Domingo, 1 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Mariano Kestelboim *
Luego de una década de fuerte crecimiento en América latina, sólo interrumpido por la crisis financiera internacional de 2008/2009, emerge un escenario menos propicio para la región y complejiza más el panorama local.
Los países en desarrollo, que habían alimentado la demanda de recursos naturales y su consecuente revalorización, siguen liderando el crecimiento mundial, pero a un ritmo menor. China, principal locomotora, registró en 2012 el más bajo incremento de su PBI de los últimos doce años (7,8 por ciento) y se prevé que cierre 2013 y mantenga 2014 a una velocidad similar. Este nivel sigue siendo elevado, aunque está un escalón por debajo del 10,6 por ciento promedio anual alcanzado entre su ingreso a la OMC (diciembre de 2001) y 2011.
El ritmo de expansión de India, segundo país que más incidió en el crecimiento mundial de la última década, se desaceleró más. Entre 2003 y 2011, había crecido a una tasa promedio de 8,1 por ciento y, en 2012, bajó a 3,2 por ciento. Más allá de que en 2013 esa economía se está expandiendo más rápido (llegaría a 4,7 por ciento), sigue lejos de los porcentajes de años anteriores.
Junto a la pérdida de dinamismo de esas naciones, cedió el raid alcista de los precios de los recursos naturales. Luego de haber tocado sus máximos en 2011, los valores bajaron en 2012 y continúa la caída en 2013. El índice de precios de los recursos naturales del FMI señala que los minerales descendieron 24 por ciento y que los productos agrícolas cayeron 15 por ciento, comparando el promedio de los primeros nueve meses de 2011 con el mismo lapso de 2013.
Si bien esos precios se mantienen muy altos en perspectiva histórica, es la primera vez, desde el inicio del ciclo de elevado crecimiento regional, que transcurren dos años consecutivos en descenso. En economías que han sido atractivas a la inversión extranjera directa y a los capitales financieros especulativos, debido a la acumulación de divisas a través del canal comercial tradicional y a la aplicación de políticas en favor de los mercados, la merma de los precios de los commodities es una señal de alerta.
La región, en lugar de haber aprovechado el contexto global favorable para delinear un proyecto de desarrollo industrial que le permita ganar autonomía de largo plazo, fue perdiendo capacidad productiva e incrementó su dependencia externa.
Luego de un decenio con un crecimiento anual promedio del 4,3 por ciento (un 74 por ciento mayor que el de la década anterior), la importación en América latina prácticamente se duplicó. Las compras externas regionales, medidas en dólares constantes de 2005, pasaron de 528.000 millones en 2004 a más de un billón en 2012, según las estadísticas de la Cepal.
El constante crecimiento de las importaciones, sin un aumento proporcional de las exportaciones, acentuado en el último bienio y explicado básicamente por la baja de los precios de los minerales, redujo sustancialmente el saldo comercial de la mayoría de los países de la región.
Tras más de una década de haber anotado continuos y abultados superávit, en 2013 Brasil y Perú volverán a tener déficit. Desde 2007, el saldo comercial de la mayor economía de América latina registró una tendencia negativa, aunque su superávit, hasta el año pasado, se sostenía por encima de los 19.000 millones de dólares. La suba en torno del 16 por ciento de la cotización del dólar en Brasil, registrada en lo que va de 2013, no le bastó para evitar, por primera vez en trece años, un rojo que superaría los 2000 millones de dólares.
La mayoría de los países de la región transitan el mismo rumbo. Si bien no todos tendrían saldos comerciales negativos en 2013, sus economías redujeron abruptamente sus superávit. Los saldos actuales son irrisorios y registran déficit de cuenta corriente (además de la balanza comercial, incluye las transacciones de servicios y de rentas) de entre el 2 y el 4 por ciento, en relación con su PBI. Por caso, Chile, en 2007, tenía un superávit de 24.132 millones de dólares y, hasta septiembre de 2013, sólo acumuló un saldo de 838 millones.
Los únicos dos países de la región que conservan superávit comerciales significativos, pero también en descenso, son Venezuela y Argentina. En el primer caso, en buena medida, obedece a que el precio del petróleo se mantiene en el mismo rango desde 2011. En Argentina, la administración del comercio exterior, una mejor cosecha que la de 2012, caídas más suaves de los precios de los recursos naturales que exporta y políticas que contribuyeron a reducir su dependencia de las ventas externas del sector primario han sido hechos relevantes para que el saldo comercial no baje tanto. Computados nueve meses de 2013, el superávit representa el 70 por ciento de lo que se había registrado en igual período de 2012 y, en el año, totalizaría cerca de 9000 millones de dólares.
Excepto Argentina y Venezuela, las otras mayores economías de América del Sur, Brasil, Colombia, Chile y Perú, tuvieron la misma política cambiaria en el último decenio. Todas, desde 2003, registraron un sendero de apreciación –suspendido por la crisis internacional de 2008/2009– que tocó su máximo en julio de 2011. A partir de allí, en sintonía con el descenso del valor de los recursos minerales, fueron depreciando sus monedas en relación con el dólar. El caso extremo fue el del real, que luego de haber aumentado casi dos veces y media su precio entre 2003 y el pico de 2011, ya perdió la mitad de su valor.
La continuidad de esta dinámica implicará una mayor presión para que los gobiernos de la región deban devaluar más, de modo de desacelerar la suba de sus importaciones y estimular su plataforma productiva, que ha sido gravemente reprimarizada en la última década.
