Domingo, 6 de enero de 2008 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Hace 200 años Napoleón intentaba someter a Inglaterra prohibiendo la entrada de productos ingleses en el continente europeo. La situación inspiró diversos escritos de autores ingleses. Uno de ellos fue el de James Mill (1773-1836), Commerce Defended (1808), autor en 1821 de Elementos de Economía Política, libro por el que se enseñó economía por primera vez en 1824 en la UBA. En dicho folleto Mill enunciaba la “ley de las salidas”, como “las compras y ventas anuales siempre se equilibran”, o “lo que se produce anualmente se consume anualmente”. La oferta excedente de un bien se balanceaba necesariamente con la demanda excedente de otros bienes. O mejor aun, la sobreproducción de un bien sólo era posible tomando capital de otros bienes, los cuales, necesariamente, debían producirse en menor cantidad: “Una nación puede fácilmente tener más de lo necesario de una mercancía cualquiera, aunque no puede tener más de lo necesario de todas las mercancías. La cantidad de cualquier mercancía puede fácilmente aumentarse más allá de su debida proporción, pero eso mismo implica que alguna otra mercancía no se abastecerá en proporción suficiente. ¿Qué se quiere significar al decir que el mercado está excedido de una mercancía? No es que una parte de la misma no encuentre nada con lo que intercambiarse. Pues de las demás cosas la proporción es demasiado pequeña. Una parte de los medios de producción que se han empleado para producir esta mercancía superabundante debieron haberse empleado en la producción de aquellas otras mercancías hasta que se restableciera el equilibrio entre ellas. Cuando este equilibrio se preserva adecuadamente, no puede existir superfluidad de mercancías, para alguna de las cuales el mercado no esté ávido”. Un año después, Ricardo, en The High Price of Bullion (1809) mejoraría la formulación por Mill de la ley de las salidas o ley de Say, concebida como la adecuación de las proporciones en que se efectúa la producción con las proporciones en que se gastan los ingresos: “Nunca un país puede tener una sobreoferta (glut) general de todas las mercancías. Esto es evidentemente imposible. Si un país posee todas las cosas necesarias para el mantenimiento y la comodidad del hombre, y esos artículos se distribuyen en las proporciones en que son habitualmente consumidos, es seguro, por abundantes que sean, que encontrarán salida en el mercado”.
Otro folleto fue The Economists Refuted (1808), de Robert Torrens (1780-1864), un coronel de marina en actividad, originador de la teoría de los costos comparativos, en Ensayo sobre el comercio exterior de cereales (1815). Por ejemplo, si en el país A cuesta capturar un ciervo 1 día de trabajo y un castor ½, se cambiarán 2 castores por 1 ciervo: 1 día de trabajo del cazador de ciervos por 1 día de trabajo del cazador de castores. Un ciervo vale 2 castores. En el país B, cuesta capturar un ciervo 1 día de trabajo y un castor ¼: se cambiarán 4 castores por 1 ciervo. Un ciervo vale 4 castores. Si el país A fuera más eficiente que B en una línea de producción, y el B más eficiente que A en la otra, hay una base para intercambiar. Pero si el país B no es menos eficiente que el A en ninguna producción, y el país A no aventaja al B en ninguna producción ¿no hay base para comerciar? Torrens sostuvo que podía ser ventajoso importar, aun cuando las condiciones locales para producir los bienes importados fuesen más ventajosas que las prevalecientes en los países de donde provenían. “Supongamos, decía, que en Inglaterra haya distritos con tierras que no han sido objeto de mejoras, en las que pueda cultivarse trigo a un costo de trabajo y capital tan reducido como el de las llanuras fértiles de Polonia. Si es éste el caso, y todo lo demás igual, la persona que cultive en nuestros distritos no mejorados estaría en condiciones de vender su producto a una tasa tan baja como la del cultivador de Polonia; y parece natural concluir que, si se permite a la industria elegir su orientación más lucrativa, el capital se invertiría en sembrar trigo en el país, y no traerlo de Polonia al mismo costo primo, y a un mucho mayor costo de transporte. Pero esta conclusión, por obvia y natural que parezca a primera vista, si se examina con más detalle puede resultar enteramente errónea. Si Inglaterra hubiera adquirido tal grado de habilidad en manufacturas que, con cierta porción de su capital, pudiera elaborar una cantidad de indumentaria, a cambio de la cual el cultivador polaco entregase una mayor cantidad de trigo que la que Inglaterra, con la misma porción de capital, pudiese cosechar en su propio suelo, entonces, sectores de su propio territorio, aunque fueran iguales a las tierras de Polonia, o más aun, aunque fueran superiores, serían abandonadas; y una parte de su oferta de trigo se importaría de dicho país.”
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