Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
El balance de la situación del mercado laboral bajo la actual administración muestra un aumento significativo en la cantidad de empleo, que permitió la reducción de la pobreza. Pero esa recuperación no ha sido suficiente para sostener mejoras sustanciales en la calidad y la distribución del ingreso
Por Claudio Scaletta
El aumento de precios golpea fuerte sobre el bolsillo de los sectores de “ingresos fijos”, una de las tantas formas de nombrar a los asalariados. Es probable que el descontento de alguna porción de las clases medias urbanas sea generado por el “efecto supermercado”, ese pequeño shock que se experimenta al descubrir cuánto más se gasta para comprar lo de siempre. El clima mediático preelectoral aportó lo suyo. Para sectores de pensamiento cercanos al dominante en la década pasada, la economía se encontraría poco menos que al borde del colapso. Una perspectiva –también un posicionamiento– para analizar el resultado de cualquier programa económico es considerar en qué medida consigue mejorar el bienestar de la población en el largo plazo. Si se considera que esta mayoría es asalariada, la evolución del mercado de trabajo y sus condiciones constituyen un buen termómetro.
En el último informe laboral trimestral del Cenda, el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino, se presenta un balance de la situación del mercado de trabajo en los últimos cuatro años. El instrumento de medición utilizado es la evolución del Indice Global de las Condiciones del Trabajo (IGCT), un indicador que combina tres dimensiones, la cantidad de empleo, su calidad y el salario real. El IGCT, con base 100 en octubre 1995, tocó un piso de 83,7 puntos en octubre de 2002 y alcanzó los 105,3 en el primer trimestre de 2007. El salto de los últimos casi cinco años es significativo y permitió regresar a los valores de 1998, los máximos de la serie.
Los agregados como el IGCT dan una idea de tendencias. Para los detalles es necesario explorar su composición. El mayor avance se encuentra en la cantidad del empleo, que pasó de un índice 96,2 en octubre de 2002 a 130,7 en el último trimestre de 2006. Esta mayor cantidad respondió tanto al aumento del empleo como a la disminución del subempleo en el marco de una elevada elasticidad Empleo-Producto. En otras palabras: no sólo creció el PIB, sino que el tipo de crecimiento determinó que la cantidad de puestos de trabajo generados por cada punto de crecimiento del Producto también fuera alta, lo que se explica por tres razones:
Mientras que en la década del ‘90 fueron los servicios los que crecieron por encima del promedio de la economía, actualmente los sectores que más avanzan son los productores de bienes y, entre estos, la construcción, las actividades primarias y la industria manufacturera. “Mientras que entre el primer trimestre de 2003 y el mismo trimestre de 2007 la ocupación total se expandió 24 por ciento –destaca el Cenda–, el empleo en la construcción y en la industria creció por encima del promedio: 82 y 27 por ciento, respectivamente”. No obstante, a partir de 2005, los servicios comenzaron a crecer más que la industria, en particular los sectores Hoteles y restaurantes y Servicios financieros, con crecimientos respectivos de 64 y 49 por ciento. Un punto nada desdeñable es que si se repasan las tres razones que explican la elevada elasticidad Empleo-Producto, las tres muestran signos de agotamiento, lo que ya se reflejó en el cambio de tendencia de este indicador.
Las mejoras en la cantidad del empleo son casi necesariamente acompañadas por mejoras en la calidad. En períodos de expansión las empresas pueden afrontar los mayores costos del blanqueo a la vez que los asalariados ven aumentado su poder de negociación. Sin embargo, luego de un período de deterioro iniciado a mediados de los ‘70, profundizado en los ‘90 y con eclosión en 2002, la calidad del empleo recién comenzó a mejorar a partir de 2004. El avance no fue hasta ahora significativo. Logró superarse el piso de 2002, pero los niveles de calidad son similares a los que se registraban en 2001, no sólo luego de la tormenta de los ‘90, sino después de tres años de recesión.
El trabajo en blanco pasó de 50,7 por ciento en el último trimestre de 2003 a 57,1 por ciento en igual período de 2006. Si se excluye del cálculo a los ocupados cuyo trabajo principal proviene de un plan de empleo, el porcentaje pasa en el mismo período de 55,3 a 58,6 por ciento, una mejoría mucho menor. Históricamente, los niveles de informalidad se mantienen altos. A principios de la década del ‘90, por ejemplo, el 70 por ciento de los asalariados estaba en blanco.
La desigualdad en la distribución del ingreso, en tanto, cayó a niveles similares a los que se registraban a mediados de los ‘90. El coeficiente de Gini (indicador que cuanto más cercano se encuentra a 1, mayor es la desigualdad) se redujo de 0,490 en el segundo trimestre de 2003 a 0,435 en el primer trimestre de 2007.
Una devaluación siempre implica transferencia de ingresos de los asalariados a los empresarios. La salida del régimen de convertibilidad significó una caída del salario real del 30 por ciento. Después de un lustro de fuerte crecimiento, apenas logró revertirse la caída. “Los asalariados tienen una participación en el ingreso nacional que no resulta muy diferente de la observada durante la década del noventa, y ello es así a pesar de que el nivel de empleo es significativamente mayor”, destaca el Cenda. En otras palabras, “las ganancias y rentas se incrementaron a costa de los salarios que, en una economía que crece, se encuentran limitados”. La tendencia sigue siendo al alza, pero las dificultades para medir la evolución del nivel de precios impiden conocer si en 2007 ello significa mayor poder adquisitivo.
Dejando de lado las dificultades de medición introducidas en 2007, lo que inevitablemente introduce interrogantes, el balance de la situación del mercado laboral bajo la actual administración muestra un aumento significativo en la cantidad de empleo, que permitió la reducción de la pobreza, pero que no es suficientemente acompañada por mejoras en la calidad y la distribución. Las tendencias muestran también que la recuperación de la cantidad será más lenta en relación con el crecimiento del producto. En general, “el crecimiento de la ocupación no implicó una mejora en la calidad del empleo de la magnitud que sería necesaria para revertir el deterioro acumulado en los años anteriores” y los salarios quedaron rezagados en los niveles de 2001. El informe del Cenda concluye que “esta disparidad entre la evolución del Producto y el empleo, por un lado, y la de los salarios y las condiciones de trabajo, por otro, explica la vigencia de numerosos conflictos y reclamos sindicales”, disputas y demandas que seguramente constituirán uno de los desafíos centrales de la nueva administración.
La evolución del mercado de trabajo y sus condiciones constituyen un buen termómetro del bienestar de la población en el largo plazo.
El tipo de crecimiento determinó que la cantidad de puestos de trabajo generados por cada punto de crecimiento del Producto también sea alta.
En la década del ’90 los servicios fueron los que crecieron por encima del promedio de la economía. Hoy los sectores que más avanzan son los productores de bienes.
La calidad del empleo recién comenzó a mejorar a partir de 2004. El avance no fue hasta ahora significativo.
La desigualdad en la distribución del ingreso, en tanto, cayó a niveles similares a los que se registraban a mediados de los ’90.
La caída de la convertibilidad significó un retroceso del salario real del 30 por ciento. Después de un lustro de fuerte crecimiento, apenas logró revertirse ese descenso.
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