El complejo agroexportador no sólo mantiene las riendas de la liquidación de divisas en el mercado local sino que además pretende el mando –a veces con relativo éxito– de las decisiones de política cambiaria. En su afán por defender el volumen de reservas, el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, otorgó al sector incentivos para estimular la liquidación de divisas. Pero las principales cerealeras y aceiteras ingresaron los dólares de la cosecha recién cuando lograron un tipo de cambio que abultara aún más sus márgenes. Forzaron así una devaluación que implicó otra transferencia de recursos hacia este sector concentrado. Sin embargo, en esa puja distributiva también se puede perder. El deterioro de los precios internacionales para la soja y –en menor medida– el maíz significó para el sector una baja importante de sus ganancias respecto del resultado potencial de haber liquidado la cosecha a principio de año. La caída en los precios tuvo un impacto negativo varias veces mayor a la mejora por la suba del dólar.

Esta situación explica la actual retracción de la liquidación –a lo que se suma la pulseada política–, aunque la tendencia negativa de mediano y largo plazo se mantiene, con lo que las pérdidas de oportunidad podrían profundizarse. “Si hubieran vendido cuando –la soja– valía 560 dólares, en mayo, habría sido el equivalente a un dólar de 11 pesos. Es notable cómo la gente puede actuar en perjuicio de sus propios intereses”, señaló la Presidenta. Tal como se indicó en este suplemento en marzo pasado, condiciones sociopolíticas internacionales, factores climáticos y cosechas record en la región pronosticaban un descenso de precios de cereales y oleaginosas. El Panorama Global de Commodities que había elaborado entonces el Banco Central proyectaba que los precios globales de las materias primas agrícolas en los meses siguientes continuarían con tendencia en baja.

En la última semana, los contratos de soja a fin de mes se ubicaron a 390 dólares la tonelada, perforando mínimos de cuatro años en el Mercado de Chicago. En tanto, los plazos a noviembre bajaron a 360 y los de marzo de 2015 se recomponen a apenas 365,15 dólares. En lo que va de este año, el precio de la soja perdió 35 por ciento. A esto se suma que el dólar se encuentra en máximos de seis años contra el yen y de catorce meses frente al euro, un recorrido que podría profundizarse cuando la Reserva Federal ajuste, en 2015, sus tasas de interés. La fortaleza de la divisa va en contra de las materias primas.

Estimaciones de la AFIP –el sector tiene gran relevancia fiscal por el impuesto al comercio exterior– definen que existen sin comercializar entre 25 y 27 millones de toneladas acopiadas. “En este sentido, y en un contexto signado por una feroz puja distributiva que posiciona a los sectores más concentrados en favor de una devaluación de la moneda que ‘mejore competitividad’, se hace imperativo repasar la trayectoria de la principal producción agrícola en la actualidad: la soja”, sentencia un informe de los analistas Julia Strada e Ignacio Vila, del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

El desarrollo del cultivo de soja en el país alcanza al 60 por ciento de la superficie sembrada. Su explotación se concentra en pooles sojeros integrados por capitales internacionales, mientras que los pequeños y medianos productores continúan siendo desplazados. Según el estudio del CEPA, el conflicto por la resolución 125 “reveló no sólo el importante poder de los sectores concentrados del agro, sino fundamentalmente el nivel de expansión geográfica que el cultivo de soja alcanzó en estos años, consiguiendo así unificar un reclamo entre productores e distinto tamaño”. Más de 1500 toneladas por campaña de la oleaginosa está en manos un 6 por ciento de los productores. En exportaciones, las cinco primeras empresas explican el 66 por ciento de las ventas externas y las diez dan cuenta de un 96 por ciento

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