La lucha del sector agropecuario por la eliminación de las retenciones a las exportaciones es un verdadero ejemplo de persistencia en la lucha política. Debe reconocerse que en esto los empresarios del campo poseen un know how largamente secular. También los recursos para adquirir los servicios de variados técnicos capacitados para fortalecer su discurso. Por estas razones, entre tantas, seguir la lucha del sector por la eliminación de las retenciones es, para los interesados en las dinámicas socioeconómicas, una tarea apasionante.

Frente a las reiteradas negativas del Ministerio de Economía, los empresarios saben volver a la carga. Primero reclamaron la eliminación lisa y llana del tributo, luego la reducción de la alícuota, después, sobre la base de disminuciones transitorias de rentabilidad en algunos productos, la eliminación o reducción selectiva. El último paso es su dilución. La letra del nuevo discurso fue aggiornada por el economista Juan Llach como parte de un trabajo publicado esta semana preparado para la Fundación Producir Conservando. En esencia el paper, de 119 páginas y eufemísticamente titulado Un sistema impositivo para el desarrollo y la equidad, propone que el pago de las retenciones sea considerado a cuenta del impuesto a las Ganancias. El aumento en los precios internos que ello provocaría, sostiene el trabajo, no sería problema, ya que podría compensarse completamente con una baja del 50 por ciento en el IVA a los alimentos. La prensa sensible a los reclamos sectoriales escribió rápidamente sobre las bondades de la propuesta “que no tendría costo para el fisco”, ya que “no se afectaría la recaudación”.

Como suele suceder en general con el discurso económico, recurrir a mecanismos con alguna complejidad para el lector no especializado puede llevar a confusión en la población, sobre todo frente a la ausencia de un “contradiscurso” por parte del Gobierno, cuyos funcionarios parecen asumir con culpa la defensa del tributo.

Parece claro que tomar un impuesto a cuenta de otro significa cobrar un solo impuesto y no dos. Mal puede ello, entonces, generar la misma recaudación. Desde el agro sostienen que en realidad ello se compensaría con el blanqueo en Ganancias, una confesión de la alta evasión sectorial. Es una realidad que en muchas provincias existen productores que han logrado, gracias a la reticencia de sus gobiernos feudales a abrir sus registros a la AFIP, quedar fuera del padrón de Ganancias. A ello se agregan los métodos tradicionales de subdeclaración de cantidades y precios y las conocidas operaciones de triangulación de ventas al exterior. Según los empresarios del campo, las retenciones a cuenta de Ganancias provocarían el blanqueo de muchas operaciones. Sin embargo, el resultado sería relativamente neutro para los que hoy no pagan ganancias y sí retenciones, y de una concreta menor carga para los cumplidores. De todas maneras, el mecanismo podría ser tenido en cuenta el día que se decida reducir o eliminar las retenciones, pues parece ser un eficaz instrumento de registro. Más allá de estas consideraciones, como señaló a Cash el economista Jorge Gaggero, Ganancias no grava ni la rentabilidad extraordinaria, ni la renta natural propia de la actividad del campo. Esto seguirá siendo tarea de las retenciones.

La compensación del efecto sobre los precios internos vía disminución del IVA a los alimentos no demanda mayores argumentos. La medida fue ensayada en fecha reciente y demostró claramente no tener efecto sobre los valores minoristas. Dicho sea de paso, ello se debe a la misma estructura oligopólica de la cadena de comercialización que impediría que los efectos de una baja en las retenciones lleguen a los pequeños productores.

Por último, dado que en última instancia la pelea por las retenciones es por el tipo de cambio que efectivamente recibe el campo, no está demás recordar que, si el Estado no interviniese en el mercado cambiario para sostener el dólar, éste caería en torno de los 2,40, un precio que se aproxima bastante al que hoy –con retenciones– recibe el campo.