El discurso económico conservador insiste con la carencia de clima de negocios, lo que estaría afectando la tasa de inversión. Sin embargo, en estos años fue más alta que en los noventa.
› Por María Alejandra Fernández Scarano, Guillermo Merediz y Hernán Letcher *
Todo el tiempo escuchamos y leemos frases como “Argentina espanta a los inversores” o “Nadie quiere invertir en el país porque no hay reglas claras”. Sin embargo, cuando uno analiza los índices de inversión del período actual no sólo son mayores que los de la década del noventa, sino que además, y lo que es más importante, privilegian la economía real sobre la especulación financiera.
Durante la década del noventa, con el modelo económico basado en la valorización financiera, Argentina se convirtió en un país “amigable” para la inversión. Mediante una tasa de interés real positiva con niveles superiores a los internacionales se fomentó la especulación financiera por medio de niveles de rentabilidad muy elevados en dólares en el sector servicios. Al mismo tiempo se desalentaba la producción de bienes.
Siguiendo las imposiciones de los organismos internacionales de crédito, se fomentó las exportaciones de productos donde teníamos ventajas comparativas, bajando los costos medidos en dólares para mantener la competitividad. Argentina se convirtió así en el mejor alumno del FMI y promovió una batería de políticas económicas y leyes de flexibilización del régimen laboral con el objetivo de que los capitales financieros mundiales vinieran al país.
Todo esto se hizo con un costo altísimo para la industria, que se desmanteló, y para los trabajadores, que vieron aumentar el índice de desempleo a dos cifras y el surgimiento de la precarización laboral, al mismo tiempo que disminuían sus salarios en forma sustantiva. Se produjo el cierre de numerosas firmas o su corrimiento hacia actividades vinculadas al armado y/o ensamblado de partes, desarmando numerosas cadenas de valor agregado, y por lo tanto el tejido manufacturero.
La privatización de empresas públicas es un ejemplo del papel que desempeñó la inversión en la década del noventa. Tales inversiones, en los primeros años, superaron el 50 por ciento del total de las 500 empresas de mayor facturación. Pero si bien la formación de capital de las empresas privatizadas fue importante, estas inversiones no se tradujeron en nuevas empresas ni nuevas maquinarias, sino que representaron una aguda centralización del capital, amparadas en un débil marco regulatorio y donde las utilidades obtenidas fueron, en muchos casos, remitidas al exterior.
Esta política llevó a que el Estado se endeudara de manera insostenible para financiar el aumento del consumo privado, la expansión de los sectores no transables y la formación de activos externos. La forma en que termina el modelo que se inició a mediados de los setenta es conocida, al igual que sus terribles consecuencias.
Desde el 2003, se implementó un cambio de paradigma, se tomó la decisión de subordinar la economía a la política y se generaron las condiciones para privilegiar la economía real por sobre la especulación financiera. La tasa de interés se mantuvo en niveles cercanos a cero o negativa en términos reales, con el objetivo de que las inversiones fueran a la inversión productiva.
Si se analiza su comportamiento durante los noventa, la IBIF (Inversión Bruta Interna Fija, que mide el valor de los bienes y servicios de producción nacional e internacional destinados a la incorporación de activos fijos por parte de empresas y familias) sobre el PBI, sólo superó el 20 por ciento en 1998, con apenas un 21,1 por ciento, para luego descender en el 2001 al 15,8 por ciento, dejando una tasa anual acumulativa 1991-2001 negativa en 0,1 por ciento.
En la posconvertibilidad las tasas en relación al PBI estuvieron desde 2005 siempre por encima del 20 por ciento (es importante recordar que en este período el PBI creció a tasas muy elevadas). La tasa de inversión entre 2003-2007 fue del 25,4 por ciento, para luego mantenerse positiva pero por debajo de esa cifra desde el 2008 y volver a incrementarse a partir de 2010.
La medición del uso de la capacidad instalada también da cuenta de un crecimiento en la inversión, ya que en 2002, post crisis del 2001, alcanzaba un 55,7 por ciento y llegó en el 2011 al 78 por ciento. La ampliación de la capacidad instalada creció constantemente a tasas medias del 4 por ciento debido al creciente proceso de inversión. Lo importante no resulta solamente el aumento en la inversión sino su cambio cualitativo, que implicó el pasaje de inversiones especulativas a otras que fortalecen la economía real.
El modelo económico de la posconvertibilidad tiene como pilares la generación de empleo y un crecimiento sostenido de la producción industrial. Desde 2003 se generaron más de 5,5 millones de puestos de trabajo y el PBI industrial aumentó 105 por ciento, permitiendo empezar a reconstruir la industria. Mientras en la década del noventa se cerraron más de 50.000 pymes, en el período 2003-2012 se crearon más de 150.000. Se recuperaron actividades en la mayor parte de los sectores industriales a partir de la solvencia del marco macroeconómico, el papel de la inversión y el dinamismo del mercado interno. Las políticas de incentivo permitieron incrementar la producción interna sustituyendo importaciones, incorporando valor agregado y desarrollo tecnológico.
En la actualidad, la normativa sancionada en los últimos años obligó a los bancos privados a destinar un porcentaje de su cartera de préstamos al sector productivo. A su vez, se modificó la regulación del mercado de capitales con el objetivo de aumentar la financiación a la producción. En el mismo sentido, se modificó la Carta Orgánica del Banco Central y se intentó por distintas formas limitar las remisiones de utilidades y controlan los precios de transferencias. Se logró que el coeficiente de reinversión de utilidades pasara de poco más del 10 por ciento en la convertibilidad a más del 30 por ciento en el período 2009-2011, aun en un contexto de crisis internacional, en que naturalmente las casas matrices de las empresas extranjeras aumentan la presión para remitir utilidades.
Es evidente que las decisiones de inversión no están relacionadas con el “clima de inversiones” tan señalado por los economistas neoliberales. En la Argentina de la posconvertibilidad hay inversiones en un nivel superior a las de la década de los noventa. Y no sólo eso; las inversiones de esta etapa están asociadas a generar mayor oferta de bienes y servicios y empleos de calidad
* Maestría en Economía Política de Flacso.
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