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Domingo, 7 de diciembre de 2003

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

 Por Manuel Fernández López

Invasores
Las invasiones de unos países por otros acompañaron la historia del hombre y siguen presentes, mal que nos pese. El éxito de una invasión se decide por la superioridad de fuerza agresiva sobre la capacidad del invadido para resistir. Una vez consumada la invasión se priva al invadido de pisar su propio suelo y el de sus antepasados, se incautan sus bienes, se le fuerza a cambiar su nombre, a renunciar a su idioma, a renunciar a su religión y adoptar la del invasor, los lugares y accidentes geográficos son cambiados de nombre, se suprimen las instituciones públicas que regulaban la convivencia social y en muchos casos los invadidos son expulsados o deportados a otros suelos, y a veces asesinados indiscriminadamente. Así como la historia está llena de casos consumados, no faltan en el pensamiento político-económico planes de invasión, ya sea justificando racionalmente la necesidad de la anexión o bien proponiendo programas de acciones a cumplir. Sir William Petty, el fundador de la economía clásica, respecto de Irlanda, a mediados del siglo XVII propuso deportar 3/4 partes de la población a Inglaterra, obligarlos a cambiar sus apellidos, someterlos a servidumbre de los ingleses, obligar a una parte a renunciar al catolicismo y adoptar la religión oficial inglesa. Cuando comenzaban a llegar al Río de la Plata rumores de una futura apertura del comercio inglés con la derogación de las “leyes de cereales”, se forjaron planes y propuestas para la anexión de las tierras de aborígenes, que descontaban la imposibilidad de la adaptación del indígena pampeano y llamaban a exterminarlo. Sarmiento, que sería gran admirador de Herbert Spencer y de sus teorías de la supervivencia del más apto, escribió: “Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado, pero gracias a esta injusticia, la América [del Norte], en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más productiva de las que pueblan la tierra. La población del mundo está sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables; las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes” (en El Progreso, Santiago de Chile, 27/9/1844).

Invadidos
El jurista y diplomático mexicano Isidro Fabela (1882-1964), representante de su país ante la Sociedad de las Naciones, es rescatado en El pensamiento económico, social y político de México por J. Silva Herzog, que reproduce el juicio de Fabela sobre la invasión y ocupación de Veracruz por los marines estadounidenses el 21/4/1914: “La ocupación de Veracruz por la infantería de marina de los Estados Unidos el año de 1914 fue un delito internacional que constituyó, por parte de su autor principal, el Presidente Woodrow Wilson, no sólo un desconocimiento evidente del derecho de gentes, sino un gravísimo error político que puso en claro su incomprensión absoluta de la Revolución Mexicana y de la psicología de nuestro pueblo. El gobierno del señor Wilson obró en el caso de México como proceden las metrópolis con sus colonias, exclusivamente por la facilidad que da el imperio de la fuerza sobre la majestad del derecho; con lo que no hizo sino ir contra todo y contra todos; contra México y los mexicanos; contra la libertad y la justicia y contra los sentimientos colectivos de la América Latina que se sintieron heridos en su espíritu de cuerpo, dejando así en la historia política y diplomática de América una mancha imborrable en el régimen de aquel equivocado Presidente de los Estados Unidos. El culto profesor de la Universidad de Princeton se manifestó, durante su régimen gubernativo, como un resoluto amigo de la libertad, defensor de los pueblos débiles, respetuoso de la soberanía de los Estados independientes y de sus atributos de autodeterminación de sus propios destinos, significándose así como un apóstol teórico de la justicia, la moral y el derecho internacional; pero, en la práctica, su conducta fue contraria a sus ideales y a sus palabras, como lo demostraron las intervenciones políticas, financieras y militares llevadas a cabo por los Estados Unidos en Nicaragua, la República Dominicana y en México, durante su administración presidencial. En cuanto al caso de Veracruz, la actitud de mister Wilson se basó en sus mismas normas de procedimiento internacional: palabras humanitarias y hechos liberticidas; declaraciones oficiales enfáticas que parecen verdad y que respiran ética irreprochable, y actos trágicos que ahogan en la sangre de un pueblo inocente esas bellas palabras” (Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, 1958).

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