Domingo, 8 de agosto de 2004 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por
M. Fernández López
Importancia
de la importación
Cuando mi media naranja advierte que hago un gastito de más se tienta
a suponer que ando con plata y me pide un poco para sí, como si cada vez
que saco un billete del bolsillo aquél se reprodujera, en vez de reducir
la cantidad disponible. El dinero no puede gastarse dos veces. Dinero gastado
es dinero perdido para el que compró, y sólo puede volver a gastarlo
el que lo recibió a cambio de entregar algún bien. Lo cual implica
también que, una vez decidido en qué gastar, se determina también
el beneficiario del gasto. Una publicidad que se emite estos días me ayudó a
fijar mi concepto. Dice así: “cada vez que comprás un disco
pirata, desaparece un cantante, un baterista, un bajista; una copia más,
un músico menos”. La propaganda, llevada a términos más
generales, dice que la dirección a la que apunta el gasto determina la
creación de nuevo empleo. Si para satisfacer mi necesidad de indumentaria
compro ropa importada de Asia, en el país que la fabricó habrá en
alguna medida un estímulo al empleo de trabajadores textiles, que percibirán
una remuneración que, en alguna medida, les permitirá comer y vestirse
ellos mismos. Pero en el país, satisfecha esa necesidad, nadie compraría
una segunda prenda hecha localmente. Por tanto habrá en la Argentina,
en alguna medida, un desaliento para emplear trabajadores textiles, quienes dejarán
de percibir una remuneración, lo cual, en alguna medida, les privará de
alimentarse y vestirse. Se dice que las ventajas del comercio internacional radican
en que al consumidor se le suministra bienes que necesita a precios menores y
de calidad mejor. Pero no se pone en la cuenta a aquellos que dejan de trabajar,
porque el bien que producen según su especialidad pasa a ser reemplazado
por un bien importado, más barato y mejor. Para ellos, su consumo empeora.
Y lo grave es que la disminución del consumo y el desempleo se propagan
al resto de la sociedad y a otras actividades productivas, por el conocido mecanismo
multiplicador. Parafra- seando el aviso, cada vez que comprás un producto
del extranjero, si es prenda de vestir, hay un obrero textil con menos trabajo;
si es electrodoméstico, hay un obrero metalúrgico con menos trabajo;
si es alimento, hay un agricultor o un obrero de la agroindustria con menos trabajo.
Y vale para cualquier producto extranjero, sea asiático, europeo o latinoamericano.
El desempleo y la pobreza, no son fruto del azar.
Por Apolo y Esculapio
Levantose mucha polvareda estos días ante la decisión de algunos
centros de salud de rehusarse a atender a delincuentes, y se trajo al centro
del debate el juramento hipocrático, que los médicos están
obligados a prestar antes de recibir su diploma habilitador. Cierto es que
el juramento dice que “en cualquier casa a la que entre, iré a
ella para beneficio del enfermo”, además de otros compromisos
con quienes padecen por su salud. Pero este juramento, como cualquier otro
formado por varias partes, tiene una integridad que las liga. No se jura para
cumplir sólo aquello con lo que coincidimos o nos conviene. Si prescindimos
de Apolo, Esculapio y todos los dioses y diosas ante los que se jura, la primera
parte sustantiva no se refiere a los enfermos sino al docente, el médico-maestro
que hizo posible formar un nuevo médico, y dice exactamente así: “Juro
... que al que me enseñó este arte le consideraré tan
querido para mí como mis padres, que compartiré mi caudal con él,
y que aliviaré sus necesidades si fuera necesario; que consideraré a
sus descendientes como a mis propios hermanos, y les enseñaré este
arte, si ellos desean aprenderlo, sin arancel ni cláusula; y que por
preceptos, lecciones u otro modo de enseñanza, impartiré el conocimiento
del arte a mis propios hijos, a los de mis maestros, y a los discípulos
ligados por estipulación y juramento conforme a la ley de la medicina”.
Las cosas han cambiado desde el siglo IV a. C., pero en su esencia el proceso
de transmitir el conocimiento sigue teniendo los mismos protagonistas: profesores,
estudiantes y graduados. El profesor tiene el privilegio del conocimiento y
la responsabilidad de transmitirlo, el estudiante es el receptor y heredero
del conocimiento, y el graduado es el capital humano nuevo, que del ejercicio
profesional obtiene un lucro. Hipócrates omitía mencionar al
Estado. Pero hoy sería imposible no tenerlo en cuenta, pues enseñar
y ejercer la medicina pide una infraestructura idónea, auxiliares y
costosos aparatos e insumos, además del pago digno a los docentes. ¿Cuál
estamento es capaz de solventar ese coste? El médico recibido es un
capital humano –por su aprendizaje y la práctica al lado de maestros– del
que obtiene una renta. He ahí la fuente natural, según la hoy
modernísima concepción de Hipócrates, para financiar la
enseñanza de medicina, y acaso de otras disciplinas universitarias.
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