Domingo, 6 de mayo de 2007 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
“Es una alternativa al desastre”; “es necesario crear nuestras propias instituciones financieras”; “romper las cadenas con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional”; “mejorar la autonomía financiera de nuestros países”; “a pasos agigantados hay que concretar una nueva arquitectura financiera regional”; “América latina analiza modelos económicos alternativos tras el fracaso de las políticas de los organismos multilaterales”. Estas sentencias fueron pronunciadas por los ministros de Economía de seis países reunidos en Quito, donde se emitió el acta fundacional del Banco del Sur. Son frases de discursos que resultan muy contrastantes con las que eran habituales en funcionarios de ese nivel en el pasado reciente. Hay que remontarse al período de Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil, a mediados del ‘40 y parte de los ‘50 del siglo pasado, para encontrar una voluntad discursiva similar de gobiernos en la búsqueda de márgenes de autonomía más amplios en materia de política económica. Como en toda experiencia hay que esperar para evaluar si los resultados son tan favorables como su promesa. Pero el proyecto del Banco del Sur, con la imprescindible participación de Brasil, se puede constituir en una herramienta sustancial para que las palabras se transformen en hechos concretos.
Tan desvariado y cuestionado ha quedado el discurso dominante de la década pasada que el plan del Banco del Sur puede ser interpretado como un desafío a los Estados Unidos y para los más fanatizados, como una iniciativa innovadora. Sin embargo se trata de algo más sencillo, hacer lo que realizaron los países exitosos y que son mostrados como ejemplos a imitar en cuanto congreso y evento reúna a banqueros y empresarios poderosos. Europa contó con un banco de desarrollo para salir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial con la constitución del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que luego degeneró en el conocido Banco Mundial. También es interesante la experiencia asiática con el Banco Asiático de Desarrollo. Este es una institución financiera multilateral fundada en 1966 por 31 países, que ahora son 64 con la última incorporación de Armenia en septiembre de 2005. En su momento fue creado para promover el progreso social y económico de la región. Si bien tiene participación Estados Unidos y otras potencias económicas extrarregionales, esa entidad tiene lazos estrechos con los países regionales con el objetivo de apuntar al desarrollo asiático.
Cuando se menciona el crecimiento de esa región como “milagro asiático” se lo reduce a un fenómeno casual. Sin embargo, ese modelo, además de un esquema diferente de valores sociales y de un camino al desarrollo alejado de las recetas de exportación del FMI y BM, impulsó un sistema de gobierno regional propio. Apostaron por el desarrollo de instituciones regionales propias, como el Banco Asiático o de integración como el Asean (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático). Por lo tanto, no ha sido casualidad que Asia acumule 40 años siendo la región del planeta con índices de crecimiento elevados. Es la única zona que está consiguiendo recortar la distancia (catch up, en la jerga de economistas) con los países desarrollados. Primero fueron los tigres asiáticos (los NICs) que apostaron a un modelo económico orientado hacia la exportación, sin considerar las recomendaciones del FMI y BM. Ahora, las reformas en China e India han consolidado el crecimiento regional. Hoy, Asia es ya una región central en la distribución del poder mundial.
Puede ser que el anuncio del Banco del Sur quede simplemente en intención. También puede ser que si ese proyecto se concreta no sea muy eficiente. Pero, en base a las evidencias históricas, la región necesita un banco de desarrollo si ése es el objetivo. Asia lo tuvo y los resultados positivos son evidentes. También es cierto que cada región lo tiene que hacer a su modo puesto que lo que registra la historia es que los casos exitosos tomaron algunos elementos de los consensos generales, pero después los combinaron con instituciones propias e innovaciones de política que trabajaron en parte con el consenso pero muchas veces en contra de éstos.
La posibilidad de avanzar en ese proyecto tiene que ver con la coincidencia de gobiernos con visiones parecidas sobre la importancia de la integración regional. Pero también con el profundo desprestigio del FMI y Banco Mundial, organismos que, si no implementan un cambio radical en su funcionamiento, van camino a desintegrarse. El símbolo de esa decadencia es el escándalo que involucra al presidente del BM, Paul Wolfowitz, por nepotismo, tráfico de influencia y encubrimiento. Este caso nace cuando Wolfowitz ordena al jefe de recursos humanos del Banco el traslado de su novia, Shaha Riza, de esa institución al Departamento de Estado para evitar ser jefe de ella. Además de la mudanza, instruyó la duplicación del sueldo a casi 200 mil dólares anuales, saltándose varios escalones de esa estructura burocrática. Wolfowitz está en la cuerda floja.
Venezuela anunció que abandonará el FMI y el Banco Mundial, Ecuador echó al representante del Banco en Quito por tratar de “chantajear” y Bolivia oficializó su retiro del Ciadi, tribunal arbitral dependiente del BM que se ocupa de las demandas de las multinacionales contra países débiles. Discursos y hechos empiezan a ir de la mano en esta cuestión. Ahora habrá que esperar que la gestión de esta etapa pueda imitar el resultado de la experiencia asiática y no se convierta en una nueva frustración regional.
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