INTERNACIONALES › DETRAS DE LA VALORIZACION DE LA MONEDA UNICA
Un euro no hace verano
El euro puede estarse volviendo una inversión preferida, pero a no engañarse: la UE no es todavía la próxima superpotencia económica.
Por Claudio Uriarte
Significa la valorización internacional del euro contra el dólar en las últimas semanas un indicador temprano, de que la fuerza motriz número uno de la economía mundial, está desplazándose de Washington a Bruselas? Difícilmente. En realidad, lo que está ocurriendo se parece menos a una revolución que a un deslizamiento casi inercial debido a una combinación sinergística de motivos: el alto déficit comercial norteamericano, los guiños de sectores de la administración Bush en favor de un debilitamiento del dólar (que favorece a los exportadores estadounidenses) las incertidumbres sobre la evolución económica de Estados Unidos (que quizás se despejen, o quizás no, cuando se conozcan las cifras del cuarto trimestre, probablemente a comienzos de enero), la bajísima tasa de interés, que un 1 por ciento está en realidad a menos de un 1 por ciento de su piso técnico, y el vertiginoso déficit fiscal de la primera potencia, que se ubica, al igual que el comercial, en torno al récord histórico de 500.000 millones de dólares.
En otras palabras, estamos ante una curiosa variación de los juegos de suma cero, donde el que gana lo hace siempre a expensas de otro, pero en este caso con la salvedad (y la inversión de sentido) de que no es tanto que el euro esté ganando sino que el dólar está perdiendo. Por un lado, la valorización del euro era casi inevitable debido al alto déficit de cuenta corriente de Estados Unidos. Por otra parte, es claro que, frente a la complejidad y las dudas que suscita la economía norteamericana de la era de Bush, muchos inversores se han trasladado al euro, pero no como quien apuesta a la moneda del futuro sino como quien se acoge a una opción conservadora, y por eso relativamente predecible, en anticipación de tiempos inestables. La Unión Europea es la potencia económica del futuro, y es probable que por un buen tiempo lo siga siendo. Alemania y Francia, las locomotoras de la Unión, tienen sus motores en stand-by: sus tasas de crecimiento son menos que mediocres, el desempleo sigue alto, sus mercados de trabajo son un lago estancado y la misma valorización de su moneda tirará hacia abajo a los sectores agrícolas o manufactureros que dependen o se favorecen de la exportación extrarregional.
Adicionalmente, el futuro de la Unión como tal está en duda, y más bien se está empezando a hablar de dos Uniones Europeas: una integrada por el núcleo tradicional de Alemania y Francia y otro por los disidentes de España, Polonia (uno de los nuevos miembros) y posiblemente Italia, cuyos gobiernos están más cercanos políticamente al de Estados Unidos, y que resienten la imposición de las cuotas de poder intereuropeo establecida por los miembros más tradicionales. Políticamente, la Unión Europea ha sido un fracaso, y sus miembros se asemejan hoy a una flotilla desigual que navegan, alejándose, en una deriva creciente.