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Puede parecer desmesurada la comparación, pero los manejos financieros de Adolf Hitler, que ha investigado el periodista y cineasta Ingo Helm, no pueden sonar extraños ni sorprendentes a ningún argentino. Mientras se espera que el canal estatal ARD emita la película El dinero de Hitler, Helm le ha contado a la prensa hallazgos como que el Führer “hacía poco distingo entre su propio dinero y el del Partido Nazi e incluso el del Estado: toda la plata estaba mezclada”.
Ejemplo: en el desarrollo de su residencia estival en Obersalzberg, arriba de Berchtesgaden, en Baviera, o en la formación de su propia colección de arte, Hitler usaba libremente fondos del Estado. ¿Algún parecido con el polideportivo de Olivos o la pista aérea de Anillaco? Hitler, por otro lado, no pagaba impuestos sobre su ingreso ni sobre sus propiedades. ¿Alguna semejanza con el desvío de sumas negras hacia cuentas en Suiza u otros refugios?
El líder del nacionalsocialismo recibió enormes contribuciones de empresarios a título personal y de las grandes empresas germanas, especialmente tras la toma del poder. Se calcula que estos aportes de la industria sumaron el equivalente a 3000 millones de dólares, de los que Hitler podía echar mano sin rendir cuentas. Esas donaciones estaban correlacionadas con el gigantesco negocio de la carrera armamentista. ¿Alguna similitud con las coimas y los retornos asociados a las privatizaciones y otros negocios en la Argentina reciente?
Hitler y su entorno podían disponer a su antojo de fondos especiales incluidos en el presupuesto público. En lenguaje argentino, esto se llamaría “gastos reservados”. Hasta Mein Kampf y los retratos oficiales del Führer –tanto el tomo como esas fotos eran de adquisición obligada– generaron enormes ganancias, en las que Hitler, según cree firmemente Helm, tenía su buena tajada. ¿Libros y fotos obligatorios de los detentores del poder político? También de esto se sabe en la Argentina, aunque se haya investigado poco.