Domingo, 17 de agosto de 2003 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Perroux
Un libro de Perón –y disculpe si no gusta del autor– se titulaba
La fuerza es el derecho de las bestias. El nombre tomaba un viejo refrán
español –que es erróneo– para interpretarlo a su conveniencia,
contrastando la legitimidad de origen de su gobierno con el método que
emplearon sus camaradas de armas para darle fin. Es erróneo porque, así
como fue un hecho humano la “revolución libertadora” y lo
fueron todas las demás “revoluciones” que vivió el
país, una gran parte de las relaciones que se establecen entre los hombres
se basan en la fuerza. ¿Qué relación hay entre un avión
cargado de bombas que vuela en el espacio y un poblado justo debajo de él?
Hay una diferencia de fuerzas, al menos en ese momento. ¿Qué relación
hay entre el chofer de un colectivo y el pasajero que sube en la esquina? El
pasajero no puede fijar el valor del boleto: debe aceptarlo o bajarse. Si algo
se destacó en la década 1940-1950 fue la densidad de episodios
militares, desde la 2ª Guerra Mundial hasta la guerra de Corea, pasando
por las acciones militares de descolonización. Una mente creativa de
aquellos años no podía sino inclinarse a concebir las relaciones
humanas, y en particular las económicas, como correlaciones de fuerzas
desiguales. Una de esas mentes fue la de François Perroux, nacido hace
cien años en Lyon. Hacia 1950 sus meditaciones sobre los fenómenos
económicos desembocaron en “El efecto dominación y la teoría
económica moderna”, trabajo publicado en Social Research de dicho
año. Según Perroux, la desigualdad de poder económico entre
los operadores económicos se refleja en la dominación-subordinación
entre unos y otros. La relación de “más fuerte que”
es asimétrica, como toda relación de desigualdad, e irreversible.
Pero, además, no conduce al equilibrio como suponía la economía
neoclásica, sino a cambios acumulativos: el fuerte tiende a incrementar
su fuerza y el débil su debilidad. Perroux desplegó su etapa más
productiva como profesor del Colegio de Francia, en 1955-75. En el medio de
ese lapso tuvo una buena idea, visitar la Facultad de Ciencias Económicas
de la Universidad de Buenos Aires, donde anticipó su libro Economía
del siglo XX (1969), contribuyendo a oxigenar las mentes de los economistas,
excesivamente dominadas por las falsas hipótesis de igualdad de poder
económico y tendencia de los sistemas a alcanzar soluciones de equilibrio.
Falleció en 1987.
Joan Robinson
El término “revolución científica” acuñado
por Thomas Kuhn y tan caro a los historiadores de la ciencia, no es lo suficientemente
rico para explicar el crecimiento de la ciencia económica en los últimos
cien años. Hubo “sublevaciones”, “revoluciones”
y “restauraciones”. La situación creada en 1924, al fallecer
Marshall, fue la de una crítica a su economía, en particular la
teoría de la empresa y a su hipótesis de economías perfectamente
competitivas. Este movimiento fue una sublevación, y el que la captó
más eficazmente fue el trabajo inconformista de Piero Sraffa Sobre las
leyes de rendimientos en condiciones competitivas (1926). La situación
que desencadenó la Gran Depresión, que golpeó duro a los
economistas y les obligó a inventar explicaciones realistas del paro
forzoso, lo que culminó con la Teoría General de Keynes, que aportó
un conjunto de herramientas radicalmente distintas, fue una “revolución”.
Por último, la preocupación por el crecimiento económico
en la forma de una acumulación de capital positiva y sostenida, que se
manifestó después de 1945, fue una vuelta al enfoque de los economistas
clásicos, pero sobre la base de las herramientas keynesianas. Este retorno
fue, en tal sentido, una “restauración”. Cada etapa o ciclo
tuvo su cabeza pensante. En la primera, Sraffa; en la segunda, Keynes; en la
tercera, Harrod. Y tuvo también decenas de seguidores, pero una en especial,
Joan Violet Robinson, que hoy cumpliría cien años. Casi una muchacha
aún, produjo Economía de la Competencia Perfecta (1933), donde
reelaboró la teoría de la empresa, con un descubrimiento que Harrod
reclamó como propio, la curva de ingreso marginal. Como escribió
Pasinetti, el libro significó “un vuelco definitivo en la economía
de la empresa”. De modo simultáneo, mientras escribía el
citado libro, una elite de economistas de Cambridge –Kahn, Sraffa, Harrod,
Meade y Joan Robinson y su marido Austin Robinson– participaban en un
seminario de lectura y discusión del Tratado sobre la Moneda (1930) de
Keynes. Los Ensayos sobre la teoría del desempleo (1937) de Robinson
aportaron categorías nuevas: las “políticas de perjudicar
al vecino”, “desocupación disfrazada” y la “condición
Marshall-Lerner generalizada”. La tercera obra, La acumulación
de capital (1956), combinaba la dinámica de Harrod y la teoría
de la acumulación del capital de Wicksell.
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