Domingo, 4 de marzo de 2007 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
... cuando seas grande? La pregunta, infinitas veces formuladas al chico, más con fines de diagnóstico que de información, infinitas veces fue seguida por la respuesta: “bombero, médico, astronauta o maestro”. La respuesta refleja el mundo del chico: el hogar, la tele, el cole. Y la escuela, como segundo hogar, está siempre en su pensamiento, con sus momentos buenos y malos. Pero en alguna etapa de su maduración, cuando se comienza a formar la idea de futuro y la noción de que cada actividad produce los medios para vivir y que esos medios pueden ser insuficientes o más que suficientes, muchas de las primeras elecciones se caen y dan lugar a otros criterios. La vocación lleva a las personas a inclinarse por determinadas profesiones (contador público, concertista de piano, bailarín clásico, zapatero, etc.) y por tanto sacrificar cierto tramo de su vida a aprenderlas. No todos concluyen el aprendizaje, y no todos triunfan sobre sus competidores en el ejercicio profesional. Esos son los riesgos de los distintos empleos. La ganancia del que llega y se destaca no es sólo la pecuniaria, sino también el aplauso, los honores y el reconocimiento social de sus obras. Cada actividad lleva adjunto un aspecto “bueno”, la ganancia, condicionado por otro “malo”, el acaso o riesgo de no obtenerla. El común de la gente opta por actividades que rinden alta ganancia, pero se retraen en su elección si es incierta o riesgosa la obtención de esa ganancia. Según Adam Smith, las actividades manuales, como la de los zapateros, una vez adquirida la capacitación, rinden ganancias seguras pero muy moderadas; mientras que las profesiones liberales, como la de abogado, pueden rendir ganancias altas, pero no siempre seguras. La actividad docente en nuestro país está organizada para no ser elegida por nadie, salvo aquellos que contabilicen la mejora de la infancia y la juventud como una ganancia propia. Del lado de sus ingresos, al estar sujetos a la avaricia estatal, ganan como el servicio doméstico. Del lado de la incertidumbre y el riesgo, sujetos a la puja entre Estado y sindicatos, no saben si la próxima negociación les permitirá sostener sin sobresaltos su propio hogar. Y esto ocurre en un país necesitado, hoy más que nunca, de mejorar su educación y atraer hacia esa actividad a más y mejores maestros. La prescripción, como economistas, sería: más ingresos y menos riesgos.
Cualquier empresa –pyme o gigantesca, actúe en competencia o en alguna forma monopólica, pública o privada– abastece cierto mercado o demanda, del que recibe la compra de sus productos. El gasto del mercado constituye el ingreso (total o bruto) de la empresa. Un cambio en el precio de venta de la producción de la empresa se refleja en una reacción de la demanda, y por lo tanto en un cambio del ingreso total de la empresa: el cambio en el ingreso total debido a un cambio en nivel de producción se denomina “ingreso marginal”. Por otra parte, la suma de erogaciones que efectúa la empresa (compra de insumos, pago de sueldos y salarios, gastos en publicidad, etc.) constituye el costo (total) de la empresa. El cambio en el costo total, provocado por un cambio en el nivel de producción, se denomina “costo marginal”. La diferencia entre el ingreso marginal y el costo marginal es, pues, el beneficio marginal. ¿Cómo sabe la empresa si le conviene aumentar su producción una unidad más? Cuando dicho aumento de producción le provoca un incremento de ingresos superior al incremento de costos, o bien cuando el beneficio marginal es positivo. O bien cuando el beneficio marginal pasa de positivo a nulo. Ahí exactamente detiene su incremento de producción. Si la empresa es una empresa ferroviaria, va a fijar el precio de venta (o tarifa) de su servicio allí donde el ingreso marginal iguala al costo marginal. En ese punto será máxima su ganancia, aunque no la utilidad de los usuarios: aquellos que no puedan pagar la tarifa no podrán acceder al transporte. Otro criterio, que elimina el lucro particular, sería fijar la tarifa al nivel del mínimo costo unitario o promedio (costo total dividido por la cantidad de producción): a ese nivel la empresa no tiene déficit, aunque tampoco obtiene ganancia, y sirve a un mayor número de usuarios. En 1895, W. Launhardt (profesor en Hannover) y A. Schneidewind (profesor en la Universidad de Buenos Aires) demostraron que a la segunda tarifa no sólo el ferrocarril sirve a la mayor cantidad de usuarios, sino que la inversión en esa empresa es la más amplia posible. Mientras el primer criterio corresponde al de una empresa privada, el segundo, de mayor proyección social, al suponer ganancia cero, corresponde a la propiedad pública del ferrocarril. La función social que le atribuye el gobierno nacional al ferrocarril supone este cambio de propiedad.
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