› Por Claudio Scaletta
En la economía existen sectores poderosos que siempre están dispuestos a presionar por una devaluación. Si estas presiones se miden por centímetros publicados en los medios, puede decirse que son cíclicas y que el presente marca un pico de presión, situación inseparable de los efectos del llamado cepo cambiario.
El aumento del ruido en la economía es una buena oportunidad para ordenar conceptos y revisar lo actuado. Los economistas, incluidos los del Gobierno, no son infalibles. Revisar significa volver a responder algunas preguntas básicas, como qué significa una devaluación y cuáles son sus efectos reales. También formular otras nuevas, como qué hacer con los efectos negativos de las restricciones cambiarias.
La economía local viene de algunos años de apreciación del tipo de cambio. Esta apreciación supone una tríada conocida: costos más altos en dólares, desincentivos a la exportación e incentivos a la importación. Los tres efectos, que pueden preverse para cualquier economía, se producen aquí en el marco de una situación estructural en la que períodos largos de crecimiento están asociados a escasez de dólares. Esto es así porque las exportaciones de base primaria comienzan a no alcanzar para importar los insumos y bienes de capital de las restantes ramas de la economía. Para adelantarse a malentendidos: la apreciación no es el factor determinante de la restricción externa, ese factor es el crecimiento, sólo suma un componente adicional.
Frente a este escenario, cuando apenas se insinuó un déficit de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos en el primer semestre de 2012, el Gobierno optó por una batería de acciones con distinto grado de coordinación:
- Aumentó el ritmo de devaluación de la moneda, pero sin lograr superar la contrapartida de “nominalidad” introducida por la inflación.
- Estableció restricciones a las importaciones, por ejemplo con las declaraciones juradas anticipadas de aprobación discrecional.
- Impuso el llamado cepo cambiario, que se tradujo en un desdoblamiento de hecho del tipo de cambio en al menos tres: el dólar oficial, el turista-tarjeta y el ilegal-fuga o blue. A ellos se suman, si de desdoblamientos de hecho se trata, todos los dólares determinados por el tipo de cambio efectivo resultante de las distintas alícuotas de retenciones a las exportaciones.
Después de algunos meses de funcionamiento de estas medidas, ya es posible realizar una evaluación preliminar de sus resultados.
El dato más importante es que se generó primero y amplió después la brecha entre el dólar oficial y el blue. Siempre que se restringe el mercado de un bien con demanda sostenida se genera un mercado alternativo. Ejemplos paradigmáticos son la Ley Seca y el narcotráfico. El dólar no es alcohol ni droga, pero su mercado negro apareció instantáneamente. Más allá del tamaño de este mercado o de su carácter “ilegal”, su principal alimento no es la demanda turística, sino especialmente la de quienes buscan una reserva de valor frente a tasas de interés negativas en pesos. Alguien podría creer que así se estimula el consumo, pero el razonamiento no es válido para los agentes que actúan en un mercado de capitales. Desde el comienzo de las restricciones se prometió la creación de instrumentos de ahorro alternativos, pero todavía no existen. Esta ausencia explica la magnitud de la brecha entre el oficial y el blue.
La magnitud de la brecha tiene otros efectos colaterales también predecibles:
- Invita a subfacturar exportaciones. El incentivo para no liquidar las ventas al oficial es fuerte.
- No desincentiva las importaciones, por eso se vuelve necesario recurrir a las restricciones.
- Muchos precios internos se ajustan al blue, un dato de sensación térmica altamente probable, pero difícil de generalizar frente a la ausencia de termómetro; otro problema.
- Se generan expectativas de devaluación, lo que puede traducirse en la postergación de decisiones de inversión.
- Produce incertidumbre sobre el estado real de los fundamentos de la economía.
- Es una fuente de mal humor permanente en amplios segmentos de la población.
Frente a esta suma de problemas, a los que se agrega la afectación de mercados particulares como el de la construcción, algunas opciones posibles desde el punto de vista teórico serían:
- Formalizar el desdoblamiento cambiario extra retenciones. Frente a un desdoblamiento que ya existe de hecho, la única ventaja aparente de la formalización sería la posibilidad de intervenir más activamente en la cotización de lo que hoy es el “libre”, lo que no parece un especial avance. La brecha se reduciría, pero no desaparecería.
- Sincerar un nuevo precio del dólar “de equilibrio”, que seguramente estaría más cerca del tarjeta que del blue. Esta opción tiene dos problemas. El primero es que no resuelve lo que fue el principal logro de las restricciones: haber frenado la salida de capitales. El segundo es que se trata de una lisa y llana devaluación.
- Subir la tasa de interés como medida asociada para arbitrar la devaluación e incentivar el ahorro en moneda local, una medida tampoco exenta de costos.
- Una política antiinflacionaria que coordine precios y salarios y recomponga la herramienta de medición.
En síntesis: la devaluación formal, necesaria para corregir el desdoblamiento de hecho, afecta los ingresos de los asalariados; es una transferencia de los sectores con ingresos fijos a los exportadores. Luego, la caída de los salarios significa también una caída de la demanda y, en consecuencia, de la actividad. La historia económica demuestra que las devaluaciones son siempre recesivas; con baja de salarios el crecimiento se frena. Si salir del cepo supone formalizar algún grado de devaluación, deben sumarse instrumentos de compensación para que no se transforme en una mera transferencia a los exportadores, sean del agro o la industria, y que su resultado último sea vulgar recesión. Mucho más cuando el principal desafío es sostener la demanda y recuperar el crecimiento
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