Domingo, 29 de diciembre de 2013 | Hoy
LOS PRECIOS Y LA ORTODOXIA
Por Andres Asiain y Lorena Putero
Un comodín de los economistas ortodoxos para objetar las políticas heterodoxas es la “memoria inflacionaria”. El ingrato recuerdo de la elevada inflación que acompañó a la economía entre mediados de los setenta y principios de los noventa, habría generado una sensibilidad especial en materia de precios en la sociedad. Esa memoria provocaría que ante una mínima señal de incremento en el nivel general de precios se generen reacciones de compra masiva de dólares y fuertes remarcaciones precautorias que podrían terminar impulsando un autocumplido desborde inflacionario. La forma de evitarlo sería mediante la aplicación de políticas de austeridad más duras que en los países que no sufrieron traumas inflacionarios en su pasado.
Son los economistas ortodoxos los que paradójicamente carecen de buena memoria. Por eso es importante recordar que la elevada inflación de las décadas pasadas, con sus picos hiperinflacionarios, no se debió a la falta de aplicación de políticas ortodoxas, sino más bien a lo contrario. El primer impulso a los precios lo dio Celestino Rodrigo, con un enorme incremento en el valor del dólar y las tarifas. Un plan ortodoxo con todos sus ingredientes de apelación a la competitividad, el déficit público y los precios de equilibrio, que multiplicó por cinco la tasa de inflación, construyendo un piso inercial de tres dígitos que duró 15 años.
Los episodios de hiperinflación fueron consecuencia de la política poco heterodoxa de Martínez de Hoz que, con la excusa de combatir la inflación, fomentó el endeudamiento externo y el ingreso de inversiones especulativas para financiar el atraso cambiario y la apertura. Cuando la Reserva Federal (banca central estadounidense) subió la tasa de interés y en el mundo dejaron de “sobrar dólares”, estalló a nivel regional la crisis de la deuda, dejando a nuestro país en una situación de insolvencia externa, corridas cambiarias y estallidos en el valor del dólar que terminaron en hiperinflación.
Pero no sólo en Argentina los ortodoxos tienen mala memoria. También en Alemania se tergiversa la historia, señalando a la hiperinflación de los años veinte como el germen del nazismo, justificando las brutales políticas de ajuste de hoy con el recuerdo de aquel episodio. Sin embargo, la hiperinflación alemana fue consecuencia de las reparaciones impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, que generaron una insolvencia externa similar a la provocada por la deuda de Argentina en los ochenta. Por el contrario, el nazismo accede al poder en 1933, en el contexto de un elevado desempleo y miseria popular generados por las políticas de ajuste con que se había enfrentado a la crisis internacional.
Por ello, en nombre de la memoria inflacionaria, se debe evitar caer en políticas ortodoxas de aumentos bruscos del dólar y las tarifas, así como en los cantos de sirena de los mercados financieros internacionales donde “sobran dólares que esperan una señal para venir al país”. Esas medidas no resuelven el problema estructural del déficit energético y de insumos industriales que se encuentra detrás del faltante de dólares, ni mucho menos la inercia inflacionaria con que se expresa la tensión entre el precio de los alimentos, los alquileres, los salarios y la competitividad. Por el contrario, pueden conducir a crisis, desempleo, pobreza y pérdida de independencia económica, hechos que también se encuentran en nuestra memoria colectiva, aunque hayan sido olvidados por los desmemoriados ortodoxos.
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