En un escenario internacional donde las economías centrales están altamente endeudadas, seguramente las tasas de interés se mantendrán relativamente bajas y la mayoría de los países de la región podrán seguir tomando deuda para financiar sus déficit de cuenta corriente. Pero esa política, si no se acompaña de un profundo replanteo de su estrategia de crecimiento, en favor de una articulación productiva integral, no es sustentable.
Argentina, entre 2003 y 2011, había sostenido parte de la competitividad industrial con pequeñas depreciaciones del peso en relación con el dólar –sólo se elevó en 2009 por efecto sobre todo de la crisis internacional–, a pesar de haber registrado un ritmo inflacionario en alza. En contraste con lo ocurrido en el resto de la región, la Cepal, en su publicación “La industria argentina frente a los nuevos desafíos y oportunidades del siglo XXI”, aclara que Argentina no se reprimarizó en ese período.
Hasta 2011, dos factores fueron decisivos para compensar una tasa de devaluación inferior a la inflación. Por un lado, las mejoras de productividad vía inversiones y escala por acceder a un mercado interno de creciente volumen. Según el “Informe de Costos Industriales” de la UIA, entre 2004 y 2011 la productividad subió 30 por ciento. El segundo factor principal que compensó el incremento de costos internos fue la apreciación cambiaria en la región. Esta variable coincidió con el período en el que los precios de los bienes y servicios no transables (son los que no compiten internacionalmente, como los alquileres, los gastos financieros, comerciales, de salud, educación), comenzaron a subir más aceleradamente y surgían cuellos de botella en la producción y en la infraestructura.
En el período preelectoral de 2011, un escenario con tasas de interés locales por depósitos que no colmaban las expectativas de devaluación y la consideración generalizada de que el nivel de inflación las superaba acrecentó la fuga de capitales y el Gobierno decidió, a fines de ese año, modificar la regulación cambiaria. A la vez, en base a una lectura que pareció haber sobreestimado el impacto del rebrote de la crisis internacional, el Gobierno intensificó los controles en la administración comercial.
En una economía dependiente de insumos y tecnología importada, haber priorizado la acumulación de dólares sobre el desarrollo productivo, permitió cumplir la meta de superávit comercial de 2012. Sin embargo, las dificultades de instrumentación de las medidas, bajo un criterio excesivamente restrictivo para importar bienes de capital, repuestos e insumos no producidos localmente, le restó dinamismo a la industria.
Los sucesivos límites a la compra de divisas y acciones de mercado especulativas y de refugio de pequeños ahorristas fueron engrosando la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el ilegal. Este fenómeno incentivó la subfacturación de exportaciones, la sobrefacturación de importaciones y los gastos por turismo y compras con tarjeta de crédito al exterior por bienes y servicios. También estimuló la demanda de bienes durables importados y de productos con un alto contenido de componentes no fabricados en el país, como autos y electrodomésticos.
Estos factores, sumados a la mayor actividad en 2013 respecto de 2012, a la continuidad del desendeudamiento, al agravamiento del déficit energético y a precios de los recursos naturales en retroceso, fueron las principales causas que explican una caída más acelerada tanto de las reservas del Banco Central como del valor del peso. En la mayor devaluación también debieron haber influido las políticas cambiarias del resto de Suramérica.
Ahora bien, la diferencia más significativa entre el modelo más aplicado regionalmente y el de Argentina en la última década fue que el país optó por un patrón de crecimiento basado en favorecer la producción industrial y promover más activamente la redistribución del ingreso, en detrimento de su estabilidad y de la mayor entrada de capitales externos. Respecto de las mejoras sociales, el Banco Mundial informó que “la clase media en Argentina se duplicó en la última década, destacándose además como el país latinoamericano con el mayor aumento de su clase media”. Las políticas redistributivas y de reindustrialización trajeron aparejados también la afectación de intereses, como los del sector agrícola por la aplicación de retenciones y los del sector financiero, obligándolo a prestar parte de los recursos depositados en los bancos a la producción en condiciones preferenciales y quitándole el negocio de las AFJP y el de la renegociación de la deuda pública.
Hacia adelante, las señales de agotamiento del actual modelo regional obstruyen la chance de una nueva etapa de apreciación cambiaria en América del Sur. Esta es una condición que agrava el atraso cambiario acumulado especialmente en los últimos dos años, cuando la actividad industrial local perdió dinamismo, el resto de los países depreciaron sus monedas y el ritmo inflacionario no cesó.
Los nubarrones en el frente externo y las fallas en la administración pública obligan al flamante equipo económico a replantear el esquema de políticas, en favor nuevamente de estímulos a la inversión productiva para provocar saltos cualitativos de mejora de la productividad. Este desafío no es insuperable en base a las condiciones actuales del país: el patrimonio público y privado está saneado, hay sólidos instrumentos de regulación, la actividad se sostiene en su mayor nivel histórico y los precios de los recursos naturales, pese al reciente bajón, siguen aún en valores muy altos
* Economista de la Sociedad Internacional para el Desarrollo.
Regional
-El escenario económico es menos propicio para la región y complejiza más el panorama local.
-La región no delineó un proyecto de desarrollo industrial para ganar autonomía de largo plazo.
-Perdió capacidad productiva e incrementó su dependencia externa.
-Los únicos dos países de la región que conservan superávit comerciales significativos, pero también en descenso, son Venezuela y Argentina.
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