Dom 12.05.2002
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EL BAúL DE MANUEL

Estado / Crisis

› Por Manuel Fernández López

Estado

Se conmemora el 150º aniversario de Bases, el libro del padre de la Constitución argentina, publicado en Valparaíso en 1852. Alberdi era un agudo lector de las grandes obras de Economía, sobre todo de Adam Smith. No es casual que su visión del futuro argentino pasase por el posible empleo de los factores productivos. El país sólo tenía abundancia de tierra, en gran parte ocupada por aborígenes, y su aprovechamiento pleno sólo sería posible con una gran incorporación de capital y trabajo. Para ello era necesario dar alicientes especiales para su migración y radicación, tales como el goce irrestricto de las libertades otorgadas a los ciudadanos. No cabía esperar que con un Estado ausente esos grandes movimientos ocurrieran a favor de la Argentina. Un Estado, con los recursos necesarios, era el único que podía inducir la inmigración masiva (de ahí la frase “gobernar es poblar”). Sólo el Estado podía garantizar al particular el disfrute de sus riquezas. Alberdi tomó de Smith la idea del origen del gobierno civil: “El gobierno civil, en tanto que tiene por objeto la seguridad de las propiedades, es, en realidad, instituido para defender a los ricos contra los pobres, o bien a los que tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna” (Riqueza de las Naciones, lib. V cap. i, b, párrafo 12). De ello deducía Alberdi: “Conforme a esta gran verdad histórica, la provincia de Buenos Aires, que es la que más propiedades y propietarios contiene de todas las provincias argentinas, es la más interesada en que el gobierno exista como institución regular y eficaz para defender la seguridad de sus fortunas” (Cartas sobre la prensa, XIII, “Política y riqueza”, 1878). Estas palabras fueron escritas poco antes de la Conquista del Desierto (1879), que representó una gran fuente de riquezas en forma de tierras y más tarde de cabezas de ganado. Alberdi vio claramente el papel del Estado como protector de las riquezas que, como posesión de bienes raíces, comenzaría en 1879. Tal etapa llegó a un agotamiento, y a la riqueza en bienes raíces sucedieron la riqueza industrial y la financiera; y a la provincia de Buenos Aires sucedió en 1880 la Capital Federal, como punto de concentración de las fortunas. Alberdi sigue hablando verdad, sólo que hoy el Estado protege las riquezas del inversor externo, contra los reclamos de una sociedad formada en un 50 por ciento por pobres.

Crisis

Vivimos una crisis. Releamos a Alberdi: al ocurrir la crisis de 1873-75, aplicó la taxonomía médica de Juglar (primero que vio las crisis como parte de un ciclo): prosperidad, plétora, crisis, pánico, contracción. El ciclo era una sucesión de fases: prosperidad, crisis, liquidación. En una economía globalizada, el ciclo se transmitía entre países centrales (Juglar) y del centro a la periferia (Alberdi): “Una crisis económica pesa sobre todo el mundo comercial, en fuerza de la solidaridad que liga a todos los mercados como parte de un solo y vasto agregado social. No podía estar excluida de esa ley la región del mundo que toma de su centro europeo las industrias, los capitales y los brazos de que vive su riqueza. La crisis en el Plata no es otra que la misma que reina en todo el mundo comercial”. El ciclo nacía de una estructura económica imperfecta. Cada fase nacía de la anterior y causaba la posterior. En el auge había un “furor de enriquecer repentinamente, del cual nacía un furor general de especular en todo género de negocios y de empresas que prometen grandes y prontas ganancias”; “la extrema prosperidad comercial e industrial precede siempre (a las crisis)”; “todas las crisis hacen su explosión al fin de un período de gran prosperidad”. La prosperidad dura más que la contracción: ésta es un “empobrecimiento súbito”. El país construía su infraestructura con deuda externa; se emitía papel moneda convertible a oro, obtenido porinversiones extranjeras y exportaciones. El desequilibrio estructural visible era el exceso de trabajadores improductivos en la administración pública nacional y en las provincias. Otro desequilibrio era espacial: la concentración de riqueza en Buenos Aires. La crisis destruía la confianza en los billetes, mera “expresión escrita de una promesa de pagar en moneda (metálica)”. De la crisis no se salía con medidas de corto plazo; requería una acción estructural: “es un mal crónico que no puede irse sino por remedios crónicos”. Sobre “tomar capitales (extranjeros) a préstamo”, éste sólo podía absorberse en proporción al capital interno. Era ocioso querer que regresasen capitales fugados. La naturaleza del negocio bancario llevaba a expandir en exceso el crédito: si el Banco “prestara dinero en vez de billetes, prestaría menos; si prestase su propio dinero en lugar del dinero de los depositantes, prestaría menos aún”.

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