Domingo, 6 de enero de 2002 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
La rapiña
El saqueo de cadáveres luego de una batalla fue acción siempre considerada horrorosa, castigada con la pena capital. Hoy asistimos al fin de una guerra, en la que el país perdió todas las batallas: la industria local –incluida la de alimentación y los laboratorios medicinales– sucumbió frente a las importaciones masivas del resto del mundo; los servicios públicos y la línea aérea pasaron a manos extranjeras, así como el petróleo y el sistema previsional; la negociación de la deuda externa fracasó, antes de haberse intentado seriamente; la banca nacional y provincial, estimulada por la política oficial, cedió su posición a la banca extranjera; el comercio sucumbió frente a los supermercados extranjeros; las clases medias se empobrecieron frente al enriquecimiento desmedido de los grupos empresariales; los pesos convertibles ya no son convertibles a nada, derrotados por el dólar; la ciencia misma, en su mayor parte sostenida por el Estado, corre el riesgo de desaparecer, constreñida por el cepo financiero. Esa derrota está consumada ya, luego de cuatro años de recesión, y ni ebrios ni dormidos podríamos creer que la situación pueda revertirse en el corto plazo: más concretamente, en el curso del 2002. El panorama recuerda a la pavorosa escena de cadáveres esparcidos, tras la batalla de Atlanta en Lo que el viento se llevó, sólo que allá los cadáveres fueron unas pocas decenas de miles, y acá los cadáveres son varias decenas de millones esparcidos por todo el territorio de uno de los países más extensos del planeta. En ese marco, se permite que una parte de los vencedores –los bancos– rapiñe lo que queda de los cadáveres –sus salarios bancarizados y sus depósitos–. Los bancos han incurrido en una verdadera desobediencia de la ley al retener los salarios de los trabajadores y al negarse a aceptar pesos al tipo 1 a 1 para cancelar las deudas cuyo cobro tienen a cargo, tales como tarjetas de crédito. ¿Dónde está el dinero de salarios que los bancos dicen proteger? Si el dinero no aparece, las entidades deben responder con sus bienes e ir a la quiebra, y sus directivos presos por estafa. ¿Que habrá presiones extranjeras para no tocar sus inversiones y sus ganancias? Pues simplemente se trata de aplicar trato igual al que ellos aplican a quienes estafan a su población. Por ejemplo, como procedió España con el grupo Banesto, cuyo presidente aún hoy está preso.
Defensa del economista
Después de la clase política, los economistas son los más desacreditados y vituperados por sus conciudadanos. No es de ahora: ya Carlyle llamó a la Economía dismal science (ciencia funesta); el Premio Nobel en Fisiología (1912) Alexis Carrel hablaba pestes de la Economía, y otro tanto hace nuestro ilustre compatriota el doctor Mario Bunge. Deben separarse los tantos: cuando un ciudadano contribuye con sus actos a que un sector social expolie a otro más débil, aunque lo haga desde un cargo oficial en el área económica, no por ello es economista sino un psicótico o un delincuente, lo cual es bien distinto. Los mecanismos que registra la Economía no son invenciones caprichosas de los economistas sino regularidades observadas en muchos casos y analizadas con las mejores técnicas. Ello no significa que los mecanismos sean “buenos” o “malos”, ni que esté en el ánimo de los economistas propiciar los segundos. No se confundan los actos de ciertas personas, los estudios de los científicos y los objetos estudiados. Tanto el médico que estudia el sida, la diabetes oel cáncer, como el que los diagnostica, no están inventando tales males ni contribuyendo a esparcirlos. Miles de veces se recordó que el dinero no es neutro ni impoluto: normalmente cumple sus funciones ordinarias, pero también, en circunstancias excepcionales, cumple funciones extraordinarias, como mecanismo de redistribución de ingresos. También tiene siglos saber que el mercado excluye: sólo sirve al que tiene dinero para gastar; por tanto, impide el acceso del pobre y el desempleado; si el pleno empleo no está asegurado, el mercado debe complementarse con otros mecanismos. Asimismo se advirtió que el ajuste genera la necesidad de más ajuste: el recorte de sueldos públicos causa menos gasto de los empleados públicos, menos ingresos de todo el comercio, menos recaudación de IVA y menos recursos del Estado para pagar salarios; por tanto, necesidad de volver a ajustar, y así indefinidamente hasta que no quede nada. Por último, una economía con fuerte deuda externa sólo es viable con fuerte superávit comercial, es decir, sustancial monto de exportaciones; y ello es imposible con un tipo de cambio fijo y bajo, que incita a importar incesantemente. Ello destruye la industria local, lo que a su vez hace imposible sustituir importaciones a corto plazo, al momento de devaluar el tipo de cambio.
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