Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL › EL BAUL DE MANUEL
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Por Manuel Fernández López
En 1933, en lo más hondo de la Gran Depresión, aparecieron dos libros sobre formas de mercado no competitivas. Uno del norteamericano Edward H. Chamberlin, Teoría de la competencia monopólica, y otro de la inglesa Joan Robinson, Teoría de la competencia imperfecta. Hasta entonces, en el análisis económico predominaba el enfoque marshalliano, basado en el “supuesto de competencia perfecta”: gran número de agentes, tanto en la oferta como en la demanda de mercado; libre acceso a este último; homogeneidad del producto; ausencia de concertación entre agentes. Las obras revelaban que un reducido número de oferentes, la diferenciación del producto mediante publicidad, los acuerdos interempresariales y la formación de clientes creaban un poder empresarial que les permitía fijar las condiciones del mercado a su conveniencia. En el mismo año indicado, dos figuras emblemáticas del siglo XX, don Adolfo y don Franklin Delano, llegaban a las alturas del poder. Claramente no eran lo mismo, aunque a ambos los cobijaban regímenes de democracia. La palabra deriva de demos (pueblo) y kratein (gobierno). Pero ¿es gobierno del pueblo?, ¿gobierno por el pueblo?, ¿gobierno para el pueblo? Para Lincoln, las tres cosas juntas, algo así como la competencia perfecta en los mercados, que raramente se da en la práctica. Pues las democracias, como formas de dar poder político unos ciudadanos a otros a través del voto, siempre han tenido atomización del lado de quienes dan el poder, y el voto de uno pesa igual que el de cualquier otro; pero hay condiciones muy heterogéneas y poco transparentes de parte de quienes aspiran a recibirlo o continuar ejerciéndolo. Promesas de beneficios de toda índole a los votantes –casi siempre usando recursos públicos–, amenazas y restricciones a la expresión de opositores, fortunas gastadas en mejorar la “imagen” de los candidatos, acuerdos de cooperación con otras fuerzas políticas son caminos para reducir el número de competidores, diferenciar el “producto”, limitar el acceso y cometer colusión. Es una democracia corrupta, como decían Aristóteles y Montesquieu, en la que el pueblo mira gobernar por TV y el que gobierna no lo hace para el pueblo sino para su propio beneficio. Sin embargo se llama democracia, de igual modo que en economía se rechazó la competencia imperfecta para evitar el derrumbe de los teoremas del análisis económico.
Se dice que los economistas son antipáticos para la sociedad y que practican una “ciencia deprimente”. No son pocos los que desearían ver a algunos de ellos tras las rejas. Pero si los particulares se incomodan, también se molestan quienes detentan el poder, y a menudo han concretado el deseo de ponerlos en la gayola, o el más drástico de separar su cabeza del cuerpo. En ciertos casos, sin embargo, privaron a la sociedad de inteligencias notables y útiles. Antonio Serra fue el autor de la noción de “balanza comercial, incluidas partidas invisibles”, tan central para la política económica de las monarquías de comienzos del siglo XVII. Presuntamente acusado de acuñar moneda, fue encarcelado por diez años en Nápoles. En esa misma ciudad, gobernada a mediados del siglo XIX por el Borbón Fernando II, también estuvo a la sombra en 1849-52 Antonio Scialoja (1817-77), autor del tratado de economía que tradujo y usó el doctor Clemente Pinoli en 1855-58 para enseñar economía en la Facultad de Derecho de la UBA. Scialoja había participado, no obstante ser ministro, en la sublevación del 15 de mayo de 1848. Al año siguiente, en mayo, fue acusado y enviado a prisión por tres años, luego condenado a nueve años de cárcel “por haber sido informado de una conspiración [contra la seguridad interna del estado borbónico] y no haberla denunciado a la autoridad”, y en 1852, por intercesión de Napoleón III, se le conmutó la pena a cambio de exiliarse a perpetuidad. Y el economista ruso Nikolai Dmitrievich Kondratieff (1892-1931), ministro diputado de Alimentación en el gobierno provisional de Kerensky (1917) y autor de la teoría de las ondas largas en el estudio del ciclo económico, tema en el que trabajó entre 1919 y 1928 inspirado en los escritos de Mijail Tugan Baranovsky (1865-1919), a quien consideraba “el mayor economista ruso de todos los tiempos”, en 1920 fundó el Instituto de la Coyuntura. Y en 1925 publicó Los ciclos económicos principales y en 1928 el libro El ciclo de onda larga. Pero el stalinismo nunca aceptó que en la URSS, bajo un régimen socialista, hubiera ciclos económicos, y la Enciclopedia Rusa Soviética (1928) calificó su teoría como “errónea y reaccionaria”. En 1930 fue arrestado, acusado de encabezar cierto Partido de Trabajadores Campesinos, y deportado a Siberia sin juicio. Murió en algún lugar, en algún momento y por motivos que no se conocen.
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