Domingo, 20 de febrero de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
Sería apasionante conocer el análisis de Carlos Marx sobre el capitalismo contemporáneo, su autocrítica histórica y, por qué no, su visión y perspectivas sobre la Argentina actual y en particular sobre el fenómeno de la deuda externa. Pero lamentablemente eso es imposible por obvias razones.
Lo que sí es posible sería enterarse de qué opina y vaticina Daniel Marx sobre esos mismos temas. Pero, la verdad, no vale la pena distraerse con la voz nada autorizada de quien fue uno de los máximos responsables del endeudamiento argentino bajo diferentes gestiones económicas, y tantas veces equivocó el diagnóstico.
Curiosamente, una de las observaciones más originales sobre la manera de enfrentar el asunto de la deuda externa por parte de la dupla Kirchner-Lavagna la acaba de realizar otro Daniel Marx, cuyo apellido completo es Marx McCarthy y es analista político del Center for Economic and Policy Research de Washington, un centro de estudios de orientación heterodoxa.
Este Marx publicó días atrás un artículo en la publicación del International Relations Center, otra organización progresista de los Estados Unidos que acaba de cumplir veinticinco años y que cuenta entre sus miembros a Noam Chomsky.
El artículo se titula “¿Pueden los deudores elegir?”, y trata sobre las implicancias del caso argentino para el futuro de los países más pobres del mundo que están altamente endeudados. Señala que el fracaso de la reciente reunión del Grupo de los Siete en Londres sobre cómo alivianar el peso de la deuda sobre esas naciones, puede llevarlas a probar “remedios alternativos como el que aplicó la Argentina”, cuya receta incluye como ingredientes clave jugar la “carta del default” y la “resistencia a aplicar las políticas del FMI”. Dice que el caso piloto argentino “provee un rayo de luz a los países pobres para lograr acuerdos más favorables con los que aparecen como omnipotentes organismos internacionales de crédito”.
En otras palabras, Marx McCarthy insiste en que, “jugando la carta del default”, el gobierno de Kirchner acopió un nivel excepcional de poder dentro de la histórica negociación del tipo David vs. Goliat.
El autor sostiene que el resultado de las negociaciones que se conocerá el próximo 25 “va a afectar no sólo a la Argentina”. Entre otros, principalmente al FMI, que “de acuerdo a su estatuto no puede seguir prestándole a un país que acumula atrasos con acreedores privados o que está negociado de mala fe, definida ésta como una oferta de reestructuración que concite una baja aceptación”.
Marx McCarthy afirma que el FMI va a estar ante un dilema si la aceptación es menor al 80 por ciento, que fue el nivel donde sus funcionarios colocaron el piso: se verá forzado a desdecirse, a dar por exitosa a la operación de canje y volver a renegociar la deuda por más de 13 mil millones que la Argentina tiene con la institución, o a “calificar la operación de inaceptable, cerrando la posibilidad de renegociar. Pero en esta segunda opción –advierte el analista–, el Fondo podría enfurecer al testarudo del presidente Kirchner y provocar el default sobre la deuda con el organismo”. Marx observa que “en ambos casos el FMI quedaría en una posición incómoda”, y en cuanto a la Argentina acota que “sería un triunfo relativo que compensaría al país con un sustancial ahorro derivado del default, o con la posibilidad de ganar tiempo para cumplir con sus obligaciones con el organismo”.
Su conclusión es que “utilizando de manera creíble la amenaza del default con el FMI y una inteligente negociación con los privados, la Argentina ha forzado al Fondo a capitular y con eso ha demostrado que las naciones acosadas con un alto endeudamiento y en crisis pueden ejercer cierta voluntad en contra de la posición de las instituciones internacionales de crédito y ganar un margen de acción para liberarse de los paquetes depolíticas que se les suele imponer con los paquetes de préstamos”. Remata diciendo que “si la oferta argentina es exitosa, reducirá notablemente el costo de defoltear y eso tentará a muchos países a desconectar el enchufe”.
Para que los elogios de Marx tengan algún sentido conducente, resta que la historia tenga efectivamente un final feliz, que por cierto no es el que simula Roberto Lavagna –que con un 50 por ciento de aceptación dice darse por satisfecho– sino que por lo menos debería superar los dos tercios del total.
Es llamativo que con los datos que se conocen al cierre de esta nota (un 40 por ciento de aceptación faltando siete días hábiles para que termine de verter la arena) no se escuche a nadie (ni en el frente interno ni tampoco en el exterior) dudando de que eso vaya a ocurrir. Sin embargo, con su conocida cautela y moderación, en Economía todavía ni siquiera pusieron el champagne en el freezer. “La verdad es que tanto optimismo me pone nervioso”, confesó a esta columna un protagonista estelar de esta historia.
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