Domingo, 20 de febrero de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
La “escuela clásica” de economía fundaba su edificio teórico en las condiciones que se derivan de la producción. Este carácter “social” la hizo simpática para muchos, pero fue blanco de demoledora crítica por su sucesora, la “escuela neoclásica”. Afirmaba ésta que la producción era cambiante, y por ello no era una roca firme sobre la que pudiera construirse toda una ciencia. Más invariables eran las necesidades humanas. Menger, tras buscar en cada uno de los 40.000 volúmenes de su biblioteca, no halló un solo caso que mostrara que la capacidad del estómago humano había cambiado, desde los romanos hasta hoy, o entre remotos lugares del mundo y la Viena imperial. Aceptado que el estómago humano es un receptáculo de capacidad fija, ¿cómo se llena? Las distintas especies animales disponen de diversos recursos para hacerlo, como nos muestran las películas documentales. Pero en las sociedades humanas, que no permiten devorar al otro o saquear su patrimonio, el recurso por excelencia es el intercambio. Ya en los escritos de Platón, el camino para que todos tengan alimento, indumentaria y vivienda, es, primero, la especialización en las actividades productivas, y luego, el intercambio de los excedentes de producción. Tal intercambio, en una economía monetaria, es un acto en el que interviene el dinero: te doy cierta suma de dinero y vos me entregás el alimento que necesito. Lo que determina cuántas unidades de alimento me dan a cambio de una suma de dinero es el precio: Si D es la cantidad de dinero que doy y P el precio de cada unidad de alimento (A), el cociente D/P es el total de unidades de A que obtengo. Ahora bien, ¿de dónde saco el dinero? Salvo otros recursos, lo usual es obtenerlo trabajando: durante cierto número de días (digamos, un mes) trabajo para alguien que al terminar el período me entrega la cantidad S (salario) de dinero, una suma de dinero ganada en cierto tiempo T de trabajo, o cociente D/T. Como tengo hambre y el dinero no se come, voy al mercado y pido alimento. El mercado me responde: tomá D/T dividido D/A, o salario nominal dividido precio del alimento. El resultado es A/T, salario real o cantidad de alimento que permite comprar cierto salario ganado a cambio del trabajo de un mes. Esto es lo único que puedo introducir en el receptáculo llamado estómago, cuya capacidad es fija e independiente de magnitudes como la “productividad del trabajo”.
Las papas crecen bajo tierra como un racimo: si se excava un poco, salen las más grandes, y luego otras más pequeñas. El terrateniente alemán Johann H. von Thünen, hacia 1826, advirtió que, para cierto precio de las papas y cierto salario del trabajo, sería beneficioso tomar jornaleros para sacar papas de la tierra, toda vez que el valor de las papas extraídas fuese mayor que los salarios pagados. Y asimismo, ampliar el número de jornaleros mientras la diferencia entre ventas y sueldos pagados fuese positiva. Pero la producción no subía a igual ritmo que el número de trabajadores: salían papas más pequeñas, de precio más bajo. Llegaba un punto en que un jornalero más obtenía, en un día, una producción cuyo valor era igual a su salario. Ese último incremento de producción se llamó producto marginal. Pasaron años y un inglés, el reverendo Philip Henry Wicksteed, propuso en 1894 remunerar no sólo al trabajo sino a los diversos factores de la producción según su producto marginal. El criterio lucía pleno de justicia: quien no contribuía a la producción, no ganaba; quien más contribuía, ganaba más. Y lo que era extraordinario: el criterio de la productividad marginal cumplía una notable propiedad matemática, el teorema de Euler: bajo ciertas condiciones, conocidas como “rendimientos constantes a escala”, retribuir a los factores productivos según su productividad marginal lleva a igualar exactamente la suma de costos conla suma de ingresos por ventas del producto. La propuesta de Wicksteed fue objeto de varias críticas, y hasta su autor reconoció haberla formulado con fines apologéticos. Aun en sus mismos términos la fórmula de Wicksteed-Euler implica que si hay un aumento de precios, el salario nominal debe incrementarse en igual proporción. Supongamos que, como en la producción de papas (x) se emplea sólo el factor trabajo (t) y que p es el precio de mercado. Sea L la cantidad de trabajo empleada. La fórmula dice que el valor total de la producción, p.x, es igual a la productividad marginal de t (sea t’) por la cantidad empleada, t’ L: p.x = t’.L. Pasamos términos, x/L = t’/p. La productividad del trabajo es x/L y el salario real es t’/p. Si no varía la productividad del trabajo no debe variar el salario real; y si p aumenta en 60 por ciento el salario nominal debe subir en esa proporción. Si ello no ocurre es erróneo limitar el salario a la productividad del trabajo.
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