Domingo, 21 de agosto de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
El método de análisis monetario más popular y difundido es la llamada “ecuación del cambio” de Fisher, mediante la cual se descompone una determinada masa de gasto total en sus componentes reales y monetarias. Según la expresó Irving Fisher, en su libro El poder de compra del dinero (1911) un nivel de gasto de –digamos– G pesos anuales puede expresarse como el producto de un índice de cantidades intercambiadas, o transacciones (T) y un indicador del nivel promedio de los precios (P): G = P.T. Alternativamente, el gasto de G pesos puede verse como el producto del stock de dinero promedio en la economía (M), por el número de veces que ese dinero cambia de manos, o velocidad de circulación: G = M.V. Por lo tanto, como G es idéntico a sí mismo, es MV = PT, una identidad (no una ecuación o condición de equilibrio). Además, dos de las magnitudes del problema (M y P) son stocks (ello significa que su valor se calcula para cierto instante de tiempo), y las dos restantes (V y T) son flujos (o sea que su valor se calcula para un período, o tiempo comprendido entre dos instantes). Como variables de un problema, M, V, P y T son unidades derivadas, que se definen en términos de “unidades fundamentales”; ellas son: la cantidad de moneda (m), el tiempo (t) y una medida de unidades físicas de bienes (i). La magnitud G tiene la dimensión m/t (dinero sobre tiempo), y asimismo sus expresiones equivalentes, MV y PT. Ahora bien, esta ecuación que aparece en el libro de Fisher de 1911, él la tomó de Principios de Economía Política, publicada en 1885 por el profesor de astronomía y matemáticas de la Universidad Johns Hopkins (EE.UU.) Simon Newcomb (1835-1909), quien la había denominado “ecuación de la circulación societaria”. Por tanto, la “ecuación del cambio”, de Fisher, no era ecuación (sino una identidad) ni de Fisher (sino de Newcomb, quien a su vez tenía varios precursores, entre ellos Ricardo). Además fue Newcomb quien introdujo en la ciencia económica la tan útil distinción entre stocks y flujos. En este asunto ocurre lo mismo que otras expresiones que acuñan unos y, por el hecho de vivir en sociedad, se las apropian otros. Por ejemplo, en el lenguaje político del tiempo de Perón todo el tiempo se hablaba de “una nueva Argentina”, “independencia económica” y “justicia social”, expresiones acuñadas por el católico-conservador Alejandro E. Bunge y el socialista Alfredo L. Palacios.
El libro de Irving Fisher, El poder de compra del dinero (1911) tuvo un éxito que es difícil exagerar. En aquel tiempo ya la ciencia económica se escribía principalmente en inglés, y su centro de irradiación era sin duda el sistema universitario inglés. De modo que la ecuación del cambio pronto generó una reformulación inglesa, denominada “análisis de saldos monetarios”, en contraposición al “análisis de componentes” propuesto por Fisher. Su autor inglés fue Arthur C. Pigou, en el trabajo El valor del dinero (1918), en el que la cantidad de recursos que la población deseaba conservar bajo la forma de liquidez primaria (o Cash, como el nombre de este suplemento), M, era una proporción fija (un quinto, un décimo, un vigésimo) de sus recursos totales, que en su expresión “real” o física eran T, y en su valor monetario eran P.T, como en la ecuación de Fisher. El factor de proporcionalidad se escribía como K (un coeficiente inferior a 1). Por tanto, la llamada “ecuación de Cambridge”, según la formuló Pigou, era M = KPT. Los sesudos de aquel tiempo advirtieron que, comparando términos, salía que K = 1/V. Otros más sesudos, sin embargo, notaron que las componentes de la ecuación de Fisher (incluida V) resultaban de hechos consumados, mientras que las variables de la ecuación de Cambridge (incluida K) indicaban deseos que no necesariamente se consumaban. John M. Keynes, que compartió todas estas ideas, hasta que se apartó de ellas después de 1930, acaso como humorada (humor inglés, claro) propuso su propia versión de la ecuación del cambio en Breve tratado de la reforma monetaria (1923). Si Fisher la había tomado de un astrónomo, él también la tomaba de la astronomía: n = p(k + rk’), donde n era la cantidad de dinero, p el nivel de precios, k el equivalente de unidades de consumo, k’ los depósitos bancarios, y r el coeficiente de encaje bancario. Keynes, quien primero estudió matemáticas y luego economía, era coleccionista de manuscritos de Isaac Newton, quien, en 1796, fue nombrado custodio de la casa de moneda y responsable de determinar la relación entre los valores de oro y plata en la acuñación de monedas. En su subvaluación de la plata se ha encontrado el origen de la formación efectiva del patrón oro. Hubo astrónomos, como Copérnico y Newton, interesados en la economía. Y economistas –Smith, Gossen, Jevons, Fisher, Keynes– interesados en astronomía.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.