Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Puede ser que muchos no la hayan votado e incluyo hayan hecho campaña por la oposición en su círculo cercano. Varios critican lo que denominan “estilo de gobierno” sin definir si lo que les molesta es el vestuario o la pérdida del lugar de cortesanos. La mayoría preferiría otra política económica, sin entenderse muy bien por qué, puesto que con ésta han ganado dinero como pocas veces. Ese estado de situación se resume en la siguiente descripción: un directivo de una de las privatizadas, que antes fue menemista y ahora kirchnerista en público, como casi todos los empresarios, confesó ante unos pocos testigos que “nunca multipliqué tanto mi capital como con el gobierno de Kirchner, pero no los quiero”. El poder económico, en última instancia, se trasviste para acompañar al poder político triunfador. Sucede en la Argentina como en cualquier otro país porque forma parte de la lógica de funcionamiento del sistema. La clave de esa dinámica se encuentra en cómo se desarrolla esa relación, en la cual se van condicionando unos a otros, para la definición de las medidas que han de constituir las políticas macro. Se trata de lo que se denomina vulgarmente “agenda” de gobierno o los “temas pendientes”. Se traduce también como el pliego de condiciones que el consenso “sensato” difunde para ser cumplido por el presidente de turno, que en caso de no ser llevado adelante implicaría “estar a contramano del mundo” y otras tantas sentencias gaseosas para descalificar una política que disgusta.
De acuerdo a discursos y señales, previos y posteriores a las elecciones, la presidenta electa y lo que se conoce como el establishment han coincidido en la “agenda” de las asignaturas a enfrentar en materia económica por el nuevo gobierno. En ese memorándum, que se promete atraerá inversiones, aparecen como prioridades:
La debilidad de esta “agenda” no reside en los temas que contiene, puesto que son aspectos a considerar y que requieren debate y resolución. E incluso el sendero a transitar en ese programa puede ser el que propone ese consenso. Su fragilidad o, en todo caso, su inconsistencia se encuentra en las cuestiones ignoradas y que son tan o más importantes que esa partitura. Pueden ser presentados como la “contraagenda” o “agenda ampliada”, pero son aspectos que no deberían estar ausentes si a lo que se aspira es a un crecimiento con equidad:
En definitiva, no se trata de una “agenda” como le gusta definir al establishment, que en general incluyen temas que sólo preocupan a sus propios intereses, sino que el objetivo debería ser el diseño de una “estrategia”. El clan Calcagno de economistas (Eric, Alfredo y Fernando), desde una posición vinculada con el Gobierno, plantea que una estrategia “no es una enciclopedia para uso de quienes dirigen la política y la economía de una sociedad, ni un plan de mediano plazo y menos aún un catálogo de medidas inmediata”. En un reciente documento, Estrategia nacional para el desarrollo con justicia social, precisan que “es la proyección de un rumbo para la Nación, donde son identificados los principales problemas sociales, así como las diferentes posibilidades económicas para superarlos de acuerdo con valores y prioridades que se instrumentan a través de líneas de acción política”.
El interrogante que se exhibe en estos días posteriores al recuento de los votos de las urnas reside en saber si la política económica se reducirá a la “agenda” del establishment o se ampliará con las cuestiones expuestas en la “contraagenda” o, en forma más consistente, si se definirá como parte de una “estrategia” que contenga esas cuestiones urgentes pero que implique una densidad mayor que la exposición de soluciones para aspectos coyunturales.
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