Domingo, 24 de febrero de 2008 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
El problema económico nace de la finitud de los recursos al alcance de personas o de colectivos humanos. Porque el dinero no nos alcanza, debemos comer un sánguche y no hacernos servir en un restaurante. Porque el agua potable es limitada, a su uso deben ponerse restricciones –por ejemplo, cobrándola–. El no poder tomar de un recurso escaso tanto como se nos antoja lleva a la necesidad de tener que elegir entre un uso u otro. Si se trata de bienes de consumo, el criterio es la utilidad o preferencia relativa de cada posible destino. Si en cambio se trata de bienes de capital, el criterio es el rendimiento esperado: ¿contratar a este o a aquel trabajador?, ¿adquirir este equipo o aquel, o ninguno?, ¿invertir en títulos públicos o en acciones? Como todo lo esperado recién ocurrirá en el futuro, la cifra que realmente obtenga en el futuro es un misterio: sólo puede conjeturarse. Por ejemplo: compro tierra para sembrar algo y exportar la producción; entre tanto, ocurre algo imprevisto: una recesión en el exterior, que puede reducir (o no) la cantidad demandada de mi producto, reducir (o no) el precio de mi producto, o ambas cosas. Mi rendimiento se forma con la cantidad exportada y el precio en el exterior. ¿Qué producto me conviene sembrar? ¿El que se cotice más, o el que, sin rendir tanto, mantenga estable su precio a lo largo del tiempo? El tema de la elección sujeta a riesgo fue considerado por Adam Smith respecto de la elección de profesiones, y luego por M. Friedman y L. Savage, y por Hurwitz en su célebre obra Portfolio Selection. Menos conocido es el enfoque de Pedro Ferré (1830, gobernador de Corrientes), que desaconsejaba la ganadería, prometedora de lucros considerables, aunque sujetos a riesgos y peligros, y aconsejaba diversificar las actividades económicas, que aunque prometían lucros moderados, eran más seguros. Su pensamiento vendría a coincidir con el enfoque riesgo-beneficio de Hurwitz, Tobin y otros, en el siglo XX, que medían el rendimiento esperado por la media de los rendimientos pasados y el riesgo esperado por la varianza de dichos rendimientos. El comercio mundial de productos agropecuarios, con sus marcadas fluctuaciones de precios y cantidades, es especialmente apto para este tipo de valoraciones. Y lo es en la Argentina actual, en que el uso de la tierra se ha reorganizado en función de la expectativa de lucro y la soja ocupa más de la mitad del suelo.
Vamos conduciendo nuestro auto. De pronto, una hilera de conos anaranjados reduce el ancho de la ruta y con ello también la velocidad de circulación. A la media cuadra, un policía nos indica arrimar el auto al cordón. Algo adentro se nos estruja, porque nunca sabemos cómo terminan esas paradas. La morosidad con que el policía examina nuestro auto nos hace presentir que, además de impedirnos llegar adonde íbamos, algún defecto le va a encontrar al auto, y si no lo va a inventar. “Ponga el freno de mano.” Lo hacemos, y el amigo de la onza mueve el auto con dos dedos, sin que el rodado oponga la menor resistencia. “A ver, muéstreme el comprobante del seguro.” “El auto estuvo asegurado siempre, oficial”, le expresamos, y en vano hurgamos en la guantera: justo ese día dejamos el comprobante en casa. “El vehículo tiene que quedar detenido aquí hasta que pase el motorista”, y nos aclara que ello puede demorar tres o cuatro horas; o bien “debo secuestrar el vehículo”. “Esa infracción tiene una multa de 500 pesos.” “¿Y no puede arreglarse, oficial?” Con perfecta cara de póquer, nos sugiere: “Si quiere dejar algo para los muchachos; ponga un Sarmiento en el DNI, y páseme el documento”. A la postre, le hemos comprado al vigilante una multa de 500 pesos por sólo el 10 por ciento del valor, más una enorme pérdida de tiempo. Los diálogos anteriores no son imaginarios: yo pasé por eso en múltiples ocasiones y en distintos distritos. Los 500 pesos nunca ingresaron al erario. Es como si hubieran ingresado y el vigilante los arrebatase de las arcas fiscales: es una apropiación indebida de recursos fiscales. En el sistema de puntos negativos por infracciones de tránsito, si la pena recae sobre el conductor y no sobre el vehículo –parece ser la alternativa más lógica– no se ve otro camino más que el acercamiento personal entre vigilante e infractor. Y con ello ¿cuántas situaciones como las descriptas no tendrán lugar, si no se pena también al coimero o evasor fiscal? A la quita de puntos al infractor debería acompañar un descuento de puntos, acaso más severo, a la habilitación del funcionario infiel. Incluso podría establecerse un sistema de puntajes negativos para todos los funcionarios que incumplan su deber. No carecería de precedentes: el Banco Federal de Alemania, por ejemplo, remueve automáticamente del cargo a su presidente si la tasa de inflación supera el 1 por ciento.
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