Domingo, 29 de septiembre de 2002 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Braun
Cuarenta años atrás, el país se vio sacudido por una serie de hechos políticos y económicos: tras ganar las elecciones el peronismo en la provincia de Buenos Aires, ellas se anularon y el presidente Frondizi fue destituido; su sucesor, Guido, designó ministro de Economía a Federico Pinedo, quien dispuso la libre flotación del dólar; la divisa se disparó (el tipo de cambio pasó de 83 $/dólar en el primer trimestre, a 141 $/dólar en el cuarto), se inició un proceso de inflación con recesión, y el ministro duró sólo 20 días y debieron reemplazarlo Alsogaray, Méndez Delfino y Martínez de Hoz. Por aquellos años era alumno de la Licenciatura en Economía Política (UBA) Oscar Braun, quien como ayudante de Economía Internacional trabajó el tema de la devaluación. Los textos decían que al devaluar se genera un saldo comercial favorable con expansión económica. Para explicar por qué las cosas en la Argentina pasaban al revés, en colaboración con Leonard Joy (profesor de Economía Agraria en Sussex) escribió un artículo memorable, publicado en el Economic Journal (diciembre de 1968). En una economía que produce, consume y exporta productos agropecuarios, y produce con componentes importados, consume y no exporta productos industriales, una devaluación cambiaria necesariamente eleva el costo de la vida. El impacto de una devaluación del ciento por ciento sería un aumento del 30 por ciento en los precios locales. Congelados los salarios, el mayor costo de la vida implica menor salario real y una caída de la demanda global, con efecto negativo sobre la actividad económica: Una caída general en la producción y en el empleo. A ello se suma la acción especulativa, cuando los especuladores retiran sus capitales del país tan pronto se evidencian los primeros signos de dificultades en el balance de pagos, forzando así una nueva devaluación. Si además la política monetaria era restrictiva, generaba déficit fiscal, debido a la evasión de impuestos y la postergación de su pago, modalidades tan populares. El equipo económico que acompañó al Dr. Illia en 1963 Blanco, Elizalde, García Vázquez, García Tudero, Grinspun y otros tuvo la sensatez de no perseverar en el error, y no permitir que las casas de cambio fueran garitos adonde se entra libremente para apostar contra el peso: La lección de 1962 fue aprovechada por el nuevo gobierno, que impuso el control de cambios en abril de 1964.
Hoy
Hoy, las tendencias son similares, pero el cambio drástico de las condiciones estructurales e institucionales hace que la magnitud de los ajustes sea mucho mayor. Hay libre tráfico de divisas; la deuda externa es gigantesca; la industria para el mercado interno colapsó ante una apertura indiscriminada y un tipo de cambio bajo; los salarios siguen congelados; y por una década se mantuvo una tasa ficticia 1 a 1 con el dólar, por la que vos o yo podíamos llevar pesos al banco y pedir que se acreditasen como dólares, y luego retirar el depósito en dólares. Eso lo entendieron bien los especuladores que retiran sus capitales del país, y sus retiros durante el 2001 forzaron un ajuste del tipo de cambio no del ciento por ciento sino del 300 por ciento. Devaluación que ya no incide sobre el componente importado de manufacturas que ya el país no produce sino sobre manufacturas importadas, cuyo precio sube en igual medida que el tipo de cambio. Hoy, el petróleo se ha convertido en bien exportable, por lo que su precio se rige por el mercado internacional, igual que los bienes agropecuarios. El impacto directo de una devaluación se siente, pues, en el precio de los bienes de consumo y combustibles, rubros importantes del gasto de la clase baja, media y productores en general. La deuda externa era tan baja en 1962, que Braun y Joy ni la mencionaban; hoy va camino a igualar al PBI de un año. Además, al ser pública debe ser pagada por el Estado, mediante impuestos. Pero una devaluación como laocurrida desde diciembre del 2001, a la vez que multiplica por cuatro el valor en pesos de la deuda pública externa, desata una suerte de jubileo tributario en el que todos se sienten exentos de pagar impuestos. En esas condiciones, dejar de pagar la deuda pública externa es impuesta por los hechos, y no por una graciosa decisión de un gobernante alborozado. La inflación, desatada inicialmente por la devaluación, genera expectativas inflacionarias, que señalan a la/s moneda/s nacional/es como malas y al dólar como la moneda buena, y alienta una demanda constante de divisas por toda la población, hecha al costo de restringir el consumo: un proceso perverso que al elevar el tipo de cambio eleva en igual proporción el valor en pesos de la deuda externa y la necesidad de financiamiento por el Estado; es decir, eleva la necesidad de más recaudación por el Estado y a la vez reduce la capacidad de tributación de las familias.
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