiene “muy poca duda acerca de que el consumo está impulsando los precios”.
Heymann no puede ser encasillado en la ortodoxia.
Tampoco el ex viceministro Jorge Todesca. Al menos es lo que opina el ministro Miguel Peirano, quien lo convocó para integrar una comisión junto al grupo Fénix para elaborar un plan estratégico productivo. Dice Todesca: “Es obvio que un modelo que expande el consumo es en principio bueno porque muy probablemente mejora la distribución del ingreso y reduce la pobreza, pero hay veces que una demanda muy pujante genera desequilibrios que se traducen en inflación”. Esto último es lo que él cree que está ocurriendo ahora.
Heymann y Todesca no apelan a ninguna sofisticación. La ley de la oferta y la demanda tiene un montón de imperfecciones. Pero existe. Tanto como la inflación que niega Alberto Fernández.
A propósito del jefe de Gabinete, antes de esa disparatada negación había declarado con sensatez que “hay inflación porque la economía crece”. Y la economía crece, antes que nada, porque crece el consumo, que representa tres cuartas partes de la demanda agregada.
Por supuesto que, como explica el Presidente, hay “empresarios pícaros que quieren ganar un poquito más”, que muchos mercados están controlados por oligopolios, que además opera la fenomenal revalorización de las materias primas, y que todo lo anterior se encuadra, como siempre, en el marco de una puja distributiva.
¿Pero por qué cerrarse a evaluar que tal vez, quizás, en una de ésas, entre las causas de la aceleración inflacionaria también figure que el nivel de gasto público y consumo es demasiado para la capacidad de oferta de la economía?
Se podrá decir que el problema entonces es la falta de inversión, y por ende que el camino correcto pasa por aumentar la acumulación de capital y no desacelerar la demanda. Cabe entonces preguntar: ¿la tasa de ahorro privado y público da como para financiar un mayor nivel de inversión? ¿Si no alcanzara el ahorro, para agrandarlo no es acaso inexorable bajar el consumo?
El ex JP Morgan, ex presidente del Banco Central de este gobierno y actual economista preferido por Elisa Carrió, plantea que mejor que crecer a tasas chinas y con la inflación en alza es crecer al 6 por ciento con precios más tranquilos. ¿No es una disyuntiva que merece discutirse?
La economía argentina vive una situación inédita de fuerte crecimiento y aceleración de precios con superávit fiscal y sin presiones devaluatorias. Es razonable que la novedad desoriente.
Y en esos casos lo mejor es abrir la cabeza con provocaciones.
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