Domingo, 28 de diciembre de 2008 | Hoy
EL BAUL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Ante dos monedas, ¿se puede decir cuál de ellas proviene de una actividad ilícita? Ya los romanos descubrieron que el dinero es fungible, es decir, que una moneda puede ser reemplazada por otra moneda de igual valor. Y hablando de romanos, el inefable César Bruto contaba que el emperador Vespasiano implantó un impuesto a los mingitorios, lo que hizo avergonzar a su hijo, quien le reprochó por ese modo de recaudar ingresos. Pero el emperador le mostró una moneda recaudada y le pidió que la oliera. El hijo no le halló ningún olor particular, y el emperador le dijo: ¿Ves? ¡el dinero no tiene olor! El cuento viene a que se censura la nueva ley que permite blanquear capitales y se señala que ello permitiría ingresar al país capitales cuyo origen serían actividades ilícitas. Sin decirlo, se piensa en gangsters y mafias, dedicadas a actividades como la prostitución, el juego y las drogas. Aquí hay dos puntos que aclarar. Primero, que la prostitución ya está, y para acceder a ese servicio basta con llamar a cualquiera de los teléfonos anunciados en el diario de mayor circulación, clasificados, rubro 59; el juego también está, y cualquiera puede informarse de sus variantes durante las 24 horas del día, mirando la tv pública (ex Canal 7); y ahora la droga también está, y puede informarse sobre precios y calidades en el quiosco de su barrio. Segundo, que el dinero cuyo origen fue –digamos– la droga, no tiene por qué canalizarse nuevamente en la droga. O la plata obtenida en la prostitución en el extranjero, invertirse aquí en la prostitución. Debiera ser ocioso recordar aquí a las “audiencias Kefauver” de mayo de 1950 en el Senado de los EE.UU., y al informe Kefauver (Crime in America, Garden City, N.Y., Doubleday, 1951), que estableció que el underworld de EE.UU. invertía sus ganancias en más de setenta rubros legales de la producción, la comercialización y el transporte. “Incluyen automóviles, bancos, carbón, construcción, cobre, producción de artículos lácteos, confección y venta de trajes y vestidos, alimentación, moblaje, seguros, papel, imprenta, radio, haciendas de ganado, cateo de petróleo, caucho, navegación, acero, fabricación y venta de aparatos de televisión, textiles, transporte. Es sabido, además, que domina varios capítulos del contrabando” (Sergio Bagú, Tiempo, realidad social y conocimiento, Siglo veintiuno, Buenos Aires, 1970, p. 49)
En el día de la fecha todos podemos decir o hacer cosas disparatadas, amparados en la aclaración final “que la inocencia te valga”. Yo quisiera referirme a una situación que no es una broma de inocentes ni una “jodita para Tinelli”. Es una obstrucción al ejercicio de una profesión legal y necesaria. ¿Cómo puede ejercer un cirujano si lo privan del bisturí? ¿Cómo puede diagnosticar el médico si lo privan del termómetro? ¿Cómo puede medir una estructura el ingeniero si le sacan la calculadora? Cada profesión tiene su instrumental específico, sin el cual todo intento de ejercitarla se ve remitido a técnicas de décadas o siglos anteriores. En el caso del economista, ¿cómo puede medir en cifras los hechos económicos, si se le priva de estadísticas fieles y oportunas? Medir los hechos económicos del país (por ejemplo, el nivel general de precios, o el ingreso nacional) fue el fruto del esfuerzo y la obsesión por la exactitud de algunos de los más competentes y probos hombres públicos que tuvo la Argentina, como Alejandro E. Bunge y Raúl F. Prebisch. Perfeccionar y mantener actualizadas las técnicas estadísticas, y transmitirlas a decenas de discípulos, fue el fruto de grandes docentes, como Hugo Broggi y Carlos Eugenio Dieulefait. Sin estadísticas fiables no es posible fijar el salario justo de cada trabajador, no es posible conocer el tamaño de la pobreza, no es posible saber si la distribución del ingreso se acerca o se aleja de un punto determinado, no es posible establecer un plan económico. ¿O puede pensarse que el primer Plan Quinquenal (1947-1951) pudo ser posible sin el conocimiento estadístico de José Figuerola?. Sin ese conocimiento es imposible concretar la justicia social, aquello que los grandes pensadores económico-sociales denominaron “bien común”. Muchas veces, en la década de los noventa, el economista frustró su intentos de evaluar cierta política económica, cuando la estadística oficial ponía tres puntos (equivalentes a “sin datos”) en el rubro “distribución del ingreso”. ¿Era para ocultar que la distribución se movía en dirección regresiva? Cuando se distorsiona el índice de precios, publicando cifras menores a las registradas, ¿no se está impidiendo que el trabajador recupere, en las paritarias, el margen exacto de lo comido por la inflación? En otras palabras: ¿no se defiende así la ganancia empresaria, a expensas del salario?
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