Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Las discusiones sobre modelos de crecimiento entusiasman a los economistas. Los debates son intransigentes. Cada uno, participante de alguna de las escuelas predominante del pensamiento de esa ciencia, está convencido de que su receta es la adecuada para un camino sostenido de desarrollo. Como en todas las batallas de ideas, se logra una mejor comprensión poniendo un pie fuera del cónclave, dejando el otro dentro para no perder la intensidad. Así se logra, tomando un poco de distancia, una lectura un poco menos desapasionada y con perspectiva más amplia. Las posiciones predominantes las lideran ortodoxos y heterodoxos, que con matices en cada bando se apropian de la política de un país para levantar sus banderas. Los primeros tienen a Brasil en su estandarte, y los segundos izan a la Argentina. Si hay que evaluar esa contienda por los resultados recientes, el grupo identificado con el verdeamarhelo va perdiendo por goleada. Se trata, en fin, de teoría y práctica; de discursos y resultados.
El comportamiento de la economía brasileña es decepcionante. Ni el más pesimista sobre la estrategia liderada por el ministro Antonio Palocci adelantaba un saldo tan pobre. El Producto Interno Bruto de 2005 avanzó el mediocre 2,3 por ciento, menos de la mitad del crecimiento del año anterior, que había alcanzado el 4,9. Tras el objetivo de mantener acotada la inflación, que se redujo 1,9 punto de un año a otro, al bajar de 7,6 a 5,7 por ciento, se resignó poco más del 50 por ciento del crecimiento. Parece demasiada cara la cuenta a pagar para obtener ese éxito en materia de precios.
Las polémicas entre economistas durante muchos años estaban recluidas en los claustros universitarios o en reducidos grupos. Con la explosión de los medios de comunicación en la década del ‘90 adquirieron una difusión bastante amplia. Como ha quedado en evidencia en estos años, la mayoría de los economistas mediáticos, en realidad, ha perdido la brújula de la ciencia y ha quedado atrapada por intereses corporativos, lobbies, billetes y preconceptos. Por eso es un sano antídoto esperar las cifras de los principales indicadores macroeconómicos para poder evaluar la efectividad y a quienes beneficia una determinada política económica.
El modelo del FMI, el sistema financiero internacional y de Washington tuvo el peor crecimiento de la región en 2005, sólo superado por Haití, que dada su convulsión política no es referencia en ese ranking. Brasil basó su estrategia en enviar señales de “buen alumno” al mercado para atraer inversiones. Fue el año de menos ingreso de capitales destinado al sector productivo de los últimos diez. Eligió como principal ancla económica la tasa de interés, elevándola al máximo de 19,75 por ciento anual, para luego bajarla al 17,25, que igual sigue siendo la tasa real más alta del mundo. De ese modo los bancos que operaron en Brasil contabilizaron las ganancias más abultadas de toda la historia en ese país. También logró el superávit fiscal más alto en once años, al conseguir un excedente de 4,8 por ciento del Producto. Pese a ello, y a los pagos y a la cancelación anticipada de deuda, en enero de este año desembolsó 8339 millones de dólares para cubrir intereses, monto record para un mes. Todo ese mayúsculo esfuerzo para bajar un poco la inflación. Brasil, con esa política ortodoxa, logró la “hazaña” de registrar pobres resultados en un contexto internacional de bonanza impresionante.
Como ejercicio contrafáctico, juego al que son tan afectos los economistas que señalan que el crecimiento argentino no sería tan importante si la tasa internacional fuera más alta y los precios de los commodities más bajos, surge el siguiente interrogante: ¿qué destino hubiera tenido el gobierno de Lula, cruzado por intensas denuncias de corrupción, en un contexto internacional desfavorable que hubiera deprimido aún más la economía hasta depositarla en la recesión? Quienes defienden la política de Palocci, que en general son los mismos que estaban abrazados con fe militante a la convertibilidad, ofrecen el siguiente argumento: “Brasil está creando las bases para un crecimiento sólido”. Y afirman que esa performance es el costo a pagar para generar las condiciones para una desarrollo con bases firmes. Ese consejo se parece mucho a la concepción religiosa de purgar las penas, sufrir por los pecados y luego gozar de la felicidad y la buenaventura en el paraíso. Todavía no se conoce a alguien que haya podido experimentar ese recorrido para evaluar si esa inversión ofrece tan interesante tasa interna de retorno. Por lo pronto, el sistema financiero no espera tan largo periplo y contabiliza ganancias terrenales. Eso piensa el Episcopado brasileño, que criticó la política económica de Lula porque convirtió al país en un “paraíso financiero”.
Esa fantasía de futuro promisorio que los banqueros van ofreciendo a los desdichados del modelo la sustentan destacando el muy bajo riesgo país de Brasil. La semana pasada ese indicador se ubicó en el sorprendente 220 puntos. Pero ese índice también puede revelar que, en realidad, existe una inmensa burbuja financiera, alimentada por tasas de interés altísimas y un tipo de cambio que se está apreciando (el real cerró a 2,11 por dólar). Este tipo de alineamiento de esas variables regala impresionantes utilidades en moneda dura. Sólo así se entiende un riesgo país tan bajo para Brasil, que tiene una deuda monstruosa y un crecimiento tortuga.
Esa frustración que sienten muchos porque en el gobierno del primer presidente obrero en la región los bancos se han erigido en los ganadores del modelo sirve para no repetir errores pasados. Brasil no es un espejo donde la Argentina no tiene que mirarse, porque la decadencia de la Alianza y el estallido de la convertibilidad tuvo esos mismos ingredientes. El reflejo que ofrece el gigante de la región no es desconocido en estas playas. Es simplemente la exposición de una política que ya se sabe ha fracasado.
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