Domingo, 3 de julio de 2005 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Si hay un tema que, además de influir con intensidad en la coyuntura, determinará el sendero inmediato del desarrollo de la economía mundial es el petróleo. El precio del combustible, el acceso a los yacimientos y el horizonte de que el crudo se acabará en un futuro no muy lejano genera una sensación de incertidumbre y de miedo a lo desconocido. ¿Cómo será la sociedad capitalista sin petróleo? ¿Qué pasará en los países que vivieron de las riquezas del oro negro cuando ya no lo tengan? ¿El sistema encontrará una fuente de energía alternativa capaz de hacer funcionar el motor de la economía mundial? Y si no la halla, ¿qué pasará? En muchas ocasiones, en situaciones de temor al vacío, taparse los ojos con la mano es un recurso comprensible. La negación, en un primer momento, facilita el tránsito en momentos críticos. Pero, tarde o temprano, los problemas hay que enfrentarlos para que no sean ellos los que terminen definiendo las soluciones, puesto que en esas circunstancias esas vías resultan violentas y traumáticas.
Por lo pronto, hoy existen señales de alarma cuando el valor del barril parece que no tiene techo luego de superar la barrera de los 60 dólares. Incluso en el mercado se empezó a hablar de un barril a 100 dólares, como advirtió el experto ruso del Centro de Estudios Estratégicos, Vasili Petrov, al señalar que el triunfo del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad en las elecciones presidenciales en Irán amenaza con desestabilizar la plaza del crudo. Un dato: Irán es el segundo productor de petróleo de la OPEP y el cuarto del mundo.
No habría que sorprenderse de esa proyección puesto que, medido a precios constantes de hoy (por el índice de precios al consumidor de Estados Unidos), la máxima cotización del barril se registró a principios de los ‘80 cuando superó los 90 dólares. Lo que impresiona en la actualidad es la velocidad de este rally alcista. A fines de 1998 el barril se ubicaba en 10 dólares. A propósito, no había peor momento para vender una petrolera que en ese año. Y eso fue lo que se hizo con el paquete remanente –y de control– de YPF en manos del Estado. Tan “oportuna” operación se concretó en el segundo gobierno de Carlos Menem, con Roque Fernández como ministro de Economía y Roberto Dromi, ex ministro de Obras públicas y nexo de esa transacción con los españoles de Repsol. Desde entonces, el crudo no paró de subir, acelerando su tendencia alcista a partir del 2002. Tampoco pararon de subir las ganancias, el patrimonio y el valor de mercado de las petroleras.
Desde el comienzo del desarrollo capitalista, cuando la revolución industrial irrumpió en la historia de la humanidad, las sociedades líderes fueron buscando distintas formas de convertir energía fósil en combustible del crecimiento. El carbón primero, y luego el petróleo, alimentaron la idea de energía abundante y barata para sostener un desarrollo sostenido. Pero ese tiempo parece que ha llegado a su fin. O, en todo caso, va camino a su ocaso. Por eso mismo vale detenerse en ciertos impactos a nivel internacional y también local que tiene el precio record del petróleo.
La consultora M&S estima que hasta ahora el impacto sobre la economía mundial ha sido moderado. A diferencia de otras situaciones donde el alza de los combustibles generó recesión e inflación, en esta oportunidad el mundo crece fuerte con baja inflación. Ese comportamiento se explica porque “una diferencia sobre el origen del actual salto de precio con respecto a saltos anteriores es que esta vez tiene como foco principal el incremento de la demanda, con la oferta acompañando desde atrás y con la producción mundial y las existencias prácticamente al límite. En otras subas, la causa central radicaba en restricciones impuestas por el lado de la oferta”. Y la demanda mundial de crudo está avanzando a un ritmo que no se había registrado en los últimos 25 años. Al analizar cuáles son las principales zonas demandantes de petróleo aparecen Norteamérica y Europa con casi el 42 por ciento, seguidas de Japón, Corea, Australia y Nueva Zelanda con cerca del 9, resto de Asia con el 8,5 y China con el 6,4 por ciento. O sea, Estados Unidos y el gigante asiático determinan la tendencia de la demanda a futuro, y si la perspectiva es un crecimiento sostenido de sus respectivas economías, se consolidará un ciclo estructural de petróleo caro.
Ante ese panorama, resulta relevante el impacto que tendrá ese probable escenario en cuestiones de inflación, comercio exterior y cuentas fiscales en la economía local. Con respecto a los precios internos, el gobierno ha implementado una serie de políticas para contenerlos: acuerdo con ciertas petroleras, amenazas (boicot) con otras. También subsidia la generación de energía eléctrica, importa fuel oil, define precios preferenciales del gasoil al campo y al transporte de cargas y al de pasajeros de corta y mediana distancia. En el período enero 2004/abril 2005, según M&S, la Argentina fue la que menos ajustó el precio de las naftas en la región (2,8 por ciento), liderando Colombia y Chile, con una suba del 20. Lo que también es cierto es que en los dos años anteriores el precio de las naftas había contabilizado una fuerte suba de hasta el ciento por ciento.
En relación con el comercio exterior, las exportaciones de combustibles (16 por ciento del total de los primeros cinco meses del año) y de productos primarios (23 por ciento, con la soja como estrella) explican el fuerte salto de las ventas al exterior tanto por volumen como por precio. Colaboran así en el ingreso de divisas –aunque desequilibran el objetivo cambiario del gobierno– dólares muy necesarios para una economía estructuralmente con escasez de ellos. Ese positivo comportamiento del comercio exterior se relaciona con el frente fiscal, puesto que los ingresos por las retenciones a las exportaciones –móviles para los combustibles y fijas para la soja– permiten una holgura inédita de las cuentas públicas.
Con los ojos tapados se puede seguir disfrutando de esos efectos de corto plazo del petróleo caro. El problema será cuando las manos se dejen caer del rostro.
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