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Domingo, 11 de agosto de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

 Por Manuel Fernández López

El FMI (1)

Del siglo 19 al 20 el mundo, en grandes trazos, pasó de ser dominado por Gran Bretaña a serlo por los Estados Unidos. Cada amo impuso su propia moneda en las transacciones internacionales, ya de productos, ya de capital. El dominio inglés creó una área monetaria de la libra, y el norteamericano otra, la del dólar. Aquí, mientras vendíamos vacas en Smithfield, debíamos en libras y circulábamos por la izquierda, como caballeros ingleses. Primero la Gran Depresión, iniciada con la caída de la Bolsa de Wall Street en octubre de 1929, y luego la Segunda Guerra Mundial, redujeron el comercio mundial a cifras mínimas y a intercambios bilaterales, de mercancías contra mercancías. Al finalizar la guerra, naturalmente se reanudaría el comercio. ¿Con qué moneda? El cambio de amo en el mundo debía reflejarse en la reducción del área monetaria que aún controlaba el amo viejo. Europa aún en guerra, el suelo inglés convertido en gigantesca base norteamericana, y el gobierno de Londres, otrora centro financiero del mundo, necesitaba que New York le prestase dinero. La delegación británica intentó conversaciones bilaterales en Atlantic City, pero el destino ya estaba marcado, y fue remitida a Bretton Woods, junto a otras cuarenta y tantas delegaciones. Bretton Woods era un lugar extraordinariamente bello, de bosques y verdes praderas, rodeado de colinas, según testimonio de Roy Harrod. Nada mejor para olvidar las bombas y soñar el futuro. Pero nada peor para comunicarse con sus gobiernos, en un pueblito de mil habitantes (trate de ubicarlo en el mapa: ¡a que no!) rodeado de montañas. Allí en julio de 1944, los dos amos, representados por J.M. Keynes y Harry White, respectivamente, presentaron sus planes para reformar el sistema internacional ¿Cuál prevaleció? Con el plan White nacieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (hoy World Bank), que funcionan en un mismo bloque edilicio en Washington, a pocas cuadras de la Casa Blanca y el Capitolio, de modo que una llamada telefónica del presidente de los EE.UU. cuesta lo que una llamada local. La Argentina no adhirió, y recién lo hizo en 1957. Desde ese año, la titulada “ayuda” del FMI consistió en planes restrictivos y achiques del sector público. El presidente Illia tuvo la digna actitud de rechazar nuevos préstamos del FMI, actitud no imitada desde entonces.

El FMI (2)

Apenas un incidente menor –el comentario del Sr. O’Neill sobre una posible apropiación privada de un eventual empréstito a la Argentina– desnudó el carácter de la relación sexual que, según el padre Musto, nos une al gobierno de los EE.UU., donde el primero cumple el papel activo y a nosotros nos toca el pasivo. La caracterización del padre Musto es incompleta: se trata de una relación sadomasoquista, en la que ellos nos pegan y nosotros pedimos más. La relación no es de ahora: lleva más de un siglo. Tal vez comenzó cuando el gobierno de los EE.UU. organizó el primer Congreso Panamericano, en 1890, y la Argentina se lo echó a perder. Ya con la anexión de Texas, la invasión a Cuba y Puerto Rico, la creación de Panamá y las distintas guerras y derrocamientos de gobiernos, los sucesivos gobiernos de los EE.UU. ratificaron su intención de ser los amos de Latinoamérica. Un Roosevelt (Theodore) lo hizo por el camino de la amenaza: literalmente consistía en aplicar a los países del sur del Río Grande el “big stick” (gran garrote). Nicaragua, República Dominicana, Cuba, Guatemala, México, Grenada, Panamá y otros podrían decir qué fue el “big stick”. Otro Roosevelt (Franklin Delano) inició una política aparentemente opuesta a la de su pariente, la del “good neighbour” (buen vecino). Pero en 1933 Roosevelt no vaciló en torpedear la Conferencia dela Sociedad de Naciones, que buscaba soluciones para los desocupados en todo el mundo ¿Hasta qué punto Roosevelt, con tal actitud, no habilitó el fortalecimiento de Hitler y de Mussolini? La creación del FMI en 1944 fue la contracara de la reunión de Yalta en febrero del ‘45. Las actitudes argentinas –Yrigoyen con su política de no intervención, o los gobiernos militares surgidos en 1943, simpatizantes de las ideas fascistas– no favorecieron una buena relación. Los gobiernos de los EE.UU., demócratas y republicanos, nunca perdonaron al país su no alineamiento. Hoy el FMI, que nutre sus cuadros técnicos con docentes de universidades norteamericanas, tiene en ellos asegurada una lealtad hacia la bandera de las barras y las estrellas. Y no es de extrañar que el FMI aconseje, y exija, recurrir a instrumentos de política económica, en forma opuesta a como los aplica EE.UU., como restringir el gasto público en plena recesión, o despenalizar los delitos económicos. Actúan como decía Olmedo: “si la hacemos, hagámosla completa”.

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