INTERNACIONALES › BUSH REACCIONO A LA CRISIS, PERO NO LO SUFICIENTE
Cómo tratar con los osos
¿Hay recetas alternativas para salir de la depresión bursátil en marcha? Sí, pero es improbable que George W. Bush las aplique.
Por Claudio Uriarte
La jerga de los corredores de Bolsa caracteriza a los mercados con dos especies zoológicas contrastantes: si están en auge y arremeten, se los identifica con el impetuoso toro; si se deprimen y caen en la inmovilidad, se los homologa al letárgico oso. Dentro de la crisis de bajas consecutivas que sufrió Wall Street durante los últimos 10 días, y que es sólo la precipitación de una tendencia iniciada en marzo, pocos dudarían en caracterizar el mercado dentro de la especie úrsida –aunque nadie está durmiendo tranquilo, precisamente–; el tema es qué hacer con ella.
Dejarla en paz y esperar confiadamente que vuelva el toro fue hasta hace poco la línea de la administración Bush. Eso empezó a cambiar esta semana, bajo la evidencia cada vez más incontrastable de que los osos sólo se multiplicaban ante la decisión de George W. Bush de hacerse el oso. Ni Bush ni Alan Greenspan de la FED ni mucho menos el verborrágico Paul O’Neill lograron convencer a nadie de que “los fundamentos de la recuperación económica están en su lugar” –una frase repetida hasta el hartazgo en esos días–, a tal punto que Bush debió ordenar a O’Neill –de quien esta semana se rumoreó fuertemente su renuncia– que cancelara la gira que tenía previsto realizar por América del Sur para dar confianza a los inversores en el tembladeral de Brasil y que se quedara en Estados Unidos para dar confianza a los inversores en el tembladeral de Estados Unidos. Súbitamente, la Casa Blanca entró en pánico, al ver encuestas que mostraban que un 48 por ciento de los norteamericanos desaprobaba del modo en que Bush estaba manejando la crisis bursátil, una opinión peligrosa a cuatro meses de cruciales elecciones legislativas. Se hizo un gran teatro: la nueva brigada antifraude del Departamento de Justicia, en una escena perfectamente en espíritu con “Los Intocables” de Elliot Ness, arrestó y puso esposas en Wall Street a la familia propietaria de la quebrada compañía de cable Adelphia; la letárgica Comisión de Valores despertó –pese al insólito reclamo de Harvey Pitt, su presidente, de que le compensen sus fracasos de dirección elevándolo a la altura de un ministro de gabinete– y reveló que estaba investigando al menos a una docena de compañías. ¿Suficiente? No parece, pero estas movidas –junto a indicadores económicos que resultaron menos malos que lo previsto, como el índice de confianza de los consumidores– al menos sirvieron para desconcertar al oso: Wall Street y el resto de las bolsas empezaron a oscilar.
En estos días, dos economistas han salido con planteos heterodoxos para resolver la crisis. Larry Elliott, editor de economía internacional del diario británico The Guardian, cree que ésta es una situación a la medida del intervencionismo keynesiano; sus opiniones pueden leerse en las páginas internacionales del cuerpo principal de este diario. Paul Krugman, por otra parte, aconsejó en el New York Times abandonar todas las falsas precauciones de que un activismo gubernamental hiciera entrar en pánico a los mercados, “ya que los mercados han entrado en pánico por su cuenta”, y recomendó combatir la psicología deflacionaria que ya se insinúa con una nueva baja de la tasa de interés –que, a 1,75 por ciento, ya se encuentra en un histórico nivel bajo– en la reunión de agosto de la Reserva Federal, y que Washington empiece una decidida inyección de dinero en la economía para ayudar a los gobiernos estaduales bajo presión, postergando las reducciones de impuestos ya aprobadas. “Y cuando la administración dé estos pasos responsables –agrega– miles de cerdos estarán volando en los cielos de Washington”, lo que agregaría una nueva especie al zoológico financiero mundial.