Domingo, 22 de junio de 2014 | Hoy
LA ORTODOXIA Y EL AJUSTE
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
El tratamiento por vías de shocks para superar los problemas de un paciente no es de uso exclusivo de la psiquiatría. Así como algunos sostienen la posibilidad de reparar electrodomésticos a fuerza de golpes de puño, existen economistas que pregonan la opción de extender esa misma metodología al diseño de las políticas económicas. Tomando las enseñanzas del psiquiatra italiano Ugo Cerle-tti, quien aplicara por primera vez la metodología del electroshock en abril de 1938 sobre un paciente esquizofrénico con alucinaciones, delirios y confusión, los economistas ortodoxos proponen aplicar una terapia similar a economías enfermas de populismo con déficit fiscales, incertidumbre cambiaria y tarifas retrasadas.
La idea del shock como método de la política ortodoxa toma fuerza en los años ochenta, cuando el discurso liberal comienza a dar una creciente importancia a las expectativas de los agentes en el diseño de las políticas económicas. Según el nuevo paradigma ortodoxo, cuando un gobierno populista implementaba tibios planes de ajuste, movimientos del dólar o de las tarifas, no lograba convencer al “mercado” de que se iniciaba un quiebre en el diseño de la política económica y, por lo tanto, no tenía éxito en el combate a la inflación. En esos casos, la política recomendada era una terapia de shock, donde el ajuste, el alza del dólar y de las tarifas debían ser lo suficientemente bruscos como para convencer a propios y extraños de que la era del populismo había terminado. Un cambio de gobierno o, por lo menos, de ministro de Economía, podía reforzar la efectividad de las medidas al generar una mayor credibilidad sobre el sostenimiento del nuevo rumbo.
La creciente relevancia de la terapia de shock en el discurso económico tenía como base material la desregulación de las finanzas en la economía mundial. Ante la magnitud de los flujos financieros internacionales y su conocida volatilidad en base a rumores y expectativas, parecer una economía sana se torna más relevante que serlo. Abultados déficit comerciales sostenidos en base a endeudamiento externo pueden administrarse a partir de una buena reputación en el mundillo de las calificadoras y organismos internacionales de crédito, si logran activar un importante ingreso de capitales especulativos. Por el contrario, el mero indicio de populismo puede desatar la ira de los custodios del orden neoliberal, que castigan a los pecadores con la plaga de la fuga de capitales.
Los resultados de las políticas de shock sobre las sociedades no suelen ser positivos. Fuertes ajustes fiscales acompañados de exagerados aumentos del dólar y las tarifas suelen derivar en caídas de la actividad económica y el empleo, acompañados de un desborde de la tasa de inflación que castigan el poder de compra de los salarios, jubilaciones y asignaciones. Esa devastación social provocada por la terapia del shock es efectiva para generar las condiciones de aceptación posterior de un programa de reconstrucción neoliberal conservador, que incluye aperturas, desempleo y privatizaciones, y es ofrecido como indispensable para recuperar un mínimo orden (estabilidad) económico. Como señala Naomi Klein en Doctrina del Shock, el fundamentalismo del libre mercado “ha surgido en un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo, así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo –el auge del corporativismo, en realidad– ha sido escrito en letras de shock”.
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