› Por Cristian Carrillo
“Sin importar las interpretaciones jurídicas que se hagan al respecto, el trasfondo en la causa con los fondos buitre es meramente ético: aquí hay un fondo cuyo dueño tiene una fortuna estimada de 10 mil millones de dólares, que pagó 40 millones por bonos argentinos y quiere arrebatarles 1330 millones a los 40 millones de argentinos. El resto son sólo aditamentos”, señala Bernardo Kliksberg, padre de la gerencia social y de la ética para el desarrollo. El investigador ofreció una entrevista a Cash con motivo de su reciente designación a integrar el Comité Directivo Mundial sobre Seguridad Alimentaria de la FAO, la Organización de Alimentos y Agricultura de Naciones Unidas. Será el primer argentino en ocupar una silla en esa mesa. En diálogo con este suplemento, explica cómo encarar la problemática del hambre en el mundo. Kliksberg apunta precisamente a la especulación financiera como la causa principal de los desequilibrios en la distribución de la riqueza que ocasiona actualmente la muerte de 10 mil niños por día por desnutrición en el mundo. “La financialización de la economía es culpable de esta desigualdad, porque los grupos concentrados se enriquecen cada vez más a costa del hambre global.” El economista y sociólogo sostiene la necesidad de lograr “formas racionales de producción”, como la que evidencian las pequeñas y medianas empresas y las cooperativas, en contraste con los grandes monopolios.
¿Cuál será su aporte al Comité Directivo Mundial sobre Seguridad Alimentaria de la FAO?
–El hambre es el tema más urgente, apremiante y central de la historia del género humano. Estamos hablando de que una de cada siete personas tiene hambre en estos momentos, y en ese hambre se les va la vida. Mueren 10 mil chicos por día por desnutrición y falta de agua potable, es decir que fallece un niño cada 15 segundos. La paradoja trágica es que el mundo tiene todas las potencialidades naturales y tecnológicas por los saltos en innovación agropecuaria y generación de alimentos para alimentar una población de casi 12 mil millones de personas y tiene mil millones con hambre. Mi principal lucha será poner al hambre en el centro de la agenda.
¿Cómo la encarará?
–Lo que se requiere es visibilidad de las causas. El enfoque siempre fue desde el lado de la producción, o sea de las sequías o inundaciones. Eso es útil e importante, porque hay que hacer todo lo posible para maximizar la producción. Pero no hay discusión desde el lado de la demanda. Una enorme parte de la población no puede tener alimentos, centralmente por el problema del acceso y distribución. Hay más de 1200 millones de personas por debajo de la línea de pobreza extrema que no pueden acceder a los alimentos. Esa trampa se acrecienta porque hay una espiral de ascenso de los alimentos en el mediano y largo plazo que se acentúa con la especulación en ese mercado.
La FAO existe desde 1943 y poco se pudo revertir esa tendencia.
–La FAO está haciendo muchísimo, además de tratar de transmitir el problema. Tiene programas en los peores lugares del mundo, sobre todo para agricultores pobres, que son parte de la paradoja, porque son vulnerables a la especulación de los mercados. No obstante, es cierto que todo el sistema de Naciones Unidas no tiene poder económico y de lobby frente a los grandes intereses económicos. Pero sin eso habría mucho más de mil millones personas con hambre.
Es un tema de distribución y puja con intereses económicos.
–Absolutamente. Es necesario cambiar el ángulo del debate sobre pobreza. Esta es una época histórica donde hay intereses muy importantes en el mundo que mienten con que en pocos años se acaba la pobreza extrema en el planeta. Está lleno de hipótesis en ese sentido. Lo que buscan es mantener el statu quo porque le sirve al 1 por ciento más rico de la población.
¿La Argentina está cerca del hambre cero?
–Argentina tiene uno de los mejores niveles en términos comparados del mundo, porque ha habido políticas muy intensas en ese sentido. No es la misma situación de cuando terminó el gobierno de (Carlos) Menem. Entonces las cifras de desnutrición y mortalidad habían subido considerablemente. Sólo en Tucumán había 27 mil chicos desnutridos y hoy hay cero desnutrición infantil en esa provincia. En América latina se ubica actualmente en torno al 12 por ciento infantil, mientras que en la Argentina está por debajo del 5 por ciento.
¿Cómo juega en ese sentido la discusión sobre producción de biocombustibles?
–Es un tema con muchas facetas. La discusión lineal inicial ahora es más desagregada. Claramente hay riesgo de que el biocombustible desplace tierras productoras de alimentos, como sucede en los Estados Unidos con el maíz, y sea subsidiada por políticas públicas cooptadas por los sectores interesados. Es una de las razones de los aumentos de precios del maíz y otros granos. Es un tema que requiere de una fuerte regulación por parte del Estado.
Hace un lustro se desató la crisis en los países centrales y todavía no se encuentra una salida...
–Las enseñanzas son bien sólidas. No fue una crisis más. El desequilibrio total financiero, como producto de la especulación salvaje y la desregulación, tiró para abajo toda la economía mundial. Está muy claro que hay que regular. Pero no es un tema de enseñanzas sino de intereses. La realidad está muy clara, pero los intereses salvajes son los de quienes les va maravillosamente con el negocio de la pobreza y el hambre.
¿Cómo se sostienen esas ganancias en una economía global que se deprime?
–La clave es que existe un abismo total entre el producto bruto real del género humano y el financiero, brecha que se ha ido ampliando. La financialización de la economía creció sin parangón en la historia, con un sector financiero productor de servicios sin sustento real. Estos han generado una fuente de utilidades que no sería soñable hace tiempo. El año pasado, los 400 más ricos de la lista de Forbes en Estados Unidos ganaron 300 mil millones de dólares: entre ellos, el sector que más ganó fue el que responde a intereses financieros. La financialización de la economía es uno de los culpables de esta desigualdad.
¿Qué pueden hacer los Estados?
–Mucho. Está el 1 por ciento de la población y el 99 por ciento. Si los Estados se proponen representar a ese 99, tendrán una fuerza poderosa para hacer una reforma profunda. Los Estados tienen posibilidad de reaccionar siempre que la opinión pública esté enterada de lo que sucede y se logre movilizar.
¿Cómo encuentra a América latina tras la crisis?
–América latina sufrió menos porque hubo políticas públicas que protegieron a los sectores más vulnerables y mantuvo la capacidad de demanda y consumo. Los empleos no los producen las empresas, ése es uno de los tantos mitos que quieren hacernos creer. Los empleos los producen los consumidores y América latina los protegió, por lo que sus mercados internos mejoraron sensiblemente.
Un argumento es que la pobreza se soluciona con creación de empleos privados, pero el avance del capitalismo conlleva la expulsión de mano de obra.
–Las políticas públicas y la organización social pueden proporcionar modelos de uso de la mano de obra que atenúen los efectos desempleadores y genere posibilidades de trabajo. Un ejemplo está en uno de los Estados más conservadores de nuestro tiempo: Alemania. Allí, el desempleo es el más bajo de toda Europa, porque el Estado subsidia a las empresas para que mantengan su planta de personal. Cuanto menos salvaje sea la forma capitalista, menos desempleo habrá.
